Otro Ñuñoa es posible
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Otro Ñuñoa es posible


Ya había ñuñoínos en el 1500, pero no en lo que hoy llamamos Santiago de Chile, sino en el norte, muy al norte, en Lampa, que tampoco es el Lampa de estos lados, sino cerca del lago Titicaca. ¿Hay lazos entre los Ñuñoa? ¿De dónde viene el nombre? ¿Qué tienen que ver en esto unas mujeres con cuatro senos? ¿Y el campus Juan Gómez Millas de la Universidad de Chile?


En el libro Sombras del imperio. La nobleza indígena del Cuzco, 1750-1825 (2009 [2005]), escrito por David T. Garret, puede leerse que el pueblo de Ñuñoa tuvo cierta importancia en el siglo XVI y que decayó durante la centuria siguiente. El pueblo se ubicaba en la provincia de Lampa que, a su vez, estaba entre las cuencas del lago Titicaca y el valle del Vilcanota.


Los ñuñoínos del 1500 se organizaban en las dos mitades usuales de los ayllus andinos, mandaban regularmente 90 mitayos al cerro Rico de Potosí y pagaban casi tres mil pesos de tributo. En la segunda mitad del siglo XVII, sin embargo, apenas un cuarto de la población eran ñuñoínos originarios, el pueblo se había llenado de “indios forasteros” y los antiguos curacas o caciques se habían esfumado.


Garret relaciona la decadencia de Ñuñoa con el crecimiento de Santa Rosa, un poblado cercano ubicado en el camino entre Potosí y el Cusco, pero también con la presión sobre los indios. De los caciques de Ñuñoa no hay tanta información como sobre la nobleza inca del Cusco, el tema del libro de Garret. Sin embargo, existe algo de información sobre una familia ñuñoína de apellido Tapara, porque sus miembros pretendieron y ejercieron el cacicazgo de la mitad de arriba de Ñuñoa durante todo el siglo XVIII y parte del XIX.


Todos estos datos los anoté en el año 2010, mientras investigaba junto a Ignacio Álamos para escribir lo que luego sería el libro Mapurbes y otros géneros en Santiago de Chile (1750-1800) (2022). Ninguno de estos varios datos me hizo perder de vista lo fundamental: que en la provincia de Lampa del siglo XVI, que ya sabemos dónde se encontraba, existía un pueblo llamado Ñuñoa. Hoy en día el pueblo es nombrado como Nuñoa, sito en el departamento de Puno. Cien kilómetros lo separan de Santiago de Lampa, “la ciudad rosada”. Según Wikipedia, Nuñoa tiene casi cinco mil habitantes. El artículo también nos advierte: “No debe confundirse con Ñuñoa”, y nos ofrece el consiguiente link a la comuna chilena.


Cuando me encontré con Lampa y Ñuñoa en el libro de Garret, recuerdo que pensé en el Lampa chileno y en el Ñuñoa donde estaba leyendo (porque allí estudiaba una licenciatura en historia). Hay un poco más de 30 kilómetros entre Lampa y el campus Juan Gómez Millas. Creo haber pensado en los mitimaes incaicos, o quizá sólo pensé que necesitaría revisar la bibliografía de los cursos de historia precolombina y de la conquista del reino de Chile. No hice nada de eso y en cambio me olvidé de todo. Hace unos días volví a recordarlo en razón de una conversación con Roberto Campbell, que además me puso a leer y a pensar otras varias cosas que anoto a continuación.


Hasta donde sé, sólo existen dos Lampa y dos Ñuñoa o Nuñoa, ambos topónimos forman un par en Puno y en el valle del Mapocho, y la etimología de ambos topónimos no nos ayudan, mucho, a pensar por qué existen específicamente en esos lugares cada uno de estos nombres. Sobre Lampa no hay duda de que su nombre procede de lampa o llampa, palabra quechua que significa pala o azadón. La voz es anotada con este significado ya en el año 1560 por fray Domingo de Santo Tomás en su Lexicon, o Vocabulario de la lengua general del Perú. Sobre Ñuñoa existe más imaginación libre.


En su libro de 1972, René León Echaíz afirma que Ñuñoa es una españolización de la palabra mapuche ñuñowe, que esta última palabra habría significado “lugar de ñuños”, y que los ñuños son unas flores silvestres que, aparentemente, habrían abundado en las tierras del antiguo pueblo de Ñuñoa. Una buena autoridad respalda a León Echaíz: Rodolfo Lenz propuso en el año 1910 la misma etimología para el nombre de Ñuñoa. Y sin embargo mi amigo David Núñez, muy versado en mapudungún, me dice que hay dos posibilidades, lo mismo en Ñuñoa, Maquehua, Rancagua o Codegua: que el wa sea una versión nortina del we de la Araucanía, o bien que estos nombres no hablen de un lugar con abundancia de algo o donde se cosecha o produce esa cosa, sino del bajo de un pequeño valle o de una quebrada (waw, en mapudungún). Como existen varios lugares con la terminación we en la zona central (pienso en el Tapihue de Casablanca), me contento pensando que Ñuñoa deriva de ñuñowaw, es decir “valle de ñuños.”


La etimología del Nuñoa de Puno es menos clara, y por lo mismo las posibilidades son más divertidas. David Palomino Puma nos ofrece tres versiones en su tesis de Licenciatura en Historia (2011). Lo primero es que, en quechua, ñuñu o ñoño significa ‘teta’, ‘mama’, etcétera. Así lo anotó Domingo de Santo Tomás en 1560 y así lo sigue traduciendo la Academia Mayor de la Lengua Quechua (2005).


Primera etimología posible, que Palomino recuperó de otra tesis del año 1966: “Existían ciertas mujeres con cuatro senos que vivían antiguamente en este lugar”. Segunda etimología posible, que toma de Uldarico Lima: “Cuenta la tradición que en una oportunidad cuando pasaban unos aventureros por el sector de Ñuñoa, encontraron a un niño que lloraba desesperadamente: ¡ñuñuway ñuñuway mamay! De dichas palabras quechuas derivó el nombre de Ñuñoa”. Nos aclara Palomino que el niño gritaba “¡Dame pecho, dame pecho mamá!”.


La tercera etimología posible incluye una leyenda. El nombre Nuñoa derivaría de una planta medicinal llamada ñuñu ñuñu. Una explicación semejante al origen del Ñuñoa chileno, aunque Palomino no nos explica cómo es que de la abundancia de ñuñu ñuñu pasaríamos al topónimo Nuñoa. El autor escapa hacia adelante con una nueva referencia al trabajo de Uldarico Lima: la gente de Nuñoa se habría opuesto a la expansión del Tawantinsuyu y, en las batallas a propósito, habrían logrado herir al Inca Lloque Yupanqui de un guaracazo. Por alguna razón, cierta mujer local, muy bella y diestra en la medicina, se acerca al inca para sanarlo usando la planta ñuñu ñuñu. El inca se enamora de la mujer, que se niega a revelar su nombre y luego desaparece. Entonces aquel inca, ya recuperado, le atribuye a esta mujer el nombre de Ñuñu (recordemos que significa seno) y, por otra razón misteriosa, el lugar que había guerreado contra el Tawantinsuyu comienza a ser denominado Nuñoa.


Para seguir con la tesis de Palomino Puma: me resulta llamativo que no haya aventurado cierta analogía entre los senos y los cerros. Este uso existe con cierta abundancia en castellano, y se me vienen a la cabeza, en este momento, las Tetas del Biobío. Quizá el Nuñoa de Puno tiene cuatro cerros, o quizá tiene tal abundancia de cumbres que la analogía resulta monstruosa. No lo sé. En la senda de Uldorico Lima y la tesis de 1966, también me imagino que el Ñuñoa chileno podría entenderse como una combinación de quechua y mapudungún: ñuñu + waw, con el significado de “valle de senos”. Aunque no puede decirse que Ñuñoa tenga (hoy) o tuviera (en el siglo XV) muchos cerros, no cabe duda de que en el Ñuñoa, y en general en el valle del Mapocho del siglo XV, sí se hablaba profusamente el mapudungún y el quechua.


¿Pero por qué existen Ñuñoas y Lampas en Puno y Santiago de Chile? Recordemos que el Tawantinsuyu parece haberse hecho presente en el valle del Mapocho tan temprano como la última década del siglo XIV, o al menos durante las primeras décadas de la centuria siguiente. Recordemos, además, que aquel imperio desterraba poblaciones enteras, con el nombre de mitmaqkuna (o mitimaes), ora para limitar sus posibilidades de rebelarse, ora para usarlos como colonos y facilitar la integración de un territorio determinado. Quizá sea el caso que nos interesa.


Sobre el Lampa precolombino hay más información que sobre Ñuñoa, en buena medida porque se trataba de un distrito muy importante, y así es descrito en “Mapocho incaico norte” (2016). Lo que no sabemos es por qué se habría duplicado el nombre de Lampa, ni qué tipo de relación habría existido entre las dos localidades homónimas. Quizá, como los españoles, la gente de los Andes centrales también nombraba en recuerdo de sus matrias, y sólo les faltó la oportunidad para que floreciera un Cusco de los confines, un Puno del Caribe, un Wancamayo antártico, etcétera. O quizá sí los hubo y quizá sí los hay.


Respecto de Macul, que también es un topónimo duplicado que existe en Santiago y en la provincia de Guayaquil, Stehberg y Sotomayor (2012) aventuran la posibilidad de que haya sido un nombre traído al Mapocho por ciertos mitimaes oriundos del norte. Podríamos pensar lo mismo de Ñuñoa. Nuevamente con Palomino Puma, que en esto cita a Cieza de León, la zona donde se ubica nuestro pueblo resistió militarmente el expansionismo inca a principios del siglo XV. Los que lograron sobrevivir fueron expatriados como mitimaes, aunque no sabemos a dónde. ¿Quizá al valle del Mapocho?


Aunque es tentador imaginar a los ñuñoinos de Puno cavando acequias para el Inca en el Mapocho, y bautizando con el nombre de su matria las tierras donde luego se ubicaría la comuna santiaguina, no deja de ser cierto que el topónimo funciona muy bien si intentamos entenderlo en mapudungún, y muy mal si intentamos entenderlo en quechua (¡al menos siguiendo la tesis de Palomino Puma!). ¿Será este un argumento suficiente para imaginar, en cambio, a ciertos mitimaes originarios del Mapocho instalados en Puno?


No es suficiente, aunque la idea es tentadora. Todavía nos falta explorar, al menos, la posibilidad de que el Ñuñoa de Puno tuviera su origen en el idioma aymara, o el puquina, y que el quechua llegara a ese poblado luego del destierro impuesto por el Inca. Por otra parte, sería maravilloso que los arqueólogos encontraran restos materiales en alguno de los dos Ñuñoa que permitan proponer una dirección al movimiento de aquellos mitimaes. Y hablando de posibilidades, se me ocurre que por vía de la genealogía podría hacerse otro tanto.


Para entusiasmar mi imaginación recuerdo que existieron otros movimientos llamativos de mitimaes incaicos, y menciono dos que no se acostumbra mencionar en las clases de historia: Churumatas, oriundos de Tarija (hoy Bolivia), que vivían en el valle del Elqui cuando entraron los españoles; y en contraste, “tomatas copiapoes” que vivían en Tarija durante el siglo XVI. Estos últimos llamaban a sus tierras “La Calama” y a dos ríos que las atravesaban: Erquis y Loa. Hay que consultar en estos asuntos a Mario Barragán, Iván Pizarro y Carlos Ruiz.


Acá viene la conversación con Roberto Campbell. La semana pasada caminábamos por Dr. Johow, hablando sobre los diaguitas de la arqueología y sobre los diaguitas recientemente etnificados, sobre los incas del Mapocho y sobre el new age filo incaico. A una cuadra de la plaza Ñuñoa se me apareció, como una inspiración, el recuerdo de Ñuñoa y de Garret y de todo lo que leíste en los primeros tres párrafos de este texto. Qué curioso, me replicó Roberto, y agregó que hace unos días le habían comentado sobre cierto juego muy parecido al palin mapuche que se practica en el Perú, y para más detalle ¡en el valle del Vilcanota! (no olvidemos que este valle es vecino de Nuñoa).


A los dos días Roberto me envió un capítulo sobre aquel juego, llamado chiwka, firmado por Benjamín Orlove (1994). Luego de leerlo me tenté imaginando lo siguiente: que la gente de Ñuñoa jugaba palin en el valle del Mapocho antes de la llegada del Tawantinsuyu, que lo siguieron jugando luego de desterrados en Puno, donde nombraron otra Ñuñoa, y que en el valle del Vilcanota quedó el palin, vivito y coleando hasta el presente. Pero la chiwka no sólo se juega en aquel valle.


Por vía de youtube, que bien nos sirve para viajar y hacer una etnografía pobre desde nuestros escritorios, se puede ver jugando chiwka a varios vecinos del pueblo de Sacaca, en Norte Potosí, zona quechua de Bolivia. Aunque la chiwka efectivamente tiene un parecido con el palin mapuche, no puedo dejar de pensar que el nombre de este juego parece un préstamo del español. Me reafirma la novedad de esta palabra el hecho de que no aparece registrada en los vocabularios quechua publicados en 1560, 1608 y 1619, y sí en el diccionario de la Academia Mayor de la Lengua Quechua (2005). ¿Será ocasión de recordar a los miles de desterrados mapuches, pero no por orden del Sapa Inca y su extensa familia, sino por el Rey de Castilla y las Indias Occidentales?


Qué atolladero.


Y entonces, ¿de dónde vino o a dónde fue Ñuñoa? Parece que no lo sabemos, por ahora. Me contento pensando que el cruce de datos peregrinos y la tentación de imaginar historias nos vislumbra un pasado ignoto. Y como queriendo hablarle al presente, ese pasado que conjeturamos también nos hace ver que otro Ñuñoa es posible.

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