El reverso del agua
top of page

El reverso del agua

Valentina Marchant (Santiago de Chile, 1988), ha publicado Tránsito Ciego y El reverso del agua (Editorial Comba, Barcelona, 2022). Actualmente reside en Barcelona, donde cursa un doctorado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (UAB) y co-dirige la Revista Saranchá, Atisbos de literatura iberoamericana actual.



hay nubes cargadas de lluvia en el cielo

pájaros que gritan en mi balcón

esta tarde roja


una mosca da vuelta en círculos

sobre dos cuerpos que descansan

sin el más mínimo contacto de sus plumas


el sol se proyecta débil en el piso

mostrando las huellas de una silla particularmente filosa

capaz de hendir la belleza de cualquier parquet


hay polvo cajas semiabiertas

por si falta meter algo más


algún cuchillo rezagado en la cocina

la posadera celeste del jabón para lavarse las manos

las flores de plástico que no supimos si tirar o no a la basura

es jueves es invierno el camión está a punto de llegar

y de pronto el cielo se abre

en un solo grito hondo


hay gaviotas que se estrellan contra los cristales

una lluvia marítima que cae lenta

toneladas de peces que descienden

en picada hasta mi balcón


y yo me pregunto por qué

han venido a morir justo aquí

a estas horas

y en medio de baldosas

que hace meses no barro.




*


no se puede ir contra el flujo de los ríos

contra el cauce que empuja a un cuerpo río abajo


esa mañana lo supe

amurallada contra el hambre

de las cuatro paredes de mi casa

lo supe

tras correr el velo de la cortina principal

y que el sol me diera

directamente en los ojos


ciega como estaba en realidad me acordé:


no se puede ir contra el flujo de los ríos

contra el cauce que empuja a un cuerpo

río abajo.



*



Partir. Qué palabra es ésa. Nadie parte fácilmente y nunca del todo. Algo queda flotando en el partirse. Una estela de sombra como rastro en el camino de los que se van.


Partir. Pienso en los muertos. La tierra que guardé en mis bolsillos. En los que abandonan la ciudad al mediodía, con las botas puestas y un manojo de llaves. En la tinta que queda impregnada entre los dedos, la marca de partirse estampada en una carta que nunca llegará a destino.


Nadie abandona fácilmente. Algo queda flotando. Retazos de cuerpos familiares que se aparecen en cada esquina. La mano que se acerca a saludar pero es otro el que voltea. El nombre, el apellido, la residencia. El intento desesperado de nadar a contracorriente:


el salto suicida del salmón, río arriba

en picada contra el cielo.



*


movía su aleta izquierda intentando decir algo

en la poza de sal, tras el diluvio

que lo dejó casi sin escamas


los ojos pequeños, levemente rasgados y doradísimos

igual que toda la animalidad solar que lo cubría


estaba herido de muerte y aún así

– o quizá por eso —

era hermoso


jadeaba

expelía el hedor propio del alga

que lleva mucho tiempo varada en la orilla


era un hilo de voz, un balbuceo insólito

que me llamaba en plena calle

que me llamaba por mi nombre en plena calle


a mí


o eso quise creer.



*


Besé a cada una de sus amigas. Hundí los pies en el agua y reconocí su flujo vital. El oro relampagueando entre los dedos, la imagen de una mujer dándome la espalda.


Y el sol, su altura sobre nuestras cabezas que miraban directo al vertedero.

Cómo decirlo.


Lo que estaba más allá, de la montaña, del vidrio y la copa que se ofrece cuando se camina desnudo, al descampado.


Apostamos sobre quién podía resistir más. Cuánto puede soportar el cuerpo sobre la arena caliente de los arrecifes.


El aliento que escapa. La imagen de un árbol que se incendia hasta la raíz. Los trozos de las manzanas que tragamos durante las noches. Su crujiente brillo. El jugo que se escurre. El poder que reside en los dedos para alargar el día, estirar las horas para desvestirse y nadar.


Besar a sus amigas, juntar a dos o tres peces en una misma habitación e iniciar la danza; del cuello, la mano que se hunde, los pies que navegan otro río, el gavilán y la gallina de los huevos de oro, riendo sobre mi cama.


El poder que tenía sobre mi cuerpo.

¿Era eso el amor?


Salir, con la blusa en la mano y el estómago revuelto. Ser igualmente culpable. Hundir los dientes en la piel de otro nombre que escapa.


Sentirse extranjera

incluso así

en la cama mientras llueve.



*


la aleta se incrusta se clava

es diente cariado áspero temblor

en el oído ciénaga

guijarro entre los dedos en la punta de la lengua

se atraganta

basura cósmica que quiebra

rompe parte


era su forma de callarse

su caliente animalidad era

hasta el fondo hilo negro

que no sangra no zurce

la garganta tan adentro

en las posturas más insólitas


debajo del agua en el techo la plaza pública

en la librería de la esquina

el baño el pasillo la escala

entre las obras completas de Trakl

y la pila de revistas agujereadas anónimas

Romances Medievales de segunda mano


sus escamas sus ojos su boca peluda

salpica endurece pezones uñas nalgas

las suyas las mías daba igual:


había que escribirlo

alguien tenía que escribirlo

porque el frío era mucho

y la lápida dorada de calor que nos cayó encima

era demasiado grande.



*


me dicen que no te humanice

que no te ponga rostro que te saque los lentes

y el jockey azul con el que te paseabas


que mejor trabaje en las distintas fases del pez

que te deforme mancha o grito

trazo de pez pájaro en la espuma


les digo que sé hacer eso

que lo he hecho muchas veces

que siento asco


llevarte, por ejemplo, a una playa

para dibujar un círculo en la arena y luego

quizá un triángulo para coronar tu partida

al otro lado del muro


pero no basta con decir que los peces

amanecieron muertos en la puerta de mi casa


o que tengo una extraña obsesión

por coleccionar ojos de peces muertos que caen

en las puertas de casas que no son mías


no basta y por eso la prosodia


podrías, en realidad, llenar cualquier hueco

convertirte en cualquier forma ahora que no estás

y te someto al ejercicio de las figuras


ser un cisne que olvidó ocultar su cabeza en el agua

o una extraña gaviota

que vuela en sentido contrario a la orilla


hasta perderse

en esa línea difusa que no es mar

pero tampoco cielo.



*


he visto tantos barcos partir

tantas velas ondear y expandirse

hasta el horizonte amarillo del sol ciego


los barcos parten

algunos vuelven

otros simplemente se van


los fantasmas recogen mi cuerpo

en noches de lluvia

se sientan

al borde de mi cama cuando duermo

o finjo dormir


esa intermitencia de estar

de no haber sido

la posibilidad de ser

una cosa y luego otra


palabras que no alcanzan a zurcir

el despeñadero

de la ola que estalla

y se recoge


barcos que vienen y van

en el devenir de los días

piedras lanzadas en un camino

trazado por otra mano invisible

que enmudece


un atardecer rojo

atravesado por la espuma


mis pies

al borde del mar

de otra sombra que se parte


el único cuadro que pinto

y clavo en la pared


como un recordatorio inútil

o un señero deforme

de la evanescencia.



El reverso del agua

Valentina Marchant

Editorial Comba, Barcelona, 2022



bottom of page