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Vivir como imagen, sobre el fotolibro Imagen en llamas

Foto del escritor: Pablo AravenaPablo Aravena

Imagen en llamas (1621 Editores, 2024) reúne una selección de fotografías de Rodrigo Rojas de Negri, junto a la de fotógrafos contemporáneos nuestros que ensayan visualmente en torno a su fotografía, pero también sobre sobre el devenir de su propia imagen, que es otra cosa que especular sobre los sentidos de la vida y la muerte del joven fotógrafo. Estos últimos sentidos son misteriosos para alguien que, como yo, no lo conoció. Se ha escrito y hablado mucho sobre las circunstancias terribles de su muerte, pero tales circunstancias nos hablan más del sentido que tomaba un país que del de la muerte de Rodrigo. Esta le concierne a su entorno más íntimo, y tratar de sacarla de ahí, aunque fuera para supuestos nobles fines, implicará siempre la violencia de hablar de lo que no se sabe ni se podrá saber o experimentar. Me parece que esto es lo que se desprende del texto de su madre, Verónica de Negri, titulado “Definiciones” (escrito a siete años de la muerte de Rodrigo), incluido en este libro, pero también en otro anterior: Rodrigo Rojas de Negri. Un exilio sin retorno (Lom, 2013). Alejándome de esto último pretendo referirme acá sólo a uno de los aspectos sugeridos en este libro.


Una primera cuestión que llama la atención de quien se aproxima a este libro es que, el hecho de que en sus páginas se intercalen fotografías tomadas por Rodrigo con otras tomadas por contemporáneos nuestros, implica que la imagen de Rodrigo se ha vuelto parte del corpus de imágenes que el mismo capturó durante esas seis semanas de 1986. Puede parecer trivial, pero no es algo dado que con su muerte Rodrigo pasara a ese mundo de en frente, o del otro lado, de la cámara. Es por este paso inadvertido que la fotografía que le tomara Percy Lam, días antes de su muerte, nos parece hoy premonitoria.



Rodrigo Rojas de Negri, Santiago, junio de 1986. Fotografía de Percy Lam (AFI)

 

Pero ¿qué implica este hecho, el que Rodrigo pasara de fotógrafo a imagen? Suele ser un lugar común de lo que llamamos “crítica”, la afirmación de que la imagen implica una ausencia, lo que estuvo y ya no, por lo que en el devenir de la imagen estaría implicado un duelo. Pero habría que aclarar aquí al menos dos puntos: que esto se aplica no solo a las imágenes de aquello, o aquellos, que ya no nos acompañan, sino que también para ese mundo de cosas y sujetos que sobrevivieron, porque aunque siguen aquí no son los mismos, para “estar aquí hoy” debieron de perder algo, están aquí pero esa imagen de ellos en el pasado acusa lo que falta, puede ser de esto que se desprenda aquel sentimiento vergonzante cuando nos vemos confrontados a las imágenes de ese país que era Chile en la década de los ochenta, o las de nosotros mismos, a esos que éramos entonces sobre aquel fondo. Esas imágenes del pasado nos suponen cierta agitación.


Algo análogo, pero en otro grado, sucede cuando sólo nos queda la imagen de una existencia que ya no es coetánea hoy a nuestras vidas. Bajo el mismo principio (de que la imagen implica una ausencia, lo que ya no está, y que la imagen implicaría un duelo) aquella vida, al extinguirse y pasar del lado de las imágenes, pasa a tener una suerte de “segunda vida”, podríamos decir -y no es mero consuelo- que ahora pasa a “vivir como imagen”. Pero ¿qué significa esto?


El duelo no solo es una suerte de proceso, de elaboración, en que, retirada paulatinamente toda investidura del objeto perdido, el yo vuelve a disponer libremente de su libido para investir nuevos objetos. Sino que es también, o a la vez, un movimiento que implica el enfrentamiento entre elementos contrarios, sabemos que “hacer el duelo” implica estados de negación que vuelven de vez en cuando hasta, idealmente, desaparecer. El duelo como enfrentamiento entre contrarios dice relación con un sentido que se conserva mejor en el término “batirse a duelo”.


Pues bien, el historiador chileno Miguel Valderrama, en su libro El duelo de la imagen (Santiago, Qual Quelle, 2022), nos recuerda que Platón -en el Sofista- ante la pregunta ¿qué es una imagen? introduce, por boca del Extranjero, el vocablo stasis, que supone la discordia, un movimiento que se esconde detrás de la fijeza, detención o inmovilidad que es propia de toda imagen. La imagen es “movimiento inmovilizado” [kinesis stasimo], la imagen es la detención del movimiento, “una instantánea” diríamos usando el término contemporáneo, por lo tanto la imagen nos da la noticia de su ser múltiple, es tan sólo un momento de un movimiento más largo compuesto de muchos momentos, aunque indiferenciables en el continuum. Propio de la imagen es su conocimiento paradójico, “la extrema movilidad y detención que afecta a las partes de un todo”, “la imagen pertenece al mismo tiempo al mero no-ser y al puro ser”. De aquí “la fuerza de las imágenes, la fuerza icónica que hace de ellas un ‘ser vivo’ capaz de interactuar con el espectador”.[1]


“Vivir como imagen” entonces tiene que ver con esta fuerza que emana de ella, una fuerza vital en el sentido más antiguo, como lucha entre opuestos. Pero la vida de una imagen, ahora en el sentido de su pervivencia, también puede emanar del rasgo específico que Walter Benjamin descubriera en la fotografía (a diferencia de la pintura, por ejemplo): su resistencia “a entrar en el arte del todo”. Señala Benjamin en su Breve historia de la fotografía, acerca de las pinturas de retrato:

 

“En tanto que seguían siendo propiedad de una familia, surgía a veces la pregunta por la identidad de los retratados. Pero tras dos o tres generaciones enmudecía ese interés: las imágenes que perduran, perduran sólo como testimonio del arte de quien las pintó. En la fotografía en cambio nos sale al encuentro algo nuevo y especial: en cada pescadora del New Heaven que baja los ojos con un pudor tan seductor, tan indolente, queda algo que no se consume en el testimonio del arte del fotógrafo Hill, algo que no puede silenciarse, que es indomable y reclama el nombre de la que vivió aquí y está aquí todavía realmente, sin querer jamás entrar al arte del todo”.

 

Entrar al arte, en pintura, es el olvido de lo representado para la gloria posterior del autor. Cosa distinta pasa con la fotografía que reclama todo el derecho de lo fotografiado, cuestión que se deba quizá, en gran parte, a que en la fotografía hay sólo relativamente un autor: el dispositivo técnico lo vuelve borroso, quien las funge de autor solo encuadra y dispara, se ha retirado la mano del pintor y el escultor, la subjetividad queda encubierta en dicho dispositivo técnico. Pero pasa adelante una imagen que conserva la vida en un gesto desprevenido, ese que ningún pintor podrá imaginar y que sólo la cámara puede capturar, con cierta impertinencia.

 


[1] Valderrama, Miguel, El duelo de la imagen, Santiago, Qual Quelle, 2022, pp. 26-27.

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Imagen en llamas
1621 Editores
Valparaíso 2024

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