El chincol
- Jorge Costadoat
- hace 2 días
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Los pájaros hacen felices. Ellos inventaron los colores, las fiestas de disfraces.
Yo pajareo, tú pajareas, él pajarea, nosotros pajareamos.
Hay petreles que se mantienen en el aire durante días, volando miles de kilómetros. A veces amarizan un rato. En óptimas condiciones, aprovechando las corrientes y planeando, un albatros errante podría cruzar el Pacífico entre Sídney (Australia) y El Tabo (Chile) sin parar. A veces duermen volando. ¡Volando!
Vi en la playa, sobre la arena, un grupo de pajaritos cobrizos. Eran varios. El registro fue perfecto. Nunca más volví a ver la especie. Consulté libros. Nada. Seguramente migraban. De otro pajarito tengo memoria viva de su canto ahuecado. Lo he oído por años. No he logrado verlo. Estuve a punto una vez. Se me escapó. Le pregunté a un ornitólogo. Le reproduje el sonido con la garganta. Nada.
Cantan. Los lobos aúllan, pero no cantan.
¿Todas las aves cantan? Pían, cacarean, varios chillan, otras ululan, graznan, chirrían, la rara matraquea. ¿O matrequea? Ninguno rebuzna. No son burros. Tampoco los burros cantan. Son burros.
El tiuque hace “tiu tiu”. Nada más. Pero cuando baila, baila. Lo hace de a dos. Se elevan y juegan.
Vi una pareja de pilpilenes volando a toda velocidad, chillando, cubriendo de lado a lado una distancia de 200 metros durante media hora. Paraban sobre la arena un momento. Emprendían de nuevo el vuelo, y otra media hora. Le pregunté al mismo ornitólogo. Lo anotó en una libreta.
Vi a un peuco atacar a una tórtola como un F-16. ¡Terrible!
Vi a un jote desgajando a un lobo marino en plena lisis. ¡Un asco!
La tenca imita a otros pájaros. Plagia. El gorrión es apocado. Lo que tiene de bueno es que no imita a nadie.
Los pingüinos son aves, no pájaros.
El pájaro piquero es llamado también pájaro bobo porque no arranca. Me acerqué a uno parado en un sendero costero, pensando el pájaro no sé qué. Avancé despacio. Quise tocarle la cabeza. Me largó un picotazo en defensa propia. Me acerqué de nuevo y terminé haciéndole cariño. El piquero alzaba el cuello y ronroneaba. “¡Gripe aviar!” – me dijeron – “cómo se te ocurre”. “No, pájaro bobo”, respondí.
La gallina clueca cluequea: “Soy gallina”, orgullosa, rodeada de pollos aprendiendo a distinguir un grano de un gusano.
El Chincol canta como Mon Laferte. Por eso Chincol se escribe con mayúscula.
El Chincol improvisa como en el jazz. Me despertó uno tipo seis de la madrugada. En vez de empeñarme en retomar el sueño, los escuché unos 45 minutos. Cantó canciones distintas una tras otra. Entonaba una. La repetía 10 veces. Luego otra completamente diferente, diez veces más. Me hice la idea de un pajarito capaz de crear infinitas canciones. Tengo pruebas. Desde aquel día, al escuchar a un Chincol, tomo el celular y lo grabo.
Hay pájaros de jaula y pájaros que no.
Aves de paso, sedentarias y peregrinas.
El Chincol canta, los demás tratan de imitarlo. Los demás parecen pájaros. No lo son
en propiedad.
No hay gallo más gallo que el gallo. ¡Quiquiriquí! Trabaja desde temprano.
Recuerdo en la Vega Central a un vendedor de tordos. Fue años atrás. Dicen que se lo
llevó el Señor. La Vega no es más la Vega.
El huairavo repite: “El fin del mundo es impajaritable”, y agacha la cabeza. Pájaro de
malos agüeros.
Noé, tras cuarenta días de diluvio, apenas menguó la lluvia, soltó un cuervo. No
volvió. Soltó una paloma. La paloma volvió con una rama de olivo en el pico. La
tierra emergía de las aguas.
El Chincol es alegre. El huairavo es triste. La esperanza de un Chincol es
inmarcesible. Canta como Laferte. Es el único pájaro que canta, canta. Las demás
aves ensayan. Todavía no son pájaros.
Insisto: el Chincol es el único pajarito, pajarito.
El Chincol.