top of page

El sexo, ¡estúpido!


 

1.La sexualidad es satisfacción.

 

La sexualidad en el psicoanálisis es indisociable de la teoría misma. Hay memes que abordan este tema y psicoanalistas que llamaré "love washing", quienes se defienden diciendo: "No se trata de esa sexualidad, sino de otra sexualidad". Pero nunca aclaran cuál. ¿Existe otra sexualidad? Cuando Freud habla de sexualidad, se refiere al placer relacionado con la satisfacción, y lo ubica como un elemento central de su teoría.

 

En su teoría de la sexualidad, uno de los más grandes aportes teóricos de Freud a la humanidad es la distinción entre sexualidad y reproducción, otorgando una libertad a las formas de satisfacción como nunca antes se había concebido. Reproducirse es, en el mejor de los casos, una de las múltiples metas de la sexualidad. Los placeres parciales son todas aquellas experiencias de satisfacción que se apuntala -diría Freud- en una zona del cuerpo y en una necesidad que, inicialmente, es básica, pero que se transforma en el encuentro con el objeto y la cultura: hambre, sed, esfínter, etc.

 

La satisfacción sexual puede tener diferentes objetos y circuitos, por lo que aquello que define su "normalidad" refiere más bien a la flexibilidad. De hecho, la "salud" en el plano sexual tiene más que ver con la capacidad de disfrutar en múltiples escenarios que con la posibilidad de un orgasmo adulto, genital y en una relación afectiva. Marilia Aisenstein ejemplifica esto magníficamente en un ensayo sobre el Marqués de Sade, donde ubica la perversión, si es que la hubiera, no en las prácticas sadomasoquistas por las que se le conoce, sino en su necesidad de escribirlas: “Si Sade transgredió algo realmente, no fue la ley, pues cada vez se sometió al encarcelamiento. Sin embargo, tenía la ambición y la voluntad de escribirlo todo sin moderación, aun pagando por ello el precio de su libertad”.

 

 

2. El sexo es revolucionario.

 

Es importante señalar que estamos hablando de sexualidad y no de amor, porque el amor nunca ha estado en el centro del dispositivo analítico. Aunque sea fuente de sufrimiento, nadie sabe realmente qué es el amor y, la verdad, es que el amor, la mayor parte de las veces, no tiene mucho que ver ni con el placer ni con la satisfacción; más bien se padece. Se padece el amor pues pone de manifiesto aspectos muy inconscientes relacionados con la dependencia, la incertidumbre y el miedo a la pérdida.


El sexo, a diferencia del amor, sí se disfruta, o debiera disfrutarse, porque el sexo es la vía regia de la satisfacción de las pulsiones y, por lo mismo, tiene ese carácter revolucionario. Así lo reconocieron Marcuse, Reich, Foucault y otros tantos. Ese carácter revolucionario del sexo es lo que ubica, a su vez, la necesidad de su represión y/o condena social. Tanto es así que los dispositivos morales nunca han desestimado su poder, a diferencia del amor, al cual se le atribuyen toda clase de bondades. Nunca se ha prohibido el amor a las mujeres, pero sí se les ha prohibido el sexo. Nadie ha negado el amor en la infancia, pero sí la sexualidad.


Las personas realmente no se enferman por amor, no tienen fijaciones de amor ni dificultades exclusivamente para amar. Las dificultades con el amor en el psicoanálisis deben interpretarse como problemas en la conformación de la estructura y, por ende, del recorrido histórico/pulsional de los sujetos. Las personas se enferman, tienen fijaciones y dificultades con la sexualidad. El placer es uno de los objetivos de la sexualidad, aunque no el único; la pulsión de muerte y la agresión también pueden descargarse por esa vía. La sexualidad asusta, hace ruido, desconcierta. Para los seres humanos, tener dificultades con la sexualidad es tener dificultades con aquello que para el psicoanálisis es lo radicalmente humano.

 

3. El psiquismo es lo sexual.

 

La sexualidad es un concepto central para el psicoanálisis porque en torno a ella se organizan al menos cuatro procesos clave en la construcción del psiquismo.


Primero, la inscripción de una primera huella de satisfacción que resulta del encuentro con la necesidad y su satisfacción (hambre/dolor: alimento). Toda experiencia de encuentro con la necesidad en tiempos tempranos es de dolor o de aniquilamiento, ya que el dolor trae consigo el símbolo. Las primeras experiencias de placer, como el amamantamiento durante la fase oral, dejan una huella duradera en el inconsciente, conformando el aparato psíquico y delineando un circuito de encuentro con la satisfacción. Este circuito permite integrar los objetos del mundo con los que se construye la realidad psíquica. A mayor recorrido por los objetos en busca de aquel que satisfaga plenamente, más densa será la realidad, más rica en posibilidades de disfrute y más compleja en relaciones.


Segundo, la sexualidad en psicoanálisis propone un circuito en el que, desde el primer momento, está presente la alteridad. Es decir, nadie puede realmente disfrutar solo. Esto se vuelve más consciente durante la fase anal (18 meses-3 años), cuando el niño comprende que sus acciones afectan su placer y comodidad, reconociendo la importancia de los cuidadores en esta dinámica. Se trata del paso del autoerotismo al heteroerotismo.


Tercero, la experiencia con el disfrute y la satisfacción sexual introduce a los individuos en las preguntas por la identidad. Para Freud, en la fase fálica (3-6 años), el interés en los genitales y las diferencias sexuales lleva a la identificación de género. Esta fase será crucial para jerarquizar objetos de deseo, diferenciando entre partes del cuerpo (objetos parciales) y personas completas (objetos totales). Sin embargo, en adelante, objetos parciales y totales coincidirán en la fantasía sexual muchas veces sin jerarquía.


Cuarto, la realidad psíquica se estructura como una fantasía de encuentro con la satisfacción. De alguna manera, es un camino arbitrario, inconcluso y la mayor parte de las veces fallido. Los seres humanos se fueron encontrando con los objetos de la satisfacción de manera aleatoria: hoy me encontré una mano, la succioné, me gustó; salté lo más alto posible y todos me aplaudieron, etc. Es un programa acerca de cómo volver a encontrar esa sensación que me hizo único y especial. A eso le llamamos articulación del deseo.


Comprender estos aspectos nos permite entender mejor la distinción psicopatológica en el psicoanálisis, que es crucial para formar nuestra escucha y comprender las estructuras psíquicas y la organización del fantasma.

 

4. Cuando gana el puritanismo

 

La discusión sobre la sexualidad en Freud tiene la relevancia de dar lugar al placer de la satisfacción y contravenir las imposiciones culturales que, durante su época, enfermaban a la población. Así, el psicoanálisis, desde sus orígenes, pugna por horizontes emancipadores que incluyen el reconocimiento de actores subalternizados como las mujeres, los niños y las minorías sexuales. Sin embargo, las sucesivas disputas sobre este tema tan controversial dieron lugar a discursos que, de manera cada vez más sofisticada, buscaron integrar lo problemático de la sexualidad y ponerla al servicio de los consensos hegemónicos, es decir, la cultura del capital.

 

La sexualidad se volvió un objeto de consumo, y la salud un argumento que autorizó un "love washing" que afectó a todas las disciplinas, incluyendo, por cierto, a la psicoterapia. Las pulsiones, enemigas de la productividad capitalista, fueron ordenadas discursivamente bajo el ideal de la salud higienista y, con ello, se establecieron cada vez con mayor fuerza ideales sociales con los cuales orientar la represión. El matrimonio, la pareja, la maternidad, la estabilidad, el objeto total sobre el parcial, el acto sobre la fantasía, fueron incluidos como modos de domesticación de la sexualidad para que la energía libidinal pudiera ser destinada a la productividad y el consumo.

 

El amor, como ideal social, se estableció como modo inequívoco de justificar y legitimar las prácticas sexuales que parecían inconvenientes. Poco a poco, el placer fue pasando a un segundo plano para dar lugar a los ideales puritanistas renacidos y promovidos por la cultura imperialista y su modo de organizar la fuerza de trabajo. De alguna forma, esto afectó duramente a los psicoanalistas que cada vez más se plegaban a los ideales hegemónicos, desprendiéndose de la base epistémica que orientaba su interpretación para asumir un discurso sobre lo amoroso como fuente principal del sufrimiento y la psicopatología. Así es como la escucha sobre las escenas de la vida cotidiana que los pacientes traían a la consulta dejó de ser interpretada como formas de satisfacción sexual. El sexo pasó a ser el acto sexual genital adulto y nuevamente la vida social se desexualizó. Así es como el malentendido reina, las motivaciones de cada conflicto se vuelven literales y el psicoanálisis se volvió normalizado y cognitivista.

 

Les pongo un ejemplo. El otro día, un amigo me narró un conflicto cotidiano que tuvo con una colega, una subalterna en realidad. Trabajan juntos hace muchos años y alguna vez tuvieron un romance de mucha importancia para ella, no tanto así para él. Todas las semanas, ella desafía su autoridad de algún modo. Esta semana, tuvieron un nuevo conflicto en el que ella lo increpó públicamente y le dijo todo lo que le vino a la mente. Otro colega intervino y les dijo: “Si van a seguir así, al menos vayan a la oficina”. Ella respondió: “No, si ya voy a acabar”. Después de esto -me dice- ella no me volvió a hablar y el resto de la semana estuvo tranquilo. Yo le dije: “Claro, si ustedes ya se habían echado el polvo de la semana. Una vez satisfechos, ¿para qué seguir?” Se desconcertó, le dio risa, pero le hizo sentido.

 

5- El doble sentido es la gracia del neurótico.

 

La sexualidad, el placer y la satisfacción están en todas partes y se vive cotidianamente de muchas formas: sublimadas, proyectadas, reprimidas, disociadas y, por supuesto, también en acto (aunque de esta forma es la menos frecuente según los estudios). No se trata de usar la interpretación para sacar del clóset a todo el mundo respecto a la forma en que se satisface sexualmente. Pero no podemos perder de vista que de eso está hablando Freud cuando plantea lo inconsciente como algo que está entre nosotros y no dentro de nadie. No es una interioridad; los seres humanos no renuncian a la satisfacción, si lo que quieren hacer es imposible, lo sueñan y así cumplen sus deseos. Los seres humanos no renuncian nunca a nada y los psicoanalistas lo sabemos.

 

La sexualidad se satisface sublimadamente en actos que tienen más de una meta: ¿Cuántas metas se satisfacen en que Roro le cocine a Pablo? ¿Cuántas en la gente que la insulta? ¿Cuántas en quienes la defienden? ¿La defienden o la usan para agredir a otros?. Nos podemos hacer todas estas preguntas porque hay distancia entre la representación y la cosa, hay sombra sobre las motivaciones, hay singularidad en el sentido sexual de los actos.

 

El acotamiento de las experiencias sexuales a los actos sexuales explícitos aplana la función de tramitación del discurso, y mientras más literal es la discursividad, más sufre el cuerpo, que es el único que no se resigna a esta falta de profundidad, a esta falta de polisemia, a que todos nos hayamos vuelto autistas.

 

El psicoanálisis contemporáneo tiene para ofrecer, por la vía del discurso, formas de satisfacción sustitutivas para aquello que no puede satisfacerse en acto. En ese sentido, el “para cada uno”, lo singular, supone una identificación de los modos de satisfacción sexual, eso es identificar una estructura. Pero también requiere sostener una dinámica respetuosa con esos bordes, porque a lo que realmente hay que oponerse es a los discursos políticamente correctos que pretenden mandatar los circuitos pulsionales y que prescriben recetas funcionales. Para ello hay que escuchar la contratransferencia.

 

El capitalismo anglosajón es tremendamente eficiente en el discurso. Fíjense en el modo en que incluyó a la comunidad LGTBQ: el amor no es enfermedad. Está bien, por supuesto que amar no es una enfermedad. Pero el deseo sexual por alguien del mismo sexo no necesariamente tiene que ser por amor. Ni disfrutarse teniendo que asumir una identidad fija y para siempre. O la obligatoriedad de pertenecer a una comunidad. De hecho, el deseo sexual puede no tener que ver siquiera con un “alguien”, sino más bien con un “algo”. Una parcialidad del otro. El puritanismo es tiránico en sus mandatos, aun cuando es posmoderno, ordena: la satisfacción sexual de las pulsiones debe ser con un otro total y no parcial, al que se ama y no solo se desea, al que se le confiesa siempre todo públicamente. Con tanta luz, desaparecen los objetos.

 

bottom of page