Eres tú, no soy yo
EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL YO [1]
Hoy en día asistimos a un auge de la lógica de la denuncia. El problema es el carácter y los alcances de la misma. Muchas son legítimas, no obstante el fenómeno pareciera ser el valor de la denuncia por sí misma, la defensa del acto muchas veces sin otorgarle igual o mayor relevancia al examen de la veracidad o pertinencia de lo denunciado y, sobre todo, del o de la denunciado/a. Se trata más bien de la denuncia desde una externalización pura. La exaltación del Yo tiene consecuencias. Me refiero a esta tendencia que observamos en incremento desde hace un par de años, que promueve un enaltecimiento del sí mismo condensado en pancartas como la del amor propio o el consejo de que el mayor amor en la vida debe ser uno mismo. Imperativo sospechoso pero sobre todo, aburrido. ¿El amor no era en tanto posibilidad de lazo? “Eros quiere el contacto pues pugna por alcanzar la unión, la cancelación de los límites espaciales entre el yo y el objeto amado” (Freud, 1926, pp. 116-117)[2].
En otras palabras, se ha invertido el no eres tú, soy yo. ¿Será esto a propósito de una mercadotecnia del amor? Los otros aparecen en un catálogo en el que demora un segundo –o menos– poder descartarlos. El asunto, por supuesto, no es el de que alguien quiera elegir: es el intento de operacionalizar una elección amorosa en base a un “checklist” de datos y fotos[3]. Quizás ahí queda plasmada la ilusión de la imagen que aparenta una completitud, deja fuera otros registros, y resulta justamente más horadada. Lo sabemos más por experiencia que por el psicoanálisis: todo aquello que se pueda traducir como información poco dice del interés amoroso, de la posibilidad de un encuentro y, menos aún, del deseo.
Actualmente (o quizás siempre, sólo que hoy de otra manera) el ímpetu es el de no dar lugar a la falla o distancia –en tanto diferencia, no calce–. Esta apología del Ego parece consistente con algo nada nuevo: la creencia de que existe un objeto. Dónde quedó la otra mitad. No habría nada en el sí mismo que “ajustar”, más allá de la velocidad para detectar que ese gajo no es y desecharlo para no demorar la búsqueda del que sí. No soy yo, eres tú el problema. Sin desmerecer que cada uno tenga derecho a elegir y que tampoco se trate de que sea cualquiera, la cuestión es la de preguntarse si habría una lógica común subyacente a distintas problemáticas de esta temporada. La etiqueta de “los tóxicos”, la masividad de las funas/escraches, la actitud clientelar del alumnado[4], los manuales de responsabilidad afectiva. Todas ellas, en su exacerbación, sirven tristemente a su contrario. El violador queda olvidado entre ciento cincuenta fotos de otros igualmente funados por dejar de responder mensajes o recurrir a chistes de doble sentido.
Sobre la masividad de las funas es muy difícil decir algo sin exponerse por defecto a ser funado. Por cierto habrá funas adecuadas y muy atendibles. Pero me refiero al pase que se dio a funarlo todo, cualquier cosa, incluyendo muchas veces la funa del otro que hizo algo que no nos gustó. Como si el hecho de que alguna conducta duela equivalga a que ese acto haya sido violento. He ahí el problema. O la funa por alcance sin saber nada de ese otro (casos en que se denuncia al compañero o amigo de un funado por compartir alguna instancia social, sin detenerse a evaluar si ha tenido efectivamente algún comportamiento deplorable). Se defiende la funa como acción, sin notar que en ello reproducen a veces lo mismo que acusaban: un acto violento, injustificado, que deslegitima por defecto toda defensa y genera un desgarro de la vida del otro. Lamentablemente muchos conocemos a algún paciente que fue injustamente expuesto en redes sociales. Una vez que la foto o la historia se publica, las consecuencias son inmediatas y poco susceptibles de reversión. Si se defiende, lo confirma. Si se calla, lo confirma.
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[1] Este escrito se continúa con la parte 2 Te amarás a ti mismo por sobre cualquier otro y parte 3 No eres tú, tampoco soy yo.
[2] Freud, S. (1926 [1925]). Inhibición, síntoma y angustia. En J. Strachey, Obras Completas de Sigmund Freud vol XX. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu, 1994.
[3] Metafórica y literalmente en las aplicaciones virtuales de citas. Pero pienso que va más allá de esas tecnologías. No sabría ubicar el sentido de una causalidad (la app como un reflejo, o bien causando un modo de vivir).
[4] Hay también allí un deslizamiento desde no someterse a un acto autoritario a que ahora muchas veces sean los profesores quienes quedan sometidos a cualquier externalización, exigencia y agresiones de alumnos y padres. Por ejemplo, en la lógica del reclamo inmediato cuando las notas no son las esperadas sin que haya una detención para preguntarse por la propia implicación en dicho resultado.