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Leo y releo las Teorías de Bruno Montané

Es evidente que se trata de teorías filosóficas y poéticas. Pero en el caso de este libro eso sería una reducción. Hay algo más que me hace volver a estas teorías como a un recetario de cocina, sin orden en particular, dependiendo del antojo o de las cosas que ese día haya en la despensa. Estoy convencido de que se trata, por ejemplo, de consejos prácticos para la vida cotidiana y, por ende, para el espíritu, pero no es un libro místico. Puede ser un manual hecho a la medida de quien duda y se ha iniciado en el oficio de relativizar todo, pero no es un instructivo. ¿Qué son las teorías de Bruno Montané sino aparatos que, sin buscar la verdad, la muestran? Estudios profundos de un observador de su tiempo —monje taoísta, ermitaño, de seguro perteneciente a la dinastía Tang, autodidacta, evidentemente vagabundo y sabio— que se ha especializado en el estudio de los dioses de las cosas pequeñas y que es perfectamente consciente de que en el proceso de medir altera lo medido. El efecto de este libro es similar al de una vacuna: uno debe infectarse de sus teorías para inmunizarse contra ellas y crecer más seguro.


Cada teoría lleva una carga fotónica propia y, al leerlas en su conjunto, es posible medir cuánta energía traen consigo, determinadas por la luz que irradian en nuestro espíritu.  Interactúan con nuestra experiencia, logrando que nuestros pensamientos tomen direcciones insospechadas. Por lo tanto, las teorías parecen planteadas usando el asombro como el primer motor de cada postulado y uno siente la necesidad de reducir las verdades a verdades anteriores y, estas, a su vez, a verdades primigenias. El no saber como base de cada teoría y el área geométrica de la página en blanco como el límite de cada verdad indemostrable, pero contenedora, como un acto de fe. Pero no todo es luz con sus teorías. Por momentos es necesario perturbar a la teoría para que expanda su sentido cabal que también implica oscuridad; es importante no saber dónde está ni a dónde se ha ido para encontrarle sentido: «El nombre es la materia concentrada de la carne y la vibración de la vieja respiración o del abismo ya ganado», dice una de ellas; «aquello que sucede en nuestra mente mientras poco a poco, nos hacemos conscientes de la transformación de las cosas, los conceptos o la feroz mutación de las bestias», dice otra. Las teorías de Montané son el milagro de escuchar lo que nunca se verá.


No sé bien qué puedo aportar yo mismo con la lectura de las teorías, pero sé que alivian lo que ellas mismas hieren en la reflexión de la condición humana.

Desde hace un mes, llevo el libro de Bruno en mi bolso. Leo y releo las teorías en distintos parajes esperando que el movimiento descubra algo que aún no logro asir. Teoría no de lo que fui, sino de lo que pude haber sido. Un escudo luminoso que invita a mi ejército unipersonal a asumir que no es necesario luchar con el devenir ni con la estocada final de encontrarse frente a una silla vacía donde descansa su futuro.


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Sobre algunas de las Teorías de Bruno Montané


Teoría de la continuidad. Esta es una teoría del ritmo y la velocidad de la materia poco a poco humanizada, es decir, de aquello que, para entendernos, hemos decidido llamar Naturaleza. Es una teoría del valor y la incertidumbre, una teoría de personas mal pagadas a quienes, de manera ontológicamente absurda se les imputa la otredad y su extranjería. Por lo tanto, es una teoría profusamente social, una teoría de la raíz y la consecuencia de nuestros actos; es, en suma, una teoría de la compasión y del sentido de conciencia con el que deberíamos tener el valor de asumirlo todo. Teoría que relaciona, comunica, liga y conecta, y que une todo aquello que deviene luz y sombra empotrada y que, sin embargo, es flexible en la difusa o dura trayectoria del tiempo. Como decimos, se trata de una teoría de percepciones y constataciones, de evidencias epidérmicas, gustativas, visuales, olfativas, auditivas y cognitivas; una teoría de tránsito del sujeto en el mundo, una hipótesis del ombligo que se ilumina e incendia en la continuidad de la intemperie o en las olvidadas noches amnióticas. Es una teoría de la fluidez y la precisión, una teoría del latido de los actos y de la repetida velocidad de las cosas, una teoría del «comienzo y sigo, aunque no sepa qué viene después», del «ya cae la noche y hay que encender las fogatas». Una teoría de infinitas palabras que no acaban, una teoría de frases y raras canciones sin un verdadero final.

 

La teoría de la culpa parece desenvolverse con un aire minuciosamente dramático. Impregnada de un humor y una humedad notoriamente psicológicos, nos empapa con su peso dudoso y eterno y, sumergida en un lago claroscuro y circular, flota e intenta nadar en la noche del tiempo humano. Podríamos decir que se trata de una teoría del esqueleto y la sangre, del barro y la esquiva sonrisa; una teoría que asume su propio peso paseándose por los pasillos de su palacio invisible, revolcándose en el duro suelo de barro de su choza real y arquetípica. Es una teoría del reflejo y la inmersión, de la fermentación y las respuestas; una teoría que —aún no lo sabemos a ciencia cierta— quizá ha tenido un problema o colisión con el lenguaje, con su piel, con lo que interpretamos como su esencia, su corazón o su puño de hierro, que brillan helados en el centro de aquello que magnánimamente podríamos llamar las posibilidades de la vida. La escuela de la culpa es la de los errores y la infamia, la pedagogía vital de lo fallido sobre la que nadie se atreve a sacar conclusiones o beatíficas moralejas. Salvarse de ella es una tarea de malabaristas cotidianos, de un generoso fluir de la sangre y las refractarias neuronas. La psicología y otras religiones proclaman saber mucho de este asunto, sin embargo, el resplandor y la gravedad del mundo ofrecen otras explicaciones para la permanente opacidad de esta teoría.


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TEORÍAS
Bruno Montané
Libros del Pez Espiral
Colección Mantarraya
Santiago de Chile 2024

 

 

 

 

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