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La cultura versus la familia

Foto del escritor: Alvaro D. CamposAlvaro D. Campos

Cuando se llega al corazón de la familia, de la mujer y el matrimonio, uno se da cuenta lo poco que importa la cultura en sus rutinas de supervivencia. Por los hijos uno no teme regular o derechamente abandonar la cultura. Los libros son como el buen alcohol, o intentas tomártelos todos o mejor no tomar ninguno. Y ese sueño de Mallarmé de leer todos los libros (o al menos consultarlos o saber algo de cada ejemplar que cae en tus manos) lleva necesariamente a no tener horarios y caminar por la casa como un zombie rumiando ideas. Nada más alejado del rol de padre, que al menos debe estar atento a que su bebé no se pase el pañal o se ahogue con la comida. Por eso los hombres que quieren apretar el acelerador de la cultura, o son solteros o se separan. También cabe la probabilidad no menor de ser abandonado. Para la convivencia femenina es mucho más importante la inteligencia aplicada a labores más dramáticas, como por ejemplo la ternura o el humor, que valorar la molesta alcurnia que produce la acumulación cultural. Y esto no pasa solamente a nivel amateur. Lo pensé al leer una antigua entrevista al crítico y divulgador cultural francés Bernard Pivot, conductor del mítico programa de televisión Apostrophes, por donde pasaron Nabokov, Claude Lévi-Strauss, Borges, Marguerite Yourcenar, Doris Lessing entre lo más refinado de la intelectualidad de la época. Pivot, que en el reportaje reconocía que hubo un tiempo en que leía 10 horas diarias, reconoce el boicot de la cultura contra la familia: "Hay que defenderse de los libros, si no controlas los flujos, te rindes, te acaban invadiendo y te arriesgas a perder a tu familia, que simplemente renuncia"




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