La insignificancia genética
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La insignificancia genética

Steven Pinker hablando de las jerarquías de dominio en la naturaleza, hace notar que en EEUU la mayoría de los móviles de los homicidios no son el robo ni el tráfico de drogas, sino los llamados "altercados de origen relativamente tribal: un insulto, la ofensa, un simple empujón". Por ejemplo, dos jóvenes se pelean por quien usará la mesa de pool primero, se insultan y se empujan, uno sale gritando y llega con un arma (no se imaginan cuanto vi repetida esta escena en mi niñez) La explicación de este fenómeno la dan los psicólogos evolucionistas Margo Wilson y Martin Daly en su libro titulado precisamente Homicidio. En la mayoría de los medios sociales, la reputación de un hombre depende en parte del mantenimiento de una amenaza creíble de violencia y esta se asocia en primera instancia a personas desposeídas de cualquier poder social.


"Los hombres atraen a las mujeres por su riqueza y prestigio social -escribe Pinker—, por tanto si un hombre carece de lo uno y lo otro y no tiene modo de conseguirlo se halla en un camino sin salida que conduce a la insignificancia genética. Al igual que sucede con las aves que se adentra en territorio peligroso cuando están apunto de morir por inanición, un hombre que no está casado y no tiene un futuro estará dispuesto a asumir cualquier riesgo."


Que la violencia este asociada a la gente de los suburbios, que no tiene nada más que un estatus forjado a punta de garrote y a los lugares donde el Estado no brinda su protección consensuada, es casi la norma, esto no quiere decir que en el ámbito universitario, más culto, no se produzcan luchas jerárquicas a nivel simbólico para preservar el estatus. En el mundo académico también hay duelo de navajas, por ejemplo en un congreso la pregunta picante, la réplica, la ofensa moral, la ironía.


Una tarde de 1946, en el Cambridge Moral Science Club, se reunieron por primera y última vez tres eminencias de la filosofía del circuito. Popper, Russell y Wittgenstein, este último como presidente del club y estrella de la filosofía del momento. Cuando Popper empezó a lanzar sus ácidas críticas a su extraño colega, que se proponía repensar lo que era filosofía y lo que no, Wittgenstein comenzó a subir el tono y a mover el fierro atizador de la chimenea del lugar. Entre más mordaz la crítica del joven Popper, el atizador de Ludwing se alzaba temerariamente. Cuando surgió una pregunta sobre la consideración que merecía la ética, Wittgenstein (que decía que de Ética no se podía hablar sin caer en la falta de sentido) retó a Popper a que pusiera un ejemplo de principio moral. La respuesta de Popper fue: "No amenazar con un atizador a los profesores visitantes". Wittgenstein tiró el fierro y se retiró indignado.


El animal hombre necesita estar en la cima, obtener reputación, ya sea disputando una mesa de pool en una población o una idea filosófica en una universidad. Alguien puede ofenderse por una tontera pero el ofenderse mismo no es una tontera, es un mecanismo evolutivo que dice: tu patrón genético esta perdiendo terreno. De ahí que las peleas de flaites sean del mismo origen que las peleas de poetas. Está en su naturaleza. Y en el fondo, bien el fondo, el móvil de esta disputada reputación, es simplemente estar a salvo de la insignificancia genética. El animal hombre quiere reproducirse siempre.

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