Nelly Richard: “Me inhiben los discursos monumentales”
Nelly Richard, académica, ensayista y crítica cultural invita a no posicionarse en una moral anti-octubrista, ni a desestimar la fuerza vital de la revuelta. En su nuevo libro Tiempos y modos. Política, crítica y estética (Paidós 2024), se reúnen una serie de ensayos escritos entre 2020 y 2023. En ese paréntesis de tiempo está el 18 de octubre, la pandemia, la convención constituyente, la propuesta de Nueva Constitución y la elección presidencial de Gabriel Boric.
“Me inhiben los discursos monumentales que llevan, por lo general, una firma masculina: aquellos discursos sin dobleces ni torceduras en su construcción de enunciados. Siempre me ha interesado el registro más intersticial de la crítica cultural, que permite entrelazar problemáticas sociales con configuraciones estéticas, pasando por múltiples asimetrías y descalces”, dice desde una esquina Nelly Richard.
-En Tiempos y modos, hay un gesto valiente, pero solidario. Me refiero a la crítica que realizas sobre las llamadas “escrituras de la revuelta” (Miguel Valderrama). ¿En qué consiste está crítica?
-Te agradezco mucho lo de “valiente” y “solidario”. Suponiendo que fuese así (¡!), quizás lo “valiente” tenga que ver sobre todo con lo “solitario”. Quise introducir, en el libro, una lectura crítico-política de nuestra secuencia histórica reciente que busca conjugar tres efectos. Primero, el de antagonizar con los discursos de la derecha y la ultraderecha que, vengativamente, se adueñaron del Rechazo, para dar libre curso al inconsciente político conservador y reaccionario de un Chile “re-pinochetizado”. Segundo, el de cuestionar los lugares comunes sociologistas de la cultura progresista que buscan neutralizar el significado explosivo de la revuelta, reabsorbiéndolo en lecturas disciplinantes que no quieren hacerse cargo de las sombras de negatividad refractaria que atentan contra toda “representación” política. Y, tercero, manifestar una cierta incomodidad con la tesis de la “potencia destituyente” (Agamben) que inspira el pensamiento filosófico de la revuelta, en tanto exacerbación de una lógica del todo o nada que se juega en la excepcionalidad de un tiempo único, el tiempo “fuera de quicio”, sin preocuparse por los enlaces y relevos entre los antes y después que, según yo, son necesarios para afirmar -aunque sea precariamente- algún diseño compositivo de lo social. En ese sentido, mi lugar de enunciación es más bien “solitario” ya que no calza con ninguno de los repertorios que se instalaron, aunque en rangos muy desiguales, en torno a octubre 2019. Pero me gustaría que funcionara lo que llamas lo “solidario” como uno de los resortes del libro.
-¿Cuál es, entonces?
-Por un lado, no dejo de resaltar la apertura emancipadora de la ruptura que, en octubre 2019, llevó a multitudes disconformes, maltratadas por abusos de poder cotidianos, a sublevarse contra el formalismo excluyente de una democracia de mercado. Y por otro lado, reconozco en la “filosofía de la revuelta” un trabajo intelectual que, pese a mis desacuerdos con sus voces principales, genera una comunidad de pensamiento que valoro. Lamentablemente, el esquematismo de la oposición octubrismo /anti-octubrismo que instalaron las tribunas editoriales de los medios hegemónicos, margina la posibilidad de querer salirse de la rigidez de este dualismo maniqueo. Hay que reconocer que tampoco contribuye al debate crítico la repetición nostálgica de una imagen-fetiche de la revuelta que la mantiene auratizada en tanto promesa inaugural de una salvación por venir, negándose a reinsertarla en una secuencia que requiere ser revisada mediante un ir y venir de la temporalidad. Lo que intento en el libro es desarmar y rearmar las figuras del imaginario político y social de la revuelta, para que una cierta movilidad de operaciones críticas nos permita comprender mejor qué falló en el trayecto post-2019. Me anima la convicción de que tenemos que sacar algún aprendizaje crítico del porqué, cinco años después de la revuelta, nos encontramos sumergidos en un Chile de severos retrocesos y drásticas obturaciones de lo nuevo.
-¿Es la escritura que produjo la revuelta masculina? En el sentido de que se rige por la idea de un sujeto soberano, autónomo, autárquico, libre, independiente, erecto, que exalta la violencia, etc. En tu libro ofreces un contrapunto, a partir de una coreografía muy distinta a la Primera Línea, al poner el acento en la performance “El violador eres tú” del colectivo feminista “LasTesis”. ¿Qué contrapunto observas aquí?
-En los inicios de la pandemia, cuando aparecieron las primeras publicaciones internacionales sobre lo que estaba sucediendo, me llamó la atención de que fueran únicamente filósofos “hombres” (Agamben, Zizek, Badiou, Chul-Han, etcétera) los que tomaban la palabra para simplemente reconfirmar previas hipótesis filosóficas, sin dudar nunca de sus armaduras de conocimiento pese a que el mundo estaba invadido por el estupor y el pánico. No deja de ser curioso que, después de la pandemia y pese a que la crítica feminista reflexionó muy lúcidamente sobre la crisis desde el lugar de lo “femenino-precarizado”, los textos sobre la revuelta de octubre 2019 en Chile lleven casi exclusivamente la firma de autores “hombres”. En el mejor de los casos, estos autores están dispuestos a reconocer la fuerza expansiva del feminismo en tanto movimiento social, pero sin que esto les signifique incluir la teoría y la crítica feminista en sus bibliografías. Esta omisión sistemática revela un punto ciego. Lo mismo ocurre con el tema de la violencia que sigue siendo pensado en clave masculina.
-¿En qué sentido?
-En mi libro, armé un contrapunto gráfico entre la Primera Línea (el culto a la heroicidad combatiente de la lucha callejera mediante la “acción directa” del enfrentamiento contra el enemigo) y el colectivo LasTesis: una puesta en escena del baile y del canto que le da ritmo a un guion colectivo alrededor del mundo, para que mujeres comunes modulen sus denuncias contra la represión tanto policial como patriarcal, usando la plasticidad del lenguaje “indirecto” de escenografías urbanas. Lo hice más que nada para darle cabida a una reflexión sobre la violencia que vaya en el sentido de lo que propone Judith Butler en sus últimos libros.
Sabemos que, frente a la violencia estructural del dispositivo neoliberal, los sujetos desposeídos no tienen otra arma para contestar que la de su rabia desnuda. Se hace difícil problematizar cualquier descarga de agresividad primaria, sin caer en la moral del humanismo conservador. Sin embargo, y sobre todo desde una ética feminista como la que plantea Butler que apela a que el mundo que habitamos, en lugar de verse arrasado por guerras y exterminios, se torne más vivible (más “digno”), me parece válida la pregunta de cómo reorientar las pulsiones destructivas para que los cuerpos dañados no repitan la misma lógica mortal del enemigo como única alternativa de oposición a su fuerza. Esto supone elaborar formas de relacionalidad que expandan horizontalmente los vínculos en lugar de querer desintegrarlos. Así ocurre en las marchas feministas cuando, por ejemplo, sus retóricas de la vulnerabilidad generan una movilización afectiva.
-La académica y ensayista Paz López escribe que en Tiempos y modos observamos un “pensamiento inclinado”, para sugerir que existe otra forma de pensar lo común que tendría que ver con la vulnerabilidad y la dependencia, para pensar la sublevación no tanto ya como un levantamiento sino como una forma de inclinarse hacia los otros, de sostenerse en otros también. Quería preguntarte ¿en qué medida inclinarse hacia otro significa responder a un llamado que exige una interpretación?, y, en tanto tal, que supondría un cierto grado de violencia, que pertenece a la interpretación.
-Además de muy generoso, el texto de Paz López es especialmente fino en su modo de entrar en relación con las tramas de mi libro. La figura del “pensamiento inclinado” -diagonal, oblicuo- cuestiona la verticalidad de las jerarquías de género y, también, de postura y habla. Primero, yo ubico mi libro en el registro del “ensayo” como un género de lo menor: el de una escritura precaria que no despliega una tesis omnipotente ni se siente dueña de ninguna certeza absoluta. Segundo, me inscribo en el registro de la crítica cultural para atravesar las fronteras de las disciplinas, mezclando corpus muy disímiles que dejan entrever los bordes y entremedios de pequeñas escenas cuyas dispersas constelaciones de sentido se arman a partir del fragmento, evitando cualquier narrativa grandiosa. Y, tercero, está el relevar la crítica estética, la imaginación creativa del arte que se expresa en conceptos y metáforas para abrirse al mundo simbólico-cultural del lenguaje figurativo.
Más que la frontalidad de la crítica anti-dominante que ataca en bloque al discurso enemigo (capitalismo, neoliberalismo, etcétera), el “pensamiento inclinado”, tal como lo retrata Paz, es proclive al gesto que se dibuja en el espacio sin apuntar a una dirección previamente trazada. Para mí, lo “inclinado” tiene que ver con un tipo de crítica deconstructiva que me interesa practicar para que lo no-recto, lo sinuoso, evite la clausura de las afirmaciones o refutaciones definitivas. Lo que Paz subraya en mi libro como “ética débil” o “pensamiento minimalista” o ”insolencia suave” tiene que ver, creo, con un tipo de modulación contra-enfática que ,me aleja de las totalizaciones. Mi sensibilidad estética me lleva más bien por el lado de los “cortes y montaje”, para desajustar así los marcos de representación de las imágenes y los imaginarios.
-La Revista de Crítica Cultural que dirigiste, fue un esfuerzo por pensar el lugar de la crítica en contexto del naciente neoliberalismo en Chile. No es lo mismo un ejercicio de la crítica en Dictadura, que en Transición. Te lo pregunto considerando que estamos en el mes de septiembre, que recuerda el Golpe de Estado en Chile, y ahora también, del triunfo del rechazo el 4 de septiembre de 2023, pero también porque estamos a 5 años de la revuelta del 18 de octubre. ¿Cuál es el estado de la crítica, o del ensayo, actual en Chile?
-La Revista de Crítica Cultural nació en 1990 para recombinar la memoria audaz y creativa de las experimentaciones artísticas y literarias de las prácticas experimentales de los ochenta en Chile: unas prácticas que se ubicaban en un campo de oposición y resistencia a la dictadura tensionando, a la vez, los repertorios ortodoxos de la cultura militante de izquierda. Y sirvió, además, para desmontar el sociologismo oficial de la transición que, en nombre del Consenso, selló un pacto ejecutivo entre redemocratización y neoliberalismo. Fue una revista que defendía la práctica del ensayo para recoger aquellos residuos y opacidades que el sociologismo transicional buscaba eliminar de su lengua de expertos, y para desmarcarse también de la producción universitaria del “capitalismo académico” que ya estaba colonizando la universidad globalizada. Podría decirse que hoy el contexto es radicalmente otro aunque siguen varias de estas mismas batallas a las que hoy se suman nuevos desafíos.
-¿Y en relación a la crítica?
-No me atrevería a pronunciarme sobre el estado de la crítica en Chile. Habría, primero, que deplorar la concentración hegemónica de las voces supuestamente “autorizadas” que copan las tribunas públicas y la notoria falta de densidad político-intelectual que banaliza el debate público. Por otro lado, existen en Chile algunas escrituras muy valiosas que se publican en editoriales independientes dedicadas a la teoría, la estética y la crítica pero que, lamentablemente, circulan por comunidades de lectores muy ensimismadas. Es muy escasa la movilidad de desplazamientos y tránsitos entre esas escrituras teóricas y filosóficas y un horizonte de lectura más amplio y transversal, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en Argentina donde varias voces relevantes ocupan revistas y suplementos culturales para disputar sentidos a la actualidad. Debemos asumir que hoy, las guerras político-culturales siguen teniendo más vigencia que nunca por cómo las ultraderechas pusieron descaradamente en marcha su propio dispositivo neo-gramsciano tal como ocurre, por ejemplo, con el discurso contra la “ideología de género”. Uno de los desafíos mayores es cómo la intelectualidad crítica debe seguir atendiendo el llamado a “tomar posición” frente a las encrucijadas del presente, ocupando vocabularios políticamente eficaces pero que se diferencien del efectismo de la comunicación mediática.
-El ensayo no es así…
-La escritura ensayística, que se demora en pensar cómo se dice lo que se dice, sigue siendo para mí un refugio de la escritura que entra precisamente en contradicción con estas lógicas utilitarias de mensajes y artículos seriales. Pero es muy difícil saber cómo enfrentar estos tiempos de catástrofes. Desde la izquierda, el imaginario de las revueltas evoca una temporalidad de aceleramiento y precipitación, para llegar a algún quiebre explosivo que acabe con el mundo de desigualdades e injusticias del sistema capitalista. Es una temporalidad exasperada la que sacude el espíritu de las revueltas; una temporalidad que no quiere descansar hasta que el orden dominante salte en mil pedazos. Pero hoy son otras las formas de disolución de lo político, tomando el ejemplo obsceno de Milei cuyo anarco-capitalismo lo desintegra todo (en lo económico, lo político-social, lo afectivo, lo lexical, etcétera) a una velocidad cuyos ritmos son inigualables en su potencia agresiva. Entonces, no sé si un imaginario de la revuelta perpetua que aún suscribe una cierta izquierda tiene chance de competir con el desate feroz de pulsiones mortíferas orquestadas por la derecha y la ultraderecha.
-¿Qué exigen u ofrecen los tiempos actuales para poder hacer frente al desencanto, a la lógica del rendimiento?, ¿a este régimen de productividad en que vivimos?
-No lo sé, pero creo que debe repensarse la temporalidad en la relación entre acontecimiento y memoria. A cinco años de la revuelta en Chile, me parece necesario introducir una pausa reflexiva para no caer en la simple exaltación paroxística de la irrupción-dislocación absoluta que marcó el imaginario radical de la revuelta. Necesitamos usar el “mientras tanto” o el “entre tanto” para recombinar lo sucedido. Si no hacemos el esfuerzo de ser más pacientes en meditar sobre las formas de invención democrática de una pluralidad organizada, el fantasma disolutivo del caos va a terminar haciendo que las subjetividades atemorizadas se dejen subyugar enteramente por los fanatismos del Orden que levantan la derecha y la ultraderecha. No comparto la mística de la revuelta que hace culminar en ella -como absoluto- el único modo que tendría lo político para expresarse desde la izquierda. No me convence que, desde la izquierda de la izquierda, la única alternativa sea la de esperar que se cumpla la profecía mesiánica de un devenir perpetuo de la revuelta para acabar con todos los males.
-¿Cómo es entonces?
-Creo en el esfuerzo de generar formas de coordinación de las voluntades políticas, cuyas tramas colectivas dibujen un horizonte de sentido que les resulte deseable a las vidas prácticas y no solo a la “filosofía del acontecimiento”. El aniversario de Octubre 2019 va a dar lugar al testimonialismo expresivo de las recordaciones más vitalistas de los días festivos de la revuelta, y está muy bien que así sea. Pero echo de menos el hacerse cargo de cómo un cierto resplandor de la festividad de la revuelta se vio luego oscurecido por el Rechazo. Sin un aprendizaje crítico elaborado a partir de lo que yo sí considero un fracaso o una derrota de la política, no hay buenas razones para pensar que el próximo acontecimiento-revuelta vaya a tener un final menos catastrófico que el que nos tiene sumergidos en este desastre.
-Por último, quería preguntarte por el Doctorado Honoris Causa que acaba de entregarte la Universidad Nacional de Córdoba, por tu amplia trayectoria e intensa labor en la promoción del pensamiento crítico. Tu conferencia se llamó: “Revueltas teóricas, vocación política e inflexiones de estilo”. ¿Podría contarnos un poco sobre este nuevo reconocimiento que acabas de recibir?
-Como se trataba de una conferencia cuyo marco era la entrega de ese reconocimiento a una trayectoria, armé un pequeño recorrido biográfico-intelectual que diera cuenta de los usos tácticos que le fui dando al ejercicio localizado de la “crítica cultural”. Hice ver cómo el ensayismo crítico me permitió deslizarme entre los bordes de las disciplinas constituidas, para tratar de descifrar las sub-escenas de narrativas entrecortadas que pasan a menudo desapercibidas cuando lo que prevalece es una mirada desatenta a las fisuras que introducen paradojas y contradicciones en los marcos de representación.
No es que esté lo político-social como cuerpo principal, y lo estético (el arte, la literatura, etcétera) como suplemento decorativo. Uso lo “estético” como matriz de reconfiguración de lo sensible para descifrar las poéticas de la palabra y la imagen: unas poéticas que suelen reivindicar lo precario como zona de incerteza. Desde ya, el texto de la conferencia mía en la ceremonia de recepción del Honoris Causa concluyó diciendo: “Quizás, tal vez. No lo sé”, para desmarcarme así del formato “magisterial” de un saber consagrado.
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