A propósito de la visita de Oppenheimer a Chile en 1962
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A propósito de la visita de Oppenheimer a Chile en 1962



La conferencia.


A fines de julio recibí algunos llamados de periodistas tratando de averiguar si me contaba entre los testigos presenciales de las charlas dadas por el físico Julius Robert Oppenheimer en su breve visita a Chile en 1962. Me pareció con humor una especie de búsqueda de sobrevivientes motivada, sin duda, por la publicidad en torno al reciente film sobre su vida basado en el libro “Prometeo Americano. El Triunfo y la Tragedia de J. Robert Oppenheimer” (Bird & Sherwin), una de las 13 biografías de él que podemos encontrar en Amazon. No tengo aun claro cómo llegaron a mí, pero sé que afortunadamente llegaron a otros también. Efectivamente yo había estado presente como estudiante y les conté lo poco y nada que recordaba: una sala oscura atestada de gente en un edificio de Ingeniería de la U. de Chile, un pizarrón y ese curioso, extremadamente delgado y genial personaje, deambulando frente a este. Del tema de esa charla recordaba poco, excepto que creía que había hablado de lógica lo que me pareció curioso en esa época pues habría esperado que Oppenheimer hablase sobre física o astrofísica o matemáticas, pero no fue enteramente sorprendente dada la multifacética fama que lo precedía. Y eso es lo que quedó grabado en mi memoria a lo largo de todos estos años.


En todo caso, y para redondear el punto anecdóticamente, yo sabía desde la adolescencia algo sobre nuestro personaje gracias a la publicación del informe Smyth, solicitado en 1945 por el general L. R. Groves quien fue en la práctica el “boss” del proyecto Manhattan que produciría la bomba atómica. No recuerdo cómo ese ya antiguo volumen (ahora disponible en Amazon) llegó a mis muy jóvenes manos; quizás fue la asiduidad con que mi padre llenaba la biblioteca. Curioseando en ese ejemplar supe por primera vez de la existencia de la física nuclear y la bomba, también sobre el Dr. Oppenheimer, el director científico del proyecto cuya conferencia en Chile no me perdería años más tarde.


Con los días, el regreso al pasado se me ha ido aclarando a partir de otras fuentes mejor documentadas. La Universidad de Chile emitió un comunicado a fines de julio[1] con más información. El recordado físico teórico chileno Igor Saavedra, para entonces recientemente retornado de sus estudios en Inglaterra, había registrado la visita en una revista interna con fines de difusión. El actual académico Hugo Orellana también participó en días recientes en desentrañar el pasado. La conferencia que yo recordaba resultó ser la segunda de las dos que Oppenheimer ofreció en la Universidad de Chile y fue la más “técnica”. Se titulaba “Elementos empíricos y axiomáticos de la Física de Partículas elementales” y, evidentemente, lo que yo retenía borrosamente como “lógica” era el contenido axiomático de la charla. Es decir, los postulados de base sobre los que se construyó la, entonces, relativamente reciente teoría de partículas elementales y campos cuánticos.


La otra fue para público más general, “Meditaciones sobre la Ciencia y la Cultura” y ahí aparece nítidamente el aspecto multifacético de Oppenheimer y el impacto y el costo que tuvo en él su participación en la fabricación de la primera bomba atómica. Es interesante que Igor Saavedra estuviese presente y apareciera en la foto que quedó registrada en la prensa, porque creo que en la enseñanza de la física teórica él jugó un papel en Chile similar al de Oppenheimer en los EE. UU. en la preguerra. Los registros de Saavedra contienen otros conceptos que utilizaré más adelante.


Vale la pena recordar que en el año 1962 Chile experimentó algo más que la visita de Oppenheimer. Chile preparaba excitadamente su papel de anfitrión de la Copa Mundial de Fútbol, la que comenzó cuatro días más tarde de su llegada y en la cual habría de dar la mejor actuación futbolística de su historia clasificándose tercero en el mundo. Es bueno constatar que, pese al entusiasmo reinante, Chile no dejó pasar completamente inadvertida la visita del padre de la bomba atómica.


Pero ¿fue Oppenheimer realmente el padre de la bomba atómica? Se dice que el fracaso es huérfano y el éxito tiene muchos padres, y éste los tiene. Para explicarlo y poder agregar algunas otras cosas relevantes, tengo que hacer algo de historia de la ciencia y pasearnos brevemente por la época en que le tocó vivir a Oppenheimer. Me alejaré por un rato de su visita para hablar del visitante y ponerlo en contexto.



El camino hacia la bomba


A fines del siglo XIX, muchos físicos creían que el entonces edificio de la física, ahora la llamamos “clásica”, estaba completo y sólido, y que bastarían ciertos pequeños ajustes para seguir adelante indefinidamente sin grandes cambios conceptuales. Eran tiempos serenos, predecibles e ingenuos. Las dos fuerzas conocidas eran la gravitación y el electromagnetismo. La primera había sido descrita ya en el Siglo XVII por Newton y puesta a prueba en el cosmos por los astrónomos matemáticos que lo siguieron. El también británico Maxwell había descrito matemáticamente la segunda fuerza en el siglo XIX, y sus predicciones se cumplían al pie de la letra.


La primera grieta no tardó en aparecer cuando se evidenciaron anomalías en la teórica de la radiación emitida por cuerpos calientes. El alemán Planck (1885-1947) encontró una descripción matemática de ese fenómeno bajo la suposición de que la radiación observada se emitía en forma discreta, en forma de “cuantos”, pero fue Einstein en 1905 -en una de las cinco fundacionales publicaciones de su “año milagroso”- quién demostró que esos cuantos no eran un truco matemático, sino reales: eran los fotones, partículas asociadas a la luz y por lo tanto al campo electromagnético. Ese fue el comienzo de la física cuántica que habría de cambiar el mundo de la física y mucho en nuestras vidas cotidianas. Einstein fue más allá en ese mismo año y demostró la equivalencia masa-energía (la famosa “E igual a mc al cuadrado” que todos saben recitar). Una generación más tarde, esto último abriría el camino hacia la bomba atómica de Oppenheimer.

Diez años después Einstein creó una nueva teoría de la gravitación, la Relatividad General, usando la noción de espacio-tiempo implícita en su Relatividad especial de 1905, como un instrumento geométrico. Esta nueva teoría se reduce, como debe ser, a la de Newton en el límite de baja intensidad del campo gravitacional, pero no era “cuántica”, no sigue siéndolo, y lograr que de alguna manera lo sea es la oculta ambición de todo estudiante de física que se respete. La Relatividad General lleva más de cien años explicando todos los fenómenos gravitacionales que le arrojamos y prediciendo otros, desde la desviación de los rayos luminosos por el sol, los arcos gravitacionales de galaxias lejanas, las ondas gravitacionales, y los agujeros negros. Las “imágenes” de estos últimos en los centros de las galaxias las hemos obtenido hace poco con la ayuda de ALMA cerca de San Pedro de Atacama, y las ondas gravitacionales las observamos desde el 2015 gracias a LIGO en América y VIRGO en Europa.


La física cuántica siguió su veloz camino y su mayor impulso inicial fue el descubrimiento del átomo con su núcleo y sus electrones “orbitándolo”. Fue el nacimiento de la física nuclear. Einstein siguió en su pedestal y otros héroes científicos comenzaron a aparecer siguiendo en gran parte el ejemplo, empuje y visión de Niels Bohr (1885-1962). Los años 20 del siglo pasado vieron a los alemanes Werner Heisenberg (1901-1976), Edwin Shrödinger (1887-1961) y Wolfgang Pauli (1900-1958) formular los principios de la mecánica cuántica junto con el británico Paul A.M. Dirac (1902-1984) y otros como el polaco Max Born (1882-1970), quien formuló la interpretación estadística de las ecuaciones de la nueva mecánica y que, además, fue el director de tesis doctoral de Oppenheimer en la Universidad de Göttingen. Revisando estas fechas vemos que Oppenheimer (1904-1967), nacido en Nueva York, fue profesionalmente el contemporáneo de todos ellos. Pero si bien fue parte de esa generación dorada, creo que como científico él no fue decisivamente influyente en el desarrollo de esa nueva física.


Sus experiencias europeas y sus contactos lo ayudarían más tarde en su misión autoasignada de expandir el estudio de la física teórica en los EE.UU., atrasada en ese período de la preguerra con respecto a Europa, especialmente Alemania, Inglaterra y Dinamarca. Esta es la analogía con la labor de Igor Saavedra (y otros), de expandir la física teórica en Chile que mencioné al comienzo de este artículo.


Más tarde, con el surgimiento del nazismo en Alemania y su sanguinaria ocupación de Europa, la forzada emigración de científicos a los EE.UU., entre ellos una notable cantidad de físicos y matemáticos judíos huyendo de las persecuciones y del holocausto, cambió rápidamente la situación que había enfrentado Oppenheimer.


En 1938, los alemanes Otto Hahn y Fritz Strassmann siguiendo una idea de los físicos austríacos Lise Meitner y Otto Frish descubrieron un proceso que daría la pista para la fabricación de la bomba atómica: la fisión nuclear, una forma de extraer energía fragmentando el átomo con neutrones. El físico italiano, Enrico Fermi (1901-1954) -para muchos el arquitecto de la era nuclear y quien también había emigrado a EE. UU- patentó en 1939, junto con el inmigrante húngaro Leó Szilárd (1898-1964), el diseño de un reactor nuclear capaz de lograr fisión de Uranio autosostenida y controlada.


Sin entrar en detalles técnicos sobre la fisión nuclear (y dejando al lector investigarlo si así lo desea), añadiré como referencia que se trata del mismo proceso físico que, cuando está adecuadamente controlado, alimenta de electricidad a una parte del mundo gracias a los reactores nucleares. La bomba atómica es algo parecido, pero diseñada para ser transportada y puesta fuera de control (es decir detonada) en el momento y lugar elegidos. Eso sí, contrariamente a los reactores, para funcionar una bomba requiere “enriquecer” enormemente el uranio algo extremadamente difícil de obtener en las cantidades necesarias, como aún sigue afortunadamente siéndolo.


La guerra estaba por comenzar en Europa y la información de inteligencia que llegaba hacía sospechar que los alemanes también estaban interesados en la fisión nuclear. En 1939, Leo Szilard, colaborando con los físicos emigrados Edward Teller (1908-2003) y Eugene Wigner (1902-1963) escribió una carta al presidente Roosevelt, firmada por nada menos que el inmensamente influyente y hasta entonces pacifista Einstein. La carta describía el potencial de la fisión nuclear tanto para generar electricidad como para crear una bomba que podría, “…con menos certeza…destruir un puerto y parte del territorio cercano” y mencionaba el acceso alemán a las minas de uranio checoslovacas y la posible participación del joven físico alemán von Weizsäcker (1912-2007), aparentemente conectado con la jerarquía alemana, en experimentos con uranio. Esa carta le llegó a Roosevelt en los momentos que Alemania atacaba Polonia.


Haciendo otro paréntesis anecdótico, recordé al escribir estas líneas que en 1976 asistí a una conferencia en Caltech dada por ese mismo von Weizsäcker quien visitaba brevemente Pasadena y quien en la ronda de preguntas aseguró que Hitler no había estado interesado en la bomba atómica, sino más bien en las armas “portentosas”, como la V1 y V2 que asolaron Londres sin cambiar el curso de la guerra. Eso no era nuevo, pues ni en 1945, ni posteriormente los ejércitos de ocupación aliados encontraron rastros fehacientes de progreso en un tal proyecto aun cuando se supuso por un tiempo que Heisenberg estuvo involucrado en él.


Sin embargo, en 1939 la preocupación de los científicos norteamericanos era considerable y se intensificó en 1941, especialmente después de una sospechosa visita, plena de preguntas, por parte de Heisenberg llegado desde Alemania a conversar con su antiguo profesor Niels Bohr, aún residente en Dinamarca antes de ser evacuado a Inglaterra. Los entretelones de lo que pasaba en Alemania y de la ya resentida relación entre Bohr y Heisenberg siguen siendo muy interesantes.[2]



El proyecto Manhattan


A fines del 1939 Roosevelt respondió positivamente a la carta de Einstein. A uno de sus consejeros que lo instaban a actuar le comentó “…entiendo que lo que quieres es que los nazis no nos vuelen en pedazos”, lo que resume bien la perspectiva de tener que llegar primero y a partir de la cual se organizó ya en 1942 el desarrollo de la bomba. El proyecto completo quedó militarmente en manos del general Leslie Groves -mencionado anteriormente- del cuerpo de Ingenieros del Ejército. El Laboratorio Nacional de los Álamos en Nuevo México, con Oppenheimer como director, quedó a cargo de los infinitos detalles del diseño y fabricación de la bomba y de su sistema de detonación.


Para entonces el joven Oppenheimer tenía sólo 38 años, era muy conocido y respetado en la comunidad científica lo que le daba “poder de convocatoria”, era reconocido por su notable inteligencia y por sus publicaciones científicas (destaco, por mi profesión, entre ellas su temprana predicción en 1939 de la formación de agujeros negros a partir de estrellas de neutrones). Oppenheimer poseía además una cualidad que Groves consideró esencial y apreció inmediatamente: su inmensa ambición. Fue una apuesta decisiva. Un colaborador, el físico Víctor Weiskopf (1908-2002) comentó que Oppenheimer estuvo presente física e intelectualmente en cada uno de las etapas decisivas de la construcción de la bomba y su continua presencia creó la necesaria atmósfera de entusiasmo y constante desafío que los condujo al éxito.


La amplitud del proyecto fue colosal llegando a emplear más de 130 mil personas distribuidas entre los EE.EE, UK y Canadá (la casi totalidad ignorando lo que realmente estaba produciendo), incluyendo unos 15 diferentes lugares esparcidos en EE.UU. Costó en total 2 mil millones de dólares de 1945, equivalente a unos 35 mil millones de hoy. La mayor parte del presupuesto fue destinada a la costosa y lenta producción a escala industrial del material fisible enriquecido y sólo un 10% del total para el desarrollo y fabricación de la bomba propiamente tal.


Varios de los científicos que he nombrado más arriba trabajaron directamente en la bomba, a los que se agregaron muchos más, entre ellos los premios Nobel Bethe (1906-2005), director de la división teórica y el famoso Richard Feynman (1918-1988), entonces de 24 años, considerado por algunos entre los 10 más grandes físicos de la historia. En total 13 de los científicos involucrados obtuvieron el premio Nobel antes o después del proyecto. Entre ellos se contaba una sola mujer, Maria Goeppert Mayer (1906-1972).[3]


No creo que haya existido algo semejante al Proyecto Manhattan por su costo, sus dimensiones, sus dificultades y su impacto histórico, y me resulta admirable ese hombre de 38 años, sin experiencia administrativa previa, haciéndole frente y guiando a los egos de 13 presentes o futuros premios Nobel (premio que él nunca obtuvo), provenientes de muchos países diversos, enfrentando las decisiones y los inmensos requerimientos de coordinación para la bomba. Y todo ello, dentro del rigurosamente guardado secreto de la carrera en pos del arma nuclear. Sin embargo, fue un proyecto en una época de destrucción y con un objetivo destructivo. Esto último fue su verdadero precio.


El test de la primera bomba atómica (“Trinity”) tuvo lugar en Jornada del Muerto, cerca de Alamogordo N.M., temprano en la mañana del 16 de julio de 1945. La colosal explosión, equivalente a cerca de 25 mil toneladas de TNT, pequeña para los estándares actuales, fue percibida en un radio de 160 km.


La reacción de los colaboradores de Oppenheimer fue variada, algunos reían, otros lloraban, varios permanecieron en silencio. Es bien sabido que Oppenheimer, como parte de su sentido del dramatismo, su ego y su “flair” por la literatura sánscrita, recordó los versos del Bhagavad Gita, “Me he transformado en Shiva, destructor de mundos”, donde el dios Visnú, hablándole al Príncipe se transforma en Shiva con sus múltiples brazos: la imagen de la muerte. Fue una advertencia y me gustaría llamarla el “momento Shiva”.


La bomba había llegado demasiado tarde para la guerra europea pues la Alemania nazi se había rendido en mayo y el futuro de Europa estaba ahora en manos de los aliados, principalmente los EE.UU., Gran Bretaña y Canadá, Francia y la URSS. Pero subsistía, entre otros aspectos, la sangrienta guerra contra Japón, la que costaría en caso de invasión centenares de miles de muertos americanos y japoneses.


Para entonces, y debido a la campaña aliada de bombardeos masivos, quedaban pocos objetivos en Japón sin destruir. El presidente Truman dio la orden de lanzar dos bombas. Hiroshima fue bombardeada el 6 de agosto de 1945 y Nagasaki el 9 de agosto de 1945, poniendo fin a la resistencia japonesa y a la Segunda Guerra Mundial. Ese 8 de agosto, la URSS declaró la guerra a Japón y el 9 del mismo mes comenzó la invasión soviética a Mongolia exterior, Corea del Norte y otros territorios anteriormente conquistados por Japón. Pero con sus dos bombas los EE.UU. no solo habían marcado territorio en Japón mismo, sino que también los destinos de Europa durante los siguientes 45 años. El virreinato americano en Japón y el plan Marshall para Europa fueron muy probablemente los grandes triunfos políticos norteamericanos de la postguerra.


El costo para Japón fue muy alto: las dos bombas atómicas mataron unas 220 mil personas sumando Hiroshima y Nagasaki, casi tanto como el total debido a los bombardeos convencionales incluyendo bombas incendiarias que asolaron unas 65 ciudades japonesas y desplazaron cerca de 5 millones de personas de un total de algo menos de 80 millones.


Volviendo a Oppenheimer, su propio destino fue marcado por la política local de la postguerra inmediata y por su negativa a apoyar la construcción de la inmensamente más poderosa bomba de hidrógeno, lo que transformó a su antiguo colaborador, Edward Teller (1908-2003), finalmente el padre de la bomba de hidrógeno, en su acérrimo y poderoso enemigo.


Es cierto que la acumulación de ciencia y tecnología que he descrito involucra a una inmensa cantidad de protagonistas a lo largo del tiempo, algo que he querido destacar. Sin embargo, analizando la participación intelectual y práctica de Oppenheimer creo que es razonable llamarlo el padre de la bomba atómica. Quizás al título de padre le agregaría el de partero, aun cuando reconozco que he dejado afuera a Leslie Groves, como tantos otros lo han hecho.



Reflexiones


Primero, y mirando las fechas asociadas a las vidas de los grandes científicos en torno a Oppenheimer que he coleccionado deliberadamente a lo largo de este artículo, notarán lo cercano cronológicamente que nos son estos antiguos eventos, en tanto sus vidas se superpusieron con las de muchos de nosotros.


Volviendo ahora a su visita a Chile, en su segunda conferencia y en otras declaraciones registradas por Igor Saavedra[4], Oppenheimer agregó algo esencial: “Estos son cambios irreversibles, y es por esto que el carácter acumulativo, la irreversibilidad del desarrollo de las ciencias establece un paradigma, un ejemplo de algo que, en otros aspectos, está mucho más sujeto al debate: la idea del progreso humano…el retroceso científico no es compatible con la práctica continuada de la ciencia”.


En efecto, la revolución que fue la física cuántica y que hemos seguido en las líneas anteriores es responsable de mucho de lo que hoy gozamos en el mundo moderno. Hizo posible los transistores, los microprocesadores que pueblan nuestros artefactos incluyendo los computadores portátiles y los mágicos teléfonos celulares que nos entretienen y conectan instantáneamente (aunque también nos roban la atención de nuestros hijos y nietos); los nuevos sensores de imágenes que nos permiten inmortalizar en color y en movimiento nuestras vidas y la sonrisas de nuestros seres queridos y también explorar los detalles del Universo; el láser y las velocísimas redes de internet, la inmensa aceleración del cálculo en los procesadores modernos, las tecnologías informáticas y la computación cuántica ya en ciernes.


Pero, también la bomba atómica. Y no hay vuelta atrás, porque efectivamente el conocimiento científico es acumulativo e irreversible. En términos más contemporáneos, estas tecnologías constituyen también muchas de las herramientas que permiten la nueva revolución en marcha, la Inteligencia Artificial, cuyo dominio es precisamente aquello que nos define y nos es propio, la inteligencia, y que también nos traerá sin duda inmensos beneficios. Pero ya hemos escuchado recientemente a muchos de los creadores de esta nueva aventura vocear su “momento Shiva”.


Eduardo Hardy es Astrofísico. Científico emérito del National Radio Astronomy Observatory, USA.


[1] https://uchile.cl/noticias/207343/la-visita-de-robert-oppenheimer-a-la-universidad-de-chile-en-1962 [2] Recomiendo leer la obra de teatro Copenhague de Michael Frayn (1998) con ellos dos y la esposa de Bohr como personajes centrales. [3]Si les interesan algunas notas, a veces lúdicas pues se trataba de una empresa de seres humanos, sobre la vida cotidiana dentro de Los Álamos, recomiendo leer ¿Está usted de broma, Sr. Feynman? del mismo Richard Feynman. [4] https://uchile.cl/noticias/207343/la-visita-de-robert-oppenheimer-a-la-universidad-de-chile-en-1962

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