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Foto del escritorNatalia Taccetta

La inactualidad y sus dobleces. A propósito de La inactualidad de Bolívar, de Pablo Aravena Núñez


La inactualidad de Bolívar. Anacronismo, mito y conciencia histórica de Pablo Aravena Núñez hace especialmente un ejercicio de lectura que es todo un desafío. El libro habla de inactualidad –y entonces de Nietzsche-, de anacronismo –y entonces de Georges Didi-Huberman-, de mito –y entonces de monumentalización- y de conciencia histórica –y por eso de Simón Bolívar. A partir de este entramado, construye, como señala su prologuista Tomás Straka, una reflexión de plena urgencia. Y lo hace como historiador, pero también como teórico de la historia y como un intelectual que debe elaborar sus modos del desencanto.


Aravena comienza su libro con una cita de José Martí. Allí, el poeta cubano confía en que el espectro de Bolívar siga operando de algún modo en América Latina. Esta cita de 1893 podría ser complementada con una de diez años antes, publicada sin firma en La América de Nueva York en la que el poeta pone en palabras la fascinación que Bolívar le generaba. Allí Martí dice “En arco se alzan las cejas, como cobijando mundos. Tiene fijos los ojos, más que en los hombres que lo oyen, en lo inmenso, de que vivió siempre enamorado. Las mejillas enjutas echan fuera el labio inferior, blando y grueso, como de amigo de amores, y el superior, contraído, como de hombre perpetuamente triste: La grandeza, luz para los que la contemplan, es horno encendido para quien la lleva, de cuyo fuego muere”[1].


Así describía Martí la estatua que Rafael de la Cova había modelado en NY para el centenario del nacimiento del Libertador, en el momento en que empezaba a ubicarse en el olimpo del relato fundacional de América Latina. En ese rostro que no escapa al modelo napoleónico, Martí quiere ver las claves de la heroicidad. Ya en la época se lo pinta alto, pálido, corpulento, buen jinete de caballo blanco, como si el modelo europeo fuera la única garantía de mitificación. En el fondo, late como es obvio un prejuicio racista que olvida la abuela de sangre negra, la estatura modesta y la piel morena, digna mezcla de un héroe nuevo que se proclamó mestizo.


Pero el libro de Aravena abre también con otra referencia, la de Friedrich Nietzsche, en la que el filósofo dice de algún modo que el saber solo tiene sentido cuando permite actuar inactualmente, es decir “contra la época y por lo tanto sobre la época y es de esperar que a favor de una época venidera”.


Esta cita de 1876 recuerda sin duda el comienzo de la segunda intempestiva de 1874, Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida, a la que Aravena concurre también en su argumento. Allí Nietzsche no ahorra en barroquismo y recoge la frase de Goethe: “Por lo demás, me es odioso todo aquello que únicamente me instruye, pero sin acrecentar mi actividad o animarla de inmediato”[2].


Aravena podría haber pronunciado estas palabras, pues La inactualidad de Bolívar no habla de Bolívar y sus gestas militares, no es un retrato de su conversión en héroe en las guerras independentistas de Venezuela, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Bolivia, no es una semblanza de su carácter de redactor de constituciones y su vocación jurista. El libro se titula también Anacronismo, mito y conciencia histórica porque de ellas adquiere la fuerza para pensar la historia.


Como querría Nietzsche, La inactualidad de Bolívar problematiza la figura del héroe con/contra/desde su tiempo. Sofistica la figura del hombre-mito, libertador de América y admirador de Estados Unidos como gran parte del siglo XIX. Bolívar es aquí la heterotopía que permite desanudar el tramado complejo que esconde la noción de “conciencia histórica”, esa síntesis de discurso de la historia y discurso de la acción. En esta clave, se analiza la racionalidad con la que Bolívar prefiguró el proyecto político hispanoamericano asumiéndola como experiencia moderna del tiempo al interior del cual pasado, presente y futuro se entrelazan como complejo específico. Bolívar, sujeto moderno-americano, construye la Historia cuando todavía es apenas un camino en ciernes, especialmente para América Latina en el momento en que era apenas América y aún menos que ahora, latina.


El análisis de esta racionalidad parte del interés que generan en el autor las actuales invocaciones a Bolívar. Pero, ¿qué es este “retorno” a Bolívar? Aravena está convencido de que en estas exhortaciones no hay producción de conciencia histórica, sino mera construcción mítica e instrumental de la figura y el pasado que representa. Más aún, este uso controversial del pasado se ratifica en el libro como gesto frecuente en Occidente, producto de una renuncia al futuro. Pues, podría decirse, entonces, que este uso monumental de Bolívar se vincula con la actual falta total de proyecto. De ahí que sea un gesto a contra-marcha interrogar la conciencia histórica encarnada por Bolívar en nuestro tiempo, plagado como está de incertezas y falta de coraje para enfrentarlas.


Como es evidente, la renuncia al futuro viene con la renuncia al concepto moderno de historia que arroja a una orfandad que hay que explorar. Ya no en términos de sentido histórico, pues este se convierte crecientemente en un presente que se expande mientras el pasado se desmaterializa sin articulación real. Es, precisamente, esta historicidad presentista la que preocupa en La inactualidad de Bolívar, pues hace que, entre otras cosas, Bolívar pase de mito a marketing. En esta clave, Aravena distingue entre usos políticos del pasado más tradicionales –como la construcción del Bolívar-monumento- y usos presentistas –más cercanos a la instrumentación mercantil. De ahí que Bolívar no sea nuestro contemporáneo, dice Aravena, sino un inactual que ilumina “lo que falta hoy”.


Ahora bien, ¿qué falta hoy? Falta el futuro, falta el pasado, falta la historia y la producción de conciencia histórica. ¿Qué hay hoy? Un presente colonizado por los medios, en el que las fake news y el lawfare traban indisoluble relación. En medio de ellos, Bolívar se disuelve mientras desaparece también el vínculo que unía política e historia y la noción de proyecto que emergía de ese lazo. La política es hoy, sostiene Aravena, cuando mucho, gestión del presente y administración de contingencias.


Como buen historiador, Aravena expone sus fuentes para pensar este tejido complejo. La Venezuela de Hugo Chávez –fallecido en 2013- es el principal referente del bolivarismo actual, al que ve trastabillar mientras se favorece el sabotaje norteamericano. Ocurre algo similar con lo que llama la “alternativa”: la Venezuela de Maduro, la Bolivia de Morales, la Argentina del kirchnerismo, el Brasil de Lula y Roussef. Una América Latina que de modo explícito bordea la laguna del bolivarismo con resultados dispares, producto de un futuro que languidece globalmente. Pero Aravena no se resigna y confía en que la figura de Bolívar permite “leer y hacer historia” a través de un saludable ejercicio de extrañamiento por efecto del anacronismo, con la certeza de que estamos, como diría Walter Benjamin, en el instante de peligro, a punto de ver los últimos estertores de la imagen del pasado, que se extingue fugaz como el futuro que apenas se avizora.


De Hartog y los regímenes de historicidad a Koselleck, Rüsen y Hölscher, Aravena se esfuerza por convencer que “bolivarismo” es ahora expresión del presentismo. Lo hace sin resignación, pero con la seguridad de que ha no “habitamos” la historia en un sentido fuerte, sino que, como Bolívar, estamos fuera de la historia y, de algún modo, fuera de lo real (si aceptamos con Hölscher la idea de que la Historia es el campo de lo real). Si el horizonte de expectativa se acorta hasta casi extinguirse, entonces no solo hay que repensar la experiencia, sino también un modo para su escritura y su lectura. Esto implica saber que de ese futuro del que hablaba Bolívar apenas sobreviven sombras que exhiben la crisis del régimen de historicidad moderno y su devenir presentismo, y que toda idea de bolivarismo hoy encierra la treta de la sustitución del futuro por una mercancía, convencidos del carácter excepcional de nuestro tiempo, el apuro por experimentarlo y la imposibilidad de demorarse para reflexionar sobre él.


Aravena parece preocuparse, precisamente, por esta imposibilidad de demora, por esa pausa que añora Benjamin en El narrador cuando tematiza el Langweile, el “rato largo”, el “aburrimiento” como una distancia preparatoria para la narración, con “una significación estructural en la configuración de la experiencia”[3]. Comparable en tanto relajación espiritual a la del cuerpo cuando se entrega al sueño, el aburrimiento resulta central para pensar el horizonte de acción de la narración. Sin el aburrimiento, sostiene Benjamin, se pierde “el don de estar a la escucha”, pues es de algún modo condición de posibilidad para que no desaparezca “la comunidad de los que tienen el oído alerta”[4].


La aparente brecha generacional entre jóvenes en “conexión total” con la velocidad de los dispositivos y lxs viejxs que se demoran en el mirar -como el ángel de Paul Klee sobre el que tanto se ha escrito desde Benjamin- las “ruinas sobre ruinas” que se acumulan “hasta el cielo”, Aravena indaga sobre la figura de Bolívar y sus usos como representaciones del mundo, que conforman modos y temporalidades de lo común.


La pérdida del relato del progreso no trajo la emancipación que se fantaseaba bajo su dictadura. Ahora no hay progreso –bien por Benjamin-, pero tampoco hay futuro –mal para todxs. Y el pasado está ciertamente en crisis – mal para los muertos que Benjamin intentaba redimir. Asistimos a una retirada de la historia que Aravena identifica con la “acedia” de la tesis VII de Sobre el concepto de historia (1940), en la que Benjamin tematiza un sentimiento que induce al despojamiento político del valor de las acciones. Se trata de esa “melancolía de izquierda” que tanto criticó Benjamin a principios de los años 1930 cuando la leía como inacción y conformismo en la socialdemocracia que le era contemporánea. Pero la cuestión hoy no es rechazar la melancolía, sino hacer algo con ella para evitar que se transforme en cortejo triunfal, es decir, en séquito de los poderosos y, posiblemente, incluso, con plena empatía. Y todo esto coincidiendo hoy con un tiempo neoliberal que produce subjetividades sin historia.


Bolívar pensaba de algún modo en todas estas cosas. Aravena estudia sus papeles y propone que estas preocupaciones lo constituyeron como personaje político, en consonancia con los caracteres que solemos atribuir a los hombres políticos del siglo XIX. No obstante, la cuestión es cómo se produce ese pasado y ese “gran hombre” en un tiempo en el que proliferan tanto memorias como agendas monumentalizadoras, más preocupadas por el cortejo fúnebre que por la producción de conciencia histórica. Aravena convence sobre la sobre-saturación de pasado como lo que impide su comprensión.



De ahí su diagnóstico nuevamente benjaminiano: esta época asiste a una crisis de la experiencia. Pero a diferencia de la Guerra Mundial que identificó el filósofo alemán, la crisis actual se asume casi como régimen escópico, una regulación del ver, fracturada, y en la que abundan las imágenes, los memes y las noticias falsas, ya no “a la vuelta de la esquina”, sino a bien a mano, en nuestro celular, donde “las imágenes atrapan nuestras miradas”[5], como sostiene Alejandra Castillo.


Sin embargo, Aravena no es un melancólico –o no solamente-, sino que trata de elaborar la relación entre esta violencia y la tarea del historiador que, además de su competencia hermenéutica para la lectura de documentos, debe atender el más complejo de todos, el modo en que la realidad y sus dispositivos configuran nuestra relación con el pasado. Y, en este movimiento, explora cómo aparece Bolívar y se convierte en mercancía ritual sobre lo popular, que se instala en la política espectacular -especialmente en el régimen chavista y la “duplicación histórica de Chávez”, quien se presenta como reencarnación del Libertador y lo imita en sus gestos tendentes al denominado “baño de masas”. No obstante, el problema no es solo Chávez y la silla vacía que coloca a su lado en la sala de reuniones para que el espíritu de Bolívar lo asista, sino los historiadores que reproducen esta construcción mientras la conciencia histórica se escurre.


Para mitigar estos desatinos de la contemporaneidad, Aravena cimenta, entonces, una suerte de “relato maestro” del trayecto político de Bolívar, a partir de la producción historiográfica disponible. Lo hace para asumir sus contradicciones y reflexionar en torno a la idea de Historia sobre la que se sostenían sus doctrinas, a fin de comprender, si no sus distorsiones actuales, al menos algunas claves de sus usos.


Bolívar establecía sus coordenadas de acción a partir de una filosofía de la historia propiamente ilustrada aún a pesar de la transitada “carta de Jamaica” en la que escribía cosas como que “América no estaba preparada para desprenderse de la metrópoli”[6]. Ni el trayecto ni el relato maestro están exentos de contradicciones: el primero no carece de virajes poco defendibles desde una reflexión biempensante; el segundo asume la complejidad de inscribirlo en narraciones de izquierda. Aravena sortea estos embates aferrándose a las premisas ilustradas que le permiten construir un líder que no quiso simplemente “adaptarse” a las condiciones conflictivas que lo rodeaban (violencia general, caudillos locales más o menos alzados), sino que con la paradójica unión entre perspectiva abolicionista y defensa de la herencia, imaginó un futuro para América, que no se independizara solamente de los reyes europeos, sino que tampoco copiara sus formas. De algún modo, entonces, Bolívar y sus epifenómenos se apoyaban en una consciencia histórica republicana que no entregaba el futuro.


Surgida a fines del siglo XVIII, la conciencia histórica nace cuando el futuro se fuga, dice Aravena. En esta dirección, se preocupa por dejar en claro que Bolívar no solo buscó una política e historia para América, sino también una temporalidad que le fuera justa.


La preocupación por el tiempo es un rasgo fundamental en el pensamiento de Bolívar. Como sabemos, al “Padre tiempo”, a ese Saturno que devora hijos, a ese Chronos homogéneo y vacío de los relojes que Benjamin tematizó, habrá de oponerse el Kairós, “ese momento adecuado y oportuno” como reza cualquier definición. Contra la velocidad y caducidad positivista y capitalista, el tiempo es para el Bolívar de Aravena el “campo de acción política” en el que definirse depende de la contingencia. Liberal, autoritario, republicano y revolucionario, el Libertador ha pensado sobre todo en el tiempo y por ello en un “nuevo concepto de historia que rompe con el ilustrado que persiste en afirmar la capacidad de la acción humana para atraer el futuro”[7], como se dice en La inactualidad de Bolívar.


Pero futuro se dice de muchas maneras y con él revolución e ilustración. Entonces, ¿qué hacer cuando, sin revoluciones -a lo sumo alguna revuelta y suspendida- hay que pensar en el futuro? Con el concepto de conciencia histórica, Aravena quiere indagar sobre algunas de estas cuestiones, pues en ella se organizan la relación entre pasado y presente y se instaura la experiencia. De ahí la necesidad de volver al icono Bolívar y sus usos, pues “se nos presenta como una oportunidad de incursionar en una subjetividad ‘moderna’ enfrentada a una materialidad ‘latinoamericana’ que pocas veces pudo corresponder a ella”[8].


En el último texto de Bolívar, encuentra Aravena un abandono de la historia y un evidente pesimismo antropológico. Se trata de un texto controversial, que parece gustar más a la derecha que a la izquierda progresista, pero que para el autor constituye una evidencia del compromiso bolivariano con la historia, que habría de producirse luego de su muerte. Esa última carta del Libertador -a Juan José Flores desde Barranquilla en noviembre de 1830- convierte a Bolívar, hay que decirlo, en un patrono de la clase propietaria que teme al ascenso de una plebe que considera casi primitiva. Después de evaluar diversas posturas que no ocultan demasiado su interés por “salvar” al líder de una u otra manera, Aravena no se conforma y vuelve a la fuente, el trayecto político de Bolívar, considerando sus circunstancias históricas de modo integral, no con el objetivo de perdonarlo ni armar relato que justifique sus exabruptos, sino para indagar sobre el “sentido histórico” de su época aun cuando ese Bolívar no es el que querríamos.


El análisis de Aravena arroja que asistimos a un consumo estético del pasado y una falta de demanda de relato para habitar la contemporaneidad. El bolivarismo presente se mete en esta discusión, pero a partir de un uso impolítico. Pues, mientras Bolívar habitó un régimen de historicidad futurista en el que todo estaba por escribirse y había que sostener “el pasado como futuro”, moramos un régimen de historicidad presentista, en el que ese pasado opera como una mercancía y cuya demanda no se satisface nunca.


Aravena refiere hacia el final de su libro un Bolívar “canalla, brutal, cobarde y miserable”[9] a los ojos de Marx, que se opone contundentemente a la imagen del libertador que se enseña en los colegios y que él mismo quería construir cuando se hacía pintar en retratos. Como si el Bolívar-figura encerrara en sí una escisión fundamental: aquella que Marx criticaba en La cuestión judía entre “hombre y ciudadano” o la complejidad que Giorgio Agamben detecta en ¿Qué es un pueblo?: pues “Pueblo” alude a la identidad nacional, pero “pueblo” refiere al conjunto de desclasados.


Este libertador anti-héroe está mayormente ausente del bolivarismo actual, que entiende igual que Bolívar que la imagen lo es todo. Constant, por ejemplo, aseguraba que detrás del libertador de América meridional había un autoritario que no vaciló en disolver la representación nacional de la Cámara de Diputados, seguro como estaba que al pueblo le faltaban luces. Por su parte, en “Bolívar y Ponte” de 1958, Marx se refiere a la cobardía de modo tan vehemente como se insiste hoy en la visión contraria.


Allí se dice que se negó a unirse a la revolución de 1810 en Caracas, que negocia armas en Londres sin remordimientos, que abandona a sus hombres en Puerto Cabello, que triunfa sin gloria sobre un ejército español compuesto de indígenas. Que, al igual que sus compatriotas, era “incapaz de todo esfuerzo de largo aliento”[10] y que su dictadura deriva en anarquía militar con favoritos que dilapidan las finanzas. Marx relata que para algunos de sus generales, Bolívar solo disfrutaba de hamacarse y permitirse accesos de furia y que, aunque quisiera, no era Napoleón Bonaparte, sino ese Napoleón III del 18 Brumario, que “oculta magistralmente sus defectos bajo la urbanidad de un hombre educado en el llamado beau monde”, a quien “le agrada oírse hablar y pronunciar brindis le deleita”[11], pero es finalmente un cobarde.


A la luz de esta imagen cabe preguntarse por qué solo la tesis del heroísmo ha tenido futuro. Es evidente que el creciente olvido de estas sinuosidades va de la mano del redescubrimiento político del heroísmo y cuán necesario es en la América contemporánea. Analizarlo ha de ser la tarea política incansable.

Después de una lectura atenta de La inactualidad de Bolívar, queda claro también que esta contradicción no se resuelve ni solo en el lenguaje ni solo en la política, sino que una racionalidad política tiene que ser pensada temporal, epocal e históricamente. También, podríamos agregar, en sus imágenes.


El Bolívar anacrónico de Aravena funciona, entonces, como el revelador fotográfico “suficientemente activo” de Benjamin. Este Bolívar permite tanto entender “ciertas opciones culturales del presente”[12] de esa extraña placa fotosensible que es América Latina como temer a su futuro en el que no queda mucho más que organizar el pesimismo como decía Benjamin, tal vez con algo de melancolía y mucha rabia.


Natalia Taccetta

Instituto de Investigaciones Gino Germani – Universidad de Buenos Aires / CONICET






La inactualidad y sus dobleces. A propósito de La inactualidad de Bolívar. Anacronismo, mito y conciencia histórica de Pablo Aravena Núñez


RIL editores, 2022





















[1] José Martí, Simón Bolívar (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1979), 6.

[2] Friedrich Nietzsche, Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida [II Intempestiva], tr. Germán Cano (Madrid: Biblioteca Nueva, 1999), 37.

[3] Pablo Oyarzún Robles, Notas, en Walter Benjamin, El narrador (Santiago de Chile: Metales Pesados, 2008), 109.

[4] Walter Benjamin, El narrador, tr. Pablo Oyarzún Robles (Santiago de Chile: Metales Pesados, 2008), 70.

[5] Alejandra Castillo, Adicta imagen (La Cebra: Adrogué, 2020), 11.

[6] Cit. Pablo Aravena Núñez, La inactualidad de Bolívar, 171.

[7] Pablo Aravena Núñez, La inactualidad de Bolívar, 201.

[8] Pablo Aravena Núñez, La inactualidad de Bolívar, 207.

[9] Pablo Aravena Núñez, La inactualidad de Bolívar, 224.

[10] Karl Marx, “Bolívar y Ponte” (1958), disponible en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/58-boliv.htm. Artículo publicado en el tomo III de The New American Cyclopedia. Escrito en enero de 1858. Apareció en la edición alemana de MEW, t. XIV, pp. 217-231. Digitalizado para MIA-Sección en Español por Juan R. Fajardo en 1999.

[11] Idem.

[12] Pablo Aravena Núñez, La inactualidad de Bolívar, 225.

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