Te recuerdo, Amanda
El periodista chileno Patricio de la Paz presentó la historia que escribió una de sus alumnas de taller de escritura, Amanda Marton Ramaciotti, hoy convertida en editora de la revista Anfibia. En “No quería parecerme a ti”, Amanda arma la ruta de la esquizofrenia de su madre desde la medicina, el amor y los miedos de una hija.
Supe de esta historia hace seis años. Amanda llegó a uno de los talleres que yo daba de escritura de historias reales, donde prácticamente todos los participantes elegían contar historias familiares. Amanda no hizo eso desde el comienzo: partió la primera sesión diciendo que quería escribir la historia de unas chinchineras.
Cuando escuchó los temas de sus demás compañeros —todos mezclados con sus propias biografías—, y reflexiva como ella siempre es, se me acercó al fin de la reunión y me dijo:
—La verdad, la historia que yo debería contar es la de mi madre, y la mía con ella.
Me dio algunos detalles, que eran tremendos. Recuerdo que le dije:
—Ésa es tu historia, la que deberías escribir, pero una cosa: si lo haces, debes sumergirte profundamente en ella, aunque te duela; porque no hay otra forma de contarla.
Quedó de pensarlo. A la cita siguiente, una semana después, me dijo que lo haría.
El texto que salió de esos meses de trabajo ya era inmenso. A todos nos impresionaba que Amanda leía cada semana sin que siquiera se le quebrara la voz, mientras a todos se nos hacía un nudo en la garganta y se nos aguaban los ojos. Ahí estaba lo que Amanda leía: la historia de su madre con esquizofrenia y cómo esta hija única lo iba registrando en el tiempo: primero con la inocencia de una niña, luego con la incomodidad de una adolescente y finalmente con las reflexiones de una adulta.
Y estaba además la cuenta regresiva, el temor de Amanda: lograr llegar ella misma a los 30 años sin tener los brotes que le había visto a su madre; porque si pasaba esa edad -explicaba en su texto- ya el riesgo de tener esta enfermedad sería el de cualquier ser humano sin la amenaza de la herencia encima. En ese tiempo, Amanda tenía 25.
A mí lo que más me conmovía en ese entonces, y me sigue conmoviendo hoy, era su gran coraje para contar lo que inevitablemente reabre las heridas.
Ese mismo 2018 publicó el texto en Anfibia, la revista digital argentina de la que hoy, sorpresas de la vida, ella es la editora en su versión chilena. Pero eso no fue suficiente. Tenía tanto más que contar, tanto más que buscar, tantas preguntas aún por responder. Entonces Amanda supo, sin que nadie esta vez se lo dijera, que tenía que escribir esta historia en formato largo. Y se metió con todo a esto, con mente y corazón, como siempre lo hace.
Reconstruyó con más detalle la historia personal, como quien arma un rompecabezas, con piezas repartidas aquí y allá, sin la seguridad de encontrarlas todas. Entrevistó a su madre, Cecilia; a su padre, Andrés; a familiares; a amigos; al doctor Joao. Recopiló también información médica precisa, antecedentes de la enfermedad, más testimonios, historiales completos de farmacología y sus efectos, datos sorprendentes. Y así nació este libro, No quería parecerme a ti, que en sus páginas mezcla crónica, ensayo biográfico y divulgación científica.
Uno de los muchos méritos de este libro es que sitúa una historia particular -la de su madre, que es también la de ella- en un contexto mucho más amplio, lleno de información, que la hace finalmente una historia universal que nos abarca a todos y que genera un debate amplio sobre esta enfermedad que siempre parece incómoda. Inevitablemente, este libro también pincha al lector: lo lleva a cuestionarse una y otra vez cómo ha sido su mirada a la esquizofrenia, cuántos prejuicios carga, cuánta generosidad le ha faltado para pararse frente a un tema que afecta a muchas familias.
Y quisiera apuntar otro mérito, que no es fácil: al escribir el libro, Amanda muchas veces deja de lado ser la hija y le da paso a la autora: una periodista contundente y rigurosa que investiga, que junta datos, que repasa autores y que frente a los protagonistas -que son su propia familia- se para con una distancia y una solidez donde no pesan ni fragilizan los lazos de sangre. Sé, como ser humano y como periodista, cuántos esfuerzo hay que poner en ello.
Por eso digo: a mí lo que me más conmueve es el coraje de Amanda. Pero cuando le he hecho ver la valentía suya en estas páginas, ella siempre me responde lo mismo: no, no es valentía, es solidaridad.
Este es un libro donde hay confesiones, hay críticas, hay mea culpas. Hay miedos. Hay ajustes de cuentas. Hay rabia, hay tristeza, hay comprensión. Hay ganas de abrazar y hay ganas de gritar. Pero, sobre todo, hay amor. Finalmente, esta es una historia de amor de una mujer que mira a su madre; su mainha, como cariñosamente la llama Amanda. Como si eso fuera el mejor refugio para recuperar la calma y aceptar, sin dramatismos, lo que les toca.
Escribe Amanda en el libro: “Me gusta pensar en que la vida puede crecer alrededor de su diagnóstico. Lo pienso como si fuera un árbol con una cicatriz en el centro. La cicatriz es un recordatorio de algo que cambió, o se perdió, y es una parte integral del árbol. Al igual que su enfermedad se convirtió en una parte inherente de nuestra familia”.
Una última cosa que me parece pertinente. El título del libro, que es provocador, es apenas la radiografía de un momento. No hay aquí, como podría pensarse al ver la portada, una hija en pugna con la madre, sino todo lo contrario. Queda clarísimo hacia el final del libro: Amanda estalla en carcajadas sonoras y felices —tan suyas, pero tan parecidas también a las que tenía su madre antes de que la esquizofrenia se presentara en su vida— y el padre le comenta algo sobre ese detalle que, claro, es mucho, muchísimo más que un detalle.
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