¿La pesadilla de los otros?
- Thomas Harris
- hace 3 días
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Sobre: "Ojos bien cerrados" (Eyes Wide Shut, 1999) Stanley Kubrick, filme póstumo.
Revisitar "Ojos bien cerrados" de Stanley Kubrick es toda una "experiencia", porque de hecho el filme lo es -casi todas la películas de Kubrick lo son- pero creo que su última cinta lo es más, porque se queda adosada en la vivencia de cada espectador y cómo a experimentado tales asuntos: el amor, las revelaciones insospechadas, la verdad y sus consecuencias, y los sueños, sobre todo los sueños (Dream story es una novela corta escrita por Arthur Schnitzler en 1925) y sobre todo el deambular flaneurista en este caso por las calles del Village, cargadas de tensión deseante y esa irrealidad lumínica que cargan de tensión los neones.
La trama, aunque sea un tanto reivindicativa, en la que un médico de clase media alta (Tom Cruise), sorprendido por una verdad que quizá era mejor mantener en ese espacio que todos guardamos en un lugar impenetrable, por su esposa (Nicole Kidman), además es una de esas cintas como la magnífica "After Hours" de Martin Scorsese, donde todo transcurre en una noche y en un barrio ajeno -en este el Soho-, y en la de Kubrick, un Village chisporroteante de neones, prostíbulos, clubes de jazz, hoteles clandestinos, etc.- donde el personaje no maneja los códigos y se somete a una alucinante y onírica vivencia, por la desmesurada y rara experiencia, donde la pesadilla es lo que ordena el caos, es decir, da forma a lo inesperado de su tránsito por la urbe y los lugares perversos y extravagantes donde es mejor no entrar, si no es por un equívoco, o como en el caso de Ojos bien cerrados, vivir reivindicativamente un absurdo y machista "empate" erótico con la pareja que contó, en un estado alterado de conciencia, una fábula sobre el deseo que sabemos o creemos es mejor obliterar.
Y claro, eso trae consecuencias, sobre todo en la película de Kubrick, con el médico que se adentra en el espacio exclusivo del Poder, ya fuera de la urbe, en palacios imponderables-o los poderosos de siempre- para hacer de su deseo corrupto una manera de gozar "teatral" (en algún momento el personaje central se lo dice). Ojos bien cerrados es como el título de la novela en que se basa, una Dream Story, y así hay que entenderla. Entrar en una pesadilla es entrar en un sueño que no te pertenece, porque ha sido configurada por otros, cuyos deseos están adosados al Poder que un médico un tanto bobalicón no logrará comprender sus alcances, porque si bien su status, "un buen doctor" que además de hacer visitas nocturnas a pacientes extremadamente lejanos a su experiencia, y sin tenerlo todo del claro, "limpia", como esos personales aledaños a la mafia, sus "basuras" o la muerte que su "soberanía" deja.
El médico que todo lo soluciona, para sus "normales" pacientes, de buena manera, y digámoslo, de buena fe, no llega a la casa del teatro sádico -centro siniestro de la historia- en limusina, y lo hace con un frack alquilado, y, sobre todo, no conoce los códigos: lo que lo condena, no conocer los códigos del otro -o esos otros que son legión, una legión poderosa de los poderes menos impalpables e intocables de la "alta sociedad" neoyorkina- y porque ha conseguido de un amigo pianista en una fiesta previa, el password para entrar a ese otro Mundo: "Fidelio", casi en la más elemental de las trampas: cuando una prostituta a la que le salvó la vida en esa fiesta anterior de una sobredosis le dice que se vaya, que está en riesgo su vida y más, ya ¿consciente? que debe huir, salir del teatro sublime, responde mal a la pregunta: que "Fidelio" era la contraseña para entrar, pero no para salir, dice que la olvidó, cuando en realidad, todas esas estrategias que no son o son oblicuas, es que no había un password para salir.
Así la película está plagada de códigos, detalles y entresijos engañosos, que si uno no pertenece a la cofradía jamás los sabrá ni siquiera intuirá. La misma manera de obtener el código, con un pianista (el director, actor y también músico, Todd Field, de la magnífica y también disruptiva Tarr) que comete el error de contarle de esas fiestas donde el tocaba el piano con "los ojos bien vendados" pero que al tocar el teclado entreveía "mujeres como jamás se habría imaginado", desata el deseo pulsional ya latente de, en principio, empatar a la historia de deseo narrada por su mujer bajo los efectos de la mariguana, pasa directamente a la pulsión pura.
Y ya en el teatro de la perversión sublime, va evidenciando su angustia en un gestualidad de permanentes equívocos o errores gestuales y corporales, no es su ordo, finalmente. Lograr zafar de ese teatro fatal no es fácil, porque al no saber el password de salida es impelido a sacarse la máscara que por regla todos los conjurados deben llevar: he ahí también la inflexión decisiva: es "desnudado": es desvestido ante la mirada de todos los conjurados. Mostrar el rostro es más fatal que mirar los culos desnudos de las chicas que su voyerismo le impelen a ver: el médico muestra el culo al mostrar su cara a todos los poderosos que creía haber engañado: mostrar la cara: esa otra y fatal desnudez. El buen médico queda expuesto y desamparado. La intimidad más valiosa en ese otro orden ya fue expuesta y esa exposición, por más que al día siguiente, cuando recorra las calles del Village tratando de deshacer sus errores, ya es imposible. Y hay consecuencias; la prostituta que lo salvó muere de sobredosis, su amigo el pianista que por azar develó el password, desaparece del hotel donde se alojaba, y así.
Para abreviar, porque narrar toda la cinta y seguir dando detalles significativos -porque en los detalles está la clave de la película- al llegar a su casa burguesa después del recorrido nocturno y posteriormente diurno, de madrugada, encuentra a su mujer que tiene en la almohada junto a ella un olvido -¿un lapsus?- del disfraz: la máscara. Al llegar, su mujer está presa de un ataque de risa, dentro de un sueño, y cuando él la despierta, ella tiene aún vívido el sueño y lo logra narrar, antes que se desvanezca como todo sueño, al pasar poco tiempo: ella ríe porque en el sueño estaba desnuda, en una playa, y le pedía a él que buscara ropa, y mientras él desaparecía de la escena onírica, ella tiraba con el marino -que que anteriormente había confesado bajo los efectos de la mariguana por el cual lo habría abandonado en ese mismo momento, sin importar el amor, la ternura, la hija que ambos tenían y que de alguna manera es el dispositivo de la absurda necesidad de empatar en el "engaño"- continúa el relato del sueño en que termina follando con todos los hombres que están en la playa, en una orgía desenfrenada, pornográfica (narrada, no explícita en la cinta). De la risa pasa al llanto y el médico la abraza y le da el peor de los consuelos: "Era sólo un sueño". Ella, con una lucidez de duermevela, le responde: "¿Era sólo un sueño?" Y la realidad del médico en su deambular por el Village cargado de pulsión y deseos, "¿era solo una realidad?"
En unas secuencias previas, el personaje centro de todo esto, espléndidamente personificado por Sydney Pollack, le aclara al médico, cuando lo impele a olvidarlo todo, que, finalmente, lo ocurrido en la mansión de la orgía, que todo era sólo representación, teatro, y por eso las máscaras, los trajes, el ritual, y que por lo tanto mejor que lo olvide todo, y si no lo convence la explicación dramática, mejor considere su seguridad y la de su familia, porque hay cosas a las cuales él, el médico de clase media alta, no podrá comprender, porque lo exceden, es decir ese espacio inasequible o mejor dicho "exclusivo" es lo que lo de "ellos", lo excluye, porque está cerrado para él. De alguna manera Ojos bien cerrados es justamente la consecuencia fatal de intentar violar ese espacio exclusivo de la soberanía, por haber entrado a otro espacio "exclusivo". Lo que guardamos en nuestro imaginario del deseo y su "verdad", que ella, su mujer, en un momento disfórico abrió de par en par y produjo un Dream Story, que fue fatal para una ramera intercambiable, que pudo morir cualquier noche, y un pianista que no llegó a ser médico, pero tocó una notas de más con su ex-compañero de facultad.
Todo esto hace de Ojos bien cerrados una de las películas más Hitchcockianas de Kubrick: va pautando el erotismo y el deseo con una banda sonora muy ad hoc, (Shostakovich Waltz Nr. 2 de Jazz Suite) y sobre todo una nota de piano que se reitera en los momentos más siniestros, ya sea en el palacio de las orgías, como en las calles del Village, donde el médico regresa a "borrar huellas" de su noche de tensión erótica y deseo insospechado y adentrarse en lo prohibido, en el corazón de la cosa. También se descubre vigilado por un sujeto con aspecto de gangster, vestido con un abrigo amarillo oscuro, que de alguna manera emula los cameos de Hitchcock en sus filmes, sólo que son un tanto más extensos, y se repite en dos tomas, cruzando esquinas o deteniéndose en un cruce de calles, con pasos lentos, amenazadores.
Como en el maestro del suspenso, nada en Kubrick es casual, y todo es interpretable y planificado y remite de una u otra manera al cine: así como la banda sonora, los gestos, las miradas, la corporalidad, la profusión de rubias en la mansión de las orgías y los prostíbulos de mala muerte del Village. Y, sobre todo Nicole Kidman, nos remiten a un suspense más de cinema noir que otras películas de Kubrick. También la forma cómo se va graduando el suspenso y los sesgos sicológicos de la pareja protagonista y la secreta y siniestra cofradía sin sombra que ya les acecha desde la sombra. Todo y todos parecen estar confabulados, y de hecho lo están, y lo siniestro se va haciendo cada vez más intenso, desde el misma fecha en que transcurre el filme: dos días de vísperas de Navidad, y la Nochebuena transformada en esa noche de deambular del médico por las calles más equívocas de Nueva York.
De esta manera, y lateralmente, Nicole Kidman es la rubia fatal de turno: su belleza es, por ejemplo en el baile con el noble húngaro de la primera fiesta, y su deseo insatisfecho (¿la satisface al explicitarlo?) hasta el momento con el marino del secreto "confesado" por los efectos de la mariguana: una femme fatale burguesa y a su pesar, pero a sabiendas de lo que produce su belleza en el otro y el en otro que termina siendo su marido algo bobo, pero que finalmente es arrastrado como tantos personajes del cine negro al límite de la transgresión (Recordemos El cartero llama dos veces, Tay Garnett, 1946, también una mujer burguesa, aunque de otro estrato social, pero emulable, porque siempre el deseo tiene y tendrá, siempre, un "mÁs allá"). Esta perversión, o imantación a la misma de los personajes, tan propia de Hitchcock, es un detonante de la trama y sus consecuencias que es, creo, central en el sentido no manifiesto de la historia y todo el sentido subyacente de Ojos bien cerrados.
Ojos bien cerrados, o quizá más precisamente, entrecerrados, es todo aquello: los sueños que no son sólo sueños, la realidad no es sólo esa que narramos, ciertos espacios exclusivos serán también teatro, representación si es la precisa determinación del poder, y como los sueños, según Freud son el teatro de los deseos reprimidos y la represión del deseo hay que dejarla en su lugar adecuado, ese otro teatro, el que finalmente al amanecer disuelve, el que la razón oblitera.
Porque la “verdad” también es teatral, dramática, y, muchas veces, secreta, como esos entresijos que en los sueños se guardan, y que ni al sicoanalista finalmente le dejamos un relato detallado y definitivo. Son formas de convivir y sobrevivir. Las más efectivas y consecuentes. Y sobre todo en estos personajes como el de Nicole Kidman, rubia, exuberante, deseable, pero así también intuitiva pero frágil. Objeto de deseo también para los portadores del poder y ya sabemos que esa belleza, prostituta callejera, etaira o esposa de un médico ingenuo, para "ellos" no hace diferencia.
Y los ojos, creo, entrecerrados como cuando éramos chicos, les poníamos sobre la mirada los dedos al ver una película de terror en sus momentos más espeluznantes. La mirada de Ojos bien cerrados es una mirada (modo de ver) sin duda Hitchcocniana y eso es no es poco decir en el cine desde el siglo pasado: es decir desde Freud, Hitchcock y Kubrick.
Y también si consideramos que el adjetivo wide en inglés, también significa, amplio, extenso, variado... en una de esas más que oclusivo o cerrado.