Acupuntura
"Usted tiene mucha labia gualdada adentlo", dijo la china con una sonrisa entre tierna y estúpida. "Mucha labia, de muchos años, mucha, mucha labia". Rabia, codifiqué tras el segundo pinchazo. ¿O labia para tapar la bronca? Entonces no sentí las agujas, pero sí los pinchazos que agujereaban mi rabia.
La china recorrió mi cuerpo de pies a cabeza, trazando una coordenada sobre la cual intentaba sosegar mis temblores. ¿En qué lugar de esa trayectoria la rabia se convirtió en miedo? ¿En cuál de los meridianos, que, según me explicó, no eran puntos, sino ríos? Hilos de seda, dijo la china. Cada meridiano es un órgano, un elemento, un sentido, una secreción, un sabor, una estación del año, un punto cardinal, un planeta... La rabia está en el hígado, pero de ahí puede pasar al riñón, me dijo. Entonces la sangre se vuelve lenta, uno se congela, le duelen los huesos, le zumban los oídos, no retiene la orina, navega en aguas frígidas y mira hacia el norte bajo una luna mercurial.
Rabia tonta, tonto el miedo. Intenté recordar cuántas veces me gritaron ¡tonta! Y se me apareció la cara de mi viejo, esa vez que siendo niña me encaramé para hurgar en su clóset y se me cayó al suelo el whisky que mi padre escondía entre sus calcetines. La botella quedó convertida en trozos y astillas vidriosas. “Etiqueta negra, etiqueta negra”, gritaba él casi llorando. Y el suelo, alfombrado, siguió oliendo por varios días. Tras varias semanas de este memorable accidente, volví a entrar descalza a ese dormitorio prohibido y me enterré una astilla.
De todas estas cosas hablé con la china: tal vez sirva de algo.
Catalina Mena
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