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José Carlos Ruíz: el filósofo elegante

Su último libro Incompletos: Filosofía para un pensamiento elegante es una respuesta a la angustia de estos tiempos acelerados y confusos.  En él, el filósofo español José Carlos Ruiz defiende cualidades que hoy están pasadas de moda, como la discreción, el secreto, el respeto, la cortesía y el autocontrol. “Puede sonar arcaico, pero construirse como un sujeto elegante es una alternativa”, dice.  

 

Ser “elegante” no tiene que ver con un rasgo asociado al estatus social. Etimológicamente la palabra viene de elegire. “Elegante” sería, en rigor, un sujeto que sabe elegir bien, que ha formado un criterio propio para evaluar y seleccionar los estímulos el mundo. Resumen: un sujeto elegante es aquél que practica el pensamiento crítico. Algo que, a juicio de  José Carlos Ruiz, se echa en falta en estos tiempos.

 

El filósofo está convencido de que pensar críticamente es una práctica que puede y debe enseñarse y, por eso, se ha empeñado en introducirla como materia en las aulas escolares de Córdoba, ciudad donde se formó y donde vive junto a su mujer, educadora infantil, y dos hijos adolescentes.

 

Fue en esa preciosa ciudad de Andalucía, donde se doctoró especializándose en Filosofía de la Cultura y Pensamiento Crítico. Durante 20 años fue profesor en un liceo y en los últimos años comenzó a escribir con una marca de autor. La academia lo reclutó y hoy es profesor universitario a tiempo completo.

           

En 2017 sacó el libro De Platón a Batman, una guía para educar niños integrados, que sepan tomar decisiones, acompañados por las ideas de los grandes filósofos de la historia. Al año siguiente publicó El arte de pensar, seguido por El arte de pensar para niños.  En 2021 sacó un libro más autoral que los anteriores: Filosofía ante el desánimo Allí rastreaba algunos factores de la insatisfacción actual. Y, hace poco, publicó Incompletos: Filosofía para un pensamiento elegante, donde propone elementos para la construcción de una subjetividad que nos permita elaborar respuesta propias ante las situaciones de la vida.

 

De la mano del filósofo Gilles Lipovetsky, sobre el cual hizo su tesis de doctorado, José Carlos Ruiz se refiere a la época actual como la “hipermodernidad”, un momento marcado por la aceleración del tiempo, la globalización y el imperio de lo digital y las redes sociales. Un ambiente cultural que está favoreciendo la impulsividad, el empobrecimiento del lenguaje, la literalidad, la exacerbación de las emociones, el fanatismo, la pérdida de serenidad, el culto a la personalidad, la ansiedad y la confusión, entre otro temas.

 


Tú has dedicado mucho tiempo a diseñar actividades para que los escolares configuren un pensamiento crítico. ¿De qué se trata eso?

Esto parte de un diagnóstico en el que, junto a mi mujer, vimos que los niños de 3 años han reducido muchísimo su capacidad de lenguaje y su creatividad. Chicos que se han criado mirando videos en internet donde se les entrega todo resuelto en un tiempo mínimo. Los niños actuales hacen menos preguntas que hace 15 años y se aburren más rápido. Necesitamos que los niños comiencen a pensar con criterio. Si conseguimos que sigan asombrándose ante lo que le rodea y haciendo preguntas, podemos comenzar a trabajar en ello. Se ha perdido el asombro que viene de la propia experiencia con el mundo, en vivo y en directo. Un viaje que hacías por primera vez a un lugar era algo asombroso antes de que la globalización inundara el criterio. Hoy vas a viajar a París y desde el ordenador te metes al hotel, ves la habitación, ves el restaurante y hasta puedes elegir el menú. De manera que cuando tú llegas París, tu asombro es ínfimo.

 

¿Y en la práctica como trabajas esto?

Lo que hacemos es que los profesores y la familia ayuden a ejercitar el asombro de lo cotidiano en los niños. Por ejemplo, que de camino al colegio vayan mirando lo que les rodea y preguntándose por eso. Y también les damos herramientas para ayudar a los niños a hacer preguntas.

 

En tu último libro hablas de la hiper emocionalidad como un peligro.

Eso es lo que estamos viendo, que todo pasa por la emoción. Se nos insta a creer y desear lo que nos produce emociones intensas, y eso nos vuelve fácilmente manipulables. Por otro lado, la idea de “felicidad” actual se asocia a esas emociones gratificantes y se ha externalizado. Hoy día hay ministerios de la felicidad y departamentos de felicidad en las empresas. Se ofrece como un paquete homogéneo, una serie de condiciones que todos deben alcanzar, independientemente de sus circunstancias biográficas. 

 

¿Puede seguir llamándose a eso “felicidad”?

Yo le tuve que buscar otro nombre y le puse Postfelicidad, porque el concepto ha cambiado radicalmente. Antes de la globalización la felicidad era un concepto secundario, era una consecuencia de la vida y no un objeto a conseguir, como es ahora. Desde Grecia hasta el siglo XX esta idea no varió mucho. Para Aristóteles era el desarrollo de las potencias y virtudes del sujeto y, Kant, dos mil años después, dice que es el agrado de la vida que te acompaña durante toda la existencia de manera virtuosa. Es decir, no son muy diferentes las definiciones. La felicidad es el resultado de un trayecto de vida virtuoso y está asociada a la construcción de la propia vida. Antes era un proceso reflexivo  y subjetivo. Hoy la “felicidad” no tiene nada que ver con la virtud ni tampoco con un proyecto personal, sino con un modelo de satisfacción de deseos. Cuando el sujeto está movilizado de manera inmediata por la emoción, todo el sistema va en función de eso. Esto no es algo nuevo, los publicistas y comunicadores siempre han sabido que  si acuden a las emociones primarias, al llanto o a la risa, van a tener enganchado al consumidor.  Pero ahora es muy sofisticado, porque las herramientas de inteligencia digital permiten manipular de manera mucho más efectiva los apetitos emocionales y además, por la rapidez, no dejan espacio a la reflexión.

  

Por otro lado, el sujeto hipermoderno está expuesto a muchas ofertas, hasta puede elegir una pareja entre múltiples opciones.

Y ahí hay una gran trampa. En la sociedad actual hay una asociación extrañísima entre opcionalidad y libertad. Pero, en efecto, la eclosión de opciones es paralizante cuando no tienes jerarquizados tus valores y categorías vitales, es decir, no tienes un criterio claro para elegir. Y, por otro lado, el 90% de las opciones que se presentan están fuera de las posibilidades reales de un sujeto y por ahí nuevamente se filtra el desánimo. 

 

Y además muchas de las decisiones no las está tomando uno, sino el algoritmo.

Por eso es importante fortalecer el propio criterio. Y eso es difícil porque se ha perdido el relato biográfico. La biografía te anclaba a un contexto y a una circunstancia que determinaba tu criterio. Esa biografía se construía en la convivencia con otros, en relatos que surgen de vidas que se entrelazan. Cuando la presencia en vivo y en directo está cada vez más disminuida, le estás quitando al sujeto el anclaje biográfico.


Claro, la biografía no es lo que uno dice de sí mismo, sino también lo que dicen distintas personas que han convivido con uno. Porque uno puede vender cualquier cuento sobre uno mismo. 

Pero estamos en una época en que lo verosímil le ha ganado la batalla a la verdad. Con que parezca cierto, con que parezca posible y con que sea emocionante, ya es creíble. Hay que distinguir entre autobiografía y biografía. Hoy estamos en bajo el mandato de la autobiografía. Estamos viendo como las personas en sus redes sociales potencian su propia historia para que el resto las vea como quieren ser vistas, en un proceso unilateral. Pero en el proceso biográfico es la comunidad la que construye tu imagen.

 

Otra cosa que tú señalas es la importancia de recuperar la filosofía como instrumento para la vida.

Es que la filosofía abandonó el estudio de la felicidad. Aristóteles, Platón y Epicuro hablaban de la felicidad. En Grecia las escuelas de pensamiento eran escuelas de vida, personas que se juntaban a pensar colectivamente para  aplicar esas ideas a la realidad, a cómo vivir juntos, a la amistad. Hoy día tenemos la autoayuda, que ya la palabra me parece terrorífica, porque es "ayúdate a ti mismo". Es decir, se le quita la idea del colectivo. Y en este proceso de "autoestima" y "autodesarrollo" las personas se esfuerzan mucho por conseguir metas que se imponen como ideales, olvidando su entorno y sus contextos. 

 

Además que los mismos filósofos que están en la academia se han puesto en el Olimpo, se han presentado como unos seres difíciles e inalcanzables...

Claro, ese erotismo es muy fuerte. Quién va a querer renunciar a esa imagen tan erótica del gremio de los filósofos. Los que nos hemos ido por la tangente y hemos buscado llegar a un público más masivo no tenemos muy buena prensa dentro del gremio académico. Pero eso ha ido cambiando después de la pandemia, porque la autoayuda no era suficiente y muchos medios de comunicación acudieron a filósofos y filósofas para que dotaran de sentido lo que estaba sucediendo. Ya Chul-Han, que es best seller en Europa, desde el libro La sociedad del cansancio venía ofreciendo un diagnóstico de la sociedad. Yo no te puedo ofrecer recetas de cómo vivir, porque no conozco tus circunstancias, pero puedo hacer un diagnóstico. Entonces el lector puede ir identificando problemas para, desde ahí, buscar sus propias soluciones. Me parece que la filosofía puede ofrecer una diagnosis que permita poner en marcha procesos de autoconocimiento. O sea, la filosofía sirve para identificar el problema, pero no ofrece soluciones estándar, porque cada persona tiene circunstancias diferentes. Por ejemplo, tú tienes un problema con tus hijos, o con tu pareja. Y en la conversación filosófica puedes descubrir que tu idea del amor, o de la familia, o de la felicidad está descompensada. Dar el paso hacia las ideas abre una posibilidad de abordar los problemas.

 

Otra distinción que surge de la lectura de tu libro es entre emoción y sentimiento.

Claro, porque no se trata de eliminar la emoción, sino de procesarla. El sentimiento implica pensar la emoción y si consideramos que es importante, sostenerla en el tiempo. El sentimiento de amor que tengo con mi pareja es algo que debo reflexionar  constantemente y si consigo extraer lo mejor de esa reflexión, me sigo sintiendo enamorado. Pero no es una emoción. La emoción es leve, pasajera, se evapora. El sentimiento requiere tiempo, y eso es lo que más escasea hoy. 

 

¿Y tú eres sentimental?

Totalmente, pero soy muy básico emocionalmente, no tengo un gran abanico de emociones. Hay una definición muy bonita que se le atribuye a San Agustín y que dice "la felicidad es seguir deseando lo que uno ya tiene". Eso de proyectar el deseo hacia algo que viene del pasado, me parece que es una solución maravillosa. Si tú quieres a tu hijo y proyectas ese amor al futuro, es probable que crezca. Lo mismo puede pasar en cualquier relación. La convivencia es algo que se da día a día, y la puesta en valor de las relaciones que ya tenemos requiere de un pensamiento constante. Pero eso es difícil, porque la novedad se vende muy bien, impulsa a la curiosidad, a algo por conocer. 

  

Regresemos a la idea de elegancia 

La elegancia es saber elegir. No es un tema exclusivamente estético, es un tema ético también. Tiene que ver con cómo te comportas, cómo hablas, cómo piensas. Incluye la serenidad, la capacidad de no espolear al otro, de comprender al otro, la capacidad de guardar secretos, la discreción, la reserva de la intimidad, el valor de la imaginación. También apela a un pensamiento jerarquizado.

 

Oye, pero mirando esto como una película, el sujeto elegante sería un personaje que vaga solitario en medio del caos hipermoderno.

Pero, por suerte, hay muchos sujetos elegantes, que lo llevan bastante bien. Yo tengo amigos elegantes. 



 

 

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