Elecciones en Argentina, la política en tiempos de “pasiones tristes”
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Elecciones en Argentina, la política en tiempos de “pasiones tristes”



Hay muchas variables que componen o permiten comprender el voto a Javier Milei. Dejemos de lado el tema de su salud mental, para concentrarnos en que no hay muchas propuestas más que su móvil de pasiones tristes: el odio, la ira, la destrucción (la motosierra y el edificio colapsando en el comienzo de su acto de cierre de campaña es elocuente). Su performance –parece más un influencer que alguien dedicado a la política– pasa exclusivamente por la negación, por el rechazo. No hay nada constructivo: terminar con el kirchnerismo o con la casta –dejemos también de lado un poco el significante; habría que invertirlo nuevamente para devolverle su más verdadero significado, próximo a la clase social de quienes concentran la riqueza y de quienes tienen privilegios, el sector que él mismo viene a representar en términos de intereses-.


Su consiga es terminar con el kirchnerismo, pero de ningún modo se escucha cómo vaya a solucionar, concretamente, los problemas que tenemos –más bien se escucha y entiende que los agravaría–. Y si bien no es posible englobar ese voto bajo una única condición o característica, sí podemos determinar que no creció desde las PASO (primarias abiertas simultáneas y obligatorias) a las Generales recientemente realizadas. Y, por otra parte, que muy probablemente esxs votantes no estén a favor de la venta de niñxs o de órganos, de la privatización de la educación y de la salud o de la vuelta de las medidas de Cavallo con la dolarización.


¿Qué es lo que pueden tener en común esxs votantes? Suspendamos la idea de la falta de información o de la juventud, que es inhabilitante del otrx. Quizás sea algo profundamente afectivo, no racional, que es que, ante la idea de que en el futuro todo será peor –si algo tiene nuestro tiempo es que, al revés de la letra de Luis Alberto Spinetta, “mañana es mejor”, todxs experimentamos una sensación de no future–, si lo que se piensa es que después del 10 de diciembre, gane quien gane, estaremos peor, se elige –se resbala, caemos…, como en una profecía autocumplida– aquello que efectivamente materialice la sensación. Pasar del dolor abstracto, y traerlo al cuerpo, para por lo menos estar en lo cierto, poder predecir lo que pasará, tener el reaseguro, la certeza del futuro, una promesa que se cumpla. Ante la catástrofe imaginaria se elige y se afirma la catástrofe real.


Lo que digo es que también tenemos que entender la fuerza de las derechas en el mundo a partir de lo que hemos venido haciendo con el mundo; cómo se pasó de la época en que en el horizonte se encontraba el progreso, a la época en que dejamos de ver horizonte. Preocupa que la izquierda comparta ese pathos, el de “cuanto peor, mejor”. No solamente por seguir el hilo de las pasiones tristes, de una fuerza reactiva que nos arrastra en remolinos y hacia abajo, sino por el individualismo que eso conlleva –y entonces, quizás constatemos que las categorías de izquierda y derecha no sólo no nos están resultando eficaces para pensar el presente, sino que, además, ambas son deudoras de las luces de la Ilustración–. Ahora bien, comprender eso, entender que hay algo principalmente afectivo en el voto a Milei, una especie de vértigo que –ante el miedo– termina provocando la caída, no nos exime de tomar posición, de actuar, de buscar las formas de transformar ese móvil reactivo, pesimista, doloroso en una alegría activa. No hay que estar triste para ser militante, decía Foucault. Yo no tengo la menor idea cómo se hace eso. Es decir, claro que con militancia. Mis dudas pasan por cómo transmutar el odio en amor, la visión apocalíptica en acción política. ¿Una especie de alquimia? En el fondo se trata de la pregunta que hace años nos hacemos en congresos de filosofía y de teoría política “¿por dónde pasan hoy las resistencias?, ¿cómo ejercer la resistencia?”. Pero también, me parece que en el fondo pasa por comprender que no hay una racionalidad que vota una propuesta, sino un miedo bestial que viene desde el fondo oscuro de nuestros bordes; y también: que no es discursivamente que podamos convencer a lxs otrxs. Que hay algo del orden de la praxis, de los lazos y del amor, que quizás tengamos que recuperar.


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