Un lado a cada lado de la palabra ella partida en dos
Ella extraña en el espejo un color que aparecía a la altura de los ojos. Extraña que el baño sea sólo espejo. Encontrarse en un olor desconocido, en un reflejo en el que debe adivinarse. Cada vez más tenue. Como si se desvaneciera. Es el polvo de tus muertos, escuchó alguna vez. Alguna vez parece antes de ayer, pero ha pasado mucho tiempo porque ella es tiempo prestado. Tiempo heredado y de reserva que dejó en custodia para que no pudiera escapar. Pero escapó.
Entonces se acurruca. Se tiende a esperar en el suelo. Y el cuerpo grita. Soy el cuerpo, dice, ¿no me reconoces? Ella cierra los ojos para decir no. Los aprieta como una puerta que se cierra para siempre. Las llaves van pasando de bolsillo y detrás se empujan los muertos. Golpeando. Pero el sonido que silba en el oído es más fuerte y los golpes se pierden en el ruido blanco del audífono.
Todas las deudas pendientes están saldadas, cómo entonces el debe aumenta. El haber son hojas caídas de los árboles. Restos en bolsas negras que parten en camiones de basura. Quién sabe dónde. Lo sabe bien. Es el espejo quien habla al público de los espejos, van al vertedero. Donde las queman. Como las cenizas de tu padre. Como el polvo de los huesos de tu madre con el que te atragantas al desayunar. Como el cuerpo carcomido de los que están próximos a irse al otro lado de la puerta.
A nuestra gente se la lleva el tiempo. Y los borra.
Su piel se eriza. Eso fue un escalofrío. Y se encoge más. Se aprieta tratando de juntar las partes. Que los pies no se marchen por el pasillo. Que las uñas no le arañen la cara. Que la cabeza no flote a la altura del lavabo. Ella tira de la cuerda y la devuelve a su lugar. Sobre los hombros. Queda al revés, mirando por la espalda.
Todos los días son una destrozo. Las palabras dejan frío al paisaje. Sólo la dinamita lo conmueve. Entonces ella parte la palabra el-la en dos. Construye. Se concentra en decidir de qué lado debe colocarse. Ningún pensamiento se mueve. Cada idea se atrinchera esperando el jaque. Para acordarse corta un mechón de pelo y lo guarda en una caja. Así sabrá a qué huele su interior. Ponerse trampas es anticipar los duelos. Le responde una polilla que sale del armario de su cuerpo. Revolotea y se estampa varias veces contra la lámpara. Después se queda quieta y la mira desde el techo. Tiene muchos ojos. Ella sólo dos. Ambas sienten asco.
La metralla en el oído aumenta, estalla y hace silencio después. El baño es un cubo hermético, como un taper de cocina, un lugar seguro para pasar de página. Así se entiende lo sobre entendido, qué lado es cada lado de la puerta. Qué parte del cuerpo se llevarán esta vez. No se puede hacer verbo de las grietas que rasgan las juntas de los azulejos por donde se escurre el agua ni regar la raíz de los itinerantes. Raíces leves y aéreas como las de las plantas parásitas que se aferran a cualquier árbol para sobrevivir.. La flor extravagante es solo parte de su circo.
Respira. Recuerda tus lecciones, recita en voz alta aunque no puedas respirar: “En 1650, Otto von Guericke inventó la bomba de vacío usando los Hemisferios de Magdeburgo. Von Guerick estudió los tratados de Pascal y Torricelli sobre la presión atmosférica. Con su bomba hizo una espectacular demostración de la inmensa fuerza que puede ejercer la atmósfera. Ante un atónito grupo de colegas, mostró que cuando dos hemisferios de cobre de 50 centímetros de diámetro perfectamente ajustados se unen formando una esfera y se hace el vacío en su interior, ni siquiera dos postas de ocho caballos tirando de la esfera pueden separarlos”.
Era eso. La presión desollando la carne. La presión reventando los nudos de los nervios. Suelta el aire. Recuerda tus lecciones. Ella se extraña del vacío. De Magdeburgo. Le extraña ver a su madre con la esfera llevándose un dedo a la boca para indicarle que no hable. Cállate, dice. O mátate. Sólo el silencio dignifica. Después la madre se arregla las cejas, llena la bañera y se tiende dentro con cara de muerta para que alguien cierre el ataúd.
Suficiente. Ella desconecta el audífono. Hay un lado a cada lado del ruido. Todavía hay un lado a cada lado de la palabra ella partida en dos. Cierra los ojos porque cerrar los ojos es no. Y los aprieta en un no definitivo.
Hora de recoger las sobras. Dejará un reguero de migas para orientarse. Cuando consiga levantarse se duchará. Se restregará bien el cuerpo con jabones y perfumes antes de vestir la máscara.
A partir de ahora llámame A. Porque me estoy reduciendo.