¿Por qué las plantas no podemos ser asexuales?
- Sucu La Lenta
- 27 may
- 4 Min. de lectura

Soy la clase de planta a quien, desde su adolescencia, en reuniones sociales desconocidos le preguntan qué es. La pregunta, bien exasperante, nunca ha sido de índole filosófica, sino más simple, reduccionista y chabacana: mi ser se reduce a saber mi orientación sexual. ¿Cómo contestarle que me defino como un cactus en transición a ser Sucu La Lenta, pero siento atracción sexual por mujeres sin que le explote la cabecita a quien me lo pregunta?
El psicoanálisis zanjaría el asunto, según entiendo, catalogando las prácticas de mis parejas conmigo como un ejemplo de dendrofilia. No estoy segura, sin embargo, de que llamaría a las mías un ejemplo de humanofilia por más amor sienta por las mujeres. Desde mis diez centímetros de sapiencia, ¿para mí esa respuesta es lógica si los filósofos sienten amor (φιλία, philos) por la sabiduría (σοφος, sofos)?
Además, en el reino vegetal, tanto como el animal, preguntas sobre orientaciones o gustos sexuales hace millones de años comenzaron a ser ridículas, por más que la (seudo)ciencia natural se empeñé en saber si nos reproducimos por angiospermas y gimnospermas. ¿Qué esperaban si hace rato evolucionamos y aceptamos hasta el hermafroditismo entre nosotras?
No me juzguen si no puedo (ni quiero) dar una mejor respuesta desde donde me desposiciono para hablar en estas líneas. Como ya les he contado antes, soy lenta de entendederas. En los últimos años, además, me preocupa que sean más las humanas quienes, como disculpándose, me hagan la pregunta de qué soy bajo los originales argumentos de “una nunca sabe” o “caras vemos, corazones no sabemos” o “te estai perdiendo, cabrita”. ¿Acaso la reedición 2025 del Manual de Carreño incluye ahora estos cuestionamientos en sus normas de buenas costumbres?
Hoy, mientras me cuestiono el porqué de esas preguntas y observo desde mi balcón la cordillera de Santiago (¡perdón, otra vez, el interludio centralista provincia!), recuerdo esa fría mañana de junio hace veinte años atrás en que Spencer Tunick nos fotografió en el Parque Forestal. En esos tiempos, con 17 años, recién comenzaba mi transición a ser Sucu La Lenta y llamaba la atención. A una reportera le pareció choriflai o el descueve, en medio de ese destape del Chile neoliberal y conservador, intentar convencerme para que Felipito Camiroaga me entrevistara en su matinal. Aunque me negué, sentí celos cuando vi después la entrevista de Felipito piluchito con la llamada “Abuelita Tunick”. ¿Habrá sido sólo mi cándida arrogancia, terrible por ese entonces?
Desconozco las razones por las que los productores del canal de televisión estatal prefirieron desnudar en público a una abuelita sexagenaria y no a un cactus en proceso de transición. ¿Será porque ciertos cuerpos, en esa homogeneidad que promueven los medios de comunicación y hoy también las redes sociales, sólo son visibles desde la anécdota? ¿Es la misma razón por la que la entrevista a María Cristina Fuentes sigue disponible en la web del canal estatal, pero no la que Carcuro le hizo a Pedro Lemebel? Si se desnudaran más de cuatro mil personas, plantas o bestias esta misma mañana en el Parque Forestal, ¿subvertirían esa censura implícita o solo sobreviviría un nuevo cuerpo anecdótico?
“No al desnudo”, rezaba un cartel de una chica evangélica ese 30 de junio del 2002. “La asexualidad también existe”, el de una chica sobre los hombros de otra chica en la última Marcha por el Orgullo LGBTTTIQ+ este 2024. Tal vez el viento cordillerano me esté haciendo desvariar, pero me pregunto qué separa ambos carteles. ¿Veinte años? ¿Los dos papás de Nicolás? ¿O más bien zorrillos, guanacos y buses de la libertad?
Y más aún: ¿por qué no podría ser también asexual? ¿Por qué las plantas, por las mismas razones por las que se nos pregunta qué somos, primero, debemos vivir nuestra sexualidad como un territorio en disputa y, después, luchar para borronear aquello que intenta clasificarnos sin nuestra aprobación? ¿Quiénes insisten en que, sobre este tipo de temas y decisiones, “aquí es la ciencia” es la regla y no la “aquiescencia”? ¿De dónde actualizarán sus argumentos neo-bio-bíblicos? ¿De alguna serie en Netflix sobre Charles Darwin que, por mi reconocida lentitud de entendederas, aún no me he zampado de un paraguazo sus cinco temporadas?
La Cámara de Diputados rechazó una Ley de Educación Sexual Integral casi un año exacto después de las manifestaciones sociales del 2019. ¿No sabían o no les interesaba a esos apologistas del Manual de Carreño Sexual en qué lugar los jóvenes se estaban y siguen informando sobre su propia sexualidad? ¿Los diputados y diputados votaron después de revisar www.cristonuncasemasturba.com o www.pierdalavirginidadsinperderlacastidad.cl? ***
Aquí valga la pena rememorar la Historia de Chile sin recurrir a la Wikipedia. ¿No ha sido la libre enseñanza, una de las tantas sospechosas herencias de la dictadura, la que ha permitido a sostenedores de establecimientos escolares defender sus derechos por sobre los de sus estudiantes? ¿Necesitamos recordar que, si no fuera por la Corte Internacional de Derechos Humanos, en Chile estos mismos sostenedores seguirían con la libertad de expulsar a niñas o adolescentes embarazadas o estudiantes con diversidades sexo-genéricas en atención a sus proyectos educativos institucionales? ¿De verdad necesitamos sumar más evidencias para demostrar que leyes como la de Educación Sexual Integral evitarían crímenes de género o contra las diversidades sexo-genéricas?
Y podría seguir, pero tal vez baste con un corolario: la Ley de Educación Sexual Integral no fue rechazada por una mayoría de la Cámara, sino por la exigencia de un quórum supramayoritario que aún existe para cambiar leyes orgánicas de acuerdo a la Constitución del 80. Es decir, la ley no vio la luz por una minoría que, con un talento retórico envidiable, oximorreó hasta la saciedad, diciendo sobre la votación del 4 de septiembre de 2022: “no cambiemos nada si queremos reformar Chile”. ¿Todavía no capta el chiste cruel que arrojan estos rechacistas, como un escupo de vidrio, sobre el rostro de su hijx, hermanx, tíx, abuelx, amigx y usted mismx con discriminaciones tan soberbiamente evidentes?
¡Allá usted si no se lo cuestiona! Yo soy Sucu La Lenta, y me conformo con andar enojadita por las piedras preguntándome cosas como esas.
*** No hubiera sido extraño, si cuando se rechazó la Ley de Educación Sexual Integral, el 83% de jóvenes chilenos accedía a información de sexualidad a través de redes sociales, y un 71% de estos niños, niñas y adolescentes lo hacía por medio de páginas de internet, según información de Injuv.