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Tal vez

TAL VEZ MAÑANA

DE ANGIE SAIZ

HASTA EL 31 DE ENERO
CENTRO CULTURAL MONTECARMELO
SANTAIGO - CHILE


Empezaba 1980 y Raúl Zurita había publicado recién Purgatorio, cuando me contó que estaba trabajando en el libro Anteparaíso, que publicaría en 1982. Le pregunté por ese término, “anteparaíso”, un neologismo sin mayor complejidad pero no indiferente dado el autor y su primer libro. Me dijo entonces, en términos simples, que para él escribir se situaba en ese plano intermedio, más bien estrecho y urgente, que discurre entre el paraíso, donde ya no tiene sentido escribir, y el infierno, donde es imposible escribir.


En su nueva instalación “Tal vez mañana”, Angie Saiz prosigue la Odisea existencial iniciada hace veinte años tras el incendio de su espacio en 2004, hecho que exorcizó en “Catastro”, trabajo donde guiada por Casandra, la desdeñada profetiza troyana, formula su propia versión de una teoría de las catástrofes[1].


Pasan unos años y le acontece un nuevo evento de pérdida, que intenta conjurar con los vestigios de lo salvado y las animitas de lo extraviado en su propuesta “Réflex” (Museo de Arte Contemporáneo, 2018), para continuar luego con “Tregua” (Galería Metropolitana, 2021), en que la honestidad de su rogativa por pausar estallidos y pandemias y abusos corporativos e institucionales y de género y de migración, en fin, se ennoblece con un montaje íntegro de austeridad: un óvalo de ramas suspendido sobre la arena sobre la cual proyecta el humo azul de un incienso y el tañer de un cuenco. Sic transit gloria mundi.


A mediados del presente año Angie Saiz exhibió “Acá, lejos” (Departamento Jota, 2024), donde intentó soltar el nudo gordiano de su trashumancia de los últimos años, entre Santiago, México DF, un zigzag a Houston, otro a Oporto, a raíz de la pérdida ya no de un hogar, sino simplemente de un punto adonde llegar sin tener que partir. Concibe una cueva de intenso rojo interior que quiere ser un refugio mas puede derivar en un lugar de reclusión, o quizás ser un punto de extracción –pero la nave no arriba. No obstante, en esa pequeña sala todo era tan vital que lograba convertir las premoniciones en promesas y permitía optar por cualquiera de ellas: lugar de repliegue o punto de fuga. “Tal vez mañana” también permite optar, es una instalación donde el optimismo es una opción en juego.


“Tal vez mañana” fue concebida año y medio antes de “Acá, lejos”, y si bien obtuvo el financiamiento del Fondart para 2023, la artista postergó su realización por otro de sus inveterados viajes y también por la búsqueda de un espacio más idóneo que el que consideró en un inicio. El espacio elegido en esta nueva instancia ha sido una iglesia, una capilla erigida en 1897 por la Orden Carmelita, la cual fue desacralizada posteriormente y entregada en 1991 a la I. Municipalidad de Providencia para su uso como espacio cultural. Mantuvo eso sí su nombre, Montecarmelo, celebrando su origen pero, a la vez, incrementando el oprobio que generó en algunos su nuevo uso[2]. Se trata de un lugar significativo, donde se realizaba el sacrificio de la misa, la eucaristía, ceremonia que evoca el momento en que Cristo ofrece a la humanidad el pan y el vino como su cuerpo y su sangre, con el propósito de salvarla, antes de iniciar la pasión que culminará con su crucifixión. La eucaristía es el motivo de la venida de Cristo al mundo, y su evocación es la razón de Montecarmelo.


“Tal vez mañana” no es una obra confesional ni Angie Saiz es particularmente devota, pero no deja de ser cierto que el Apocalipsis despacioso que viene desglosando a lo largo de su producción demanda un altar para contenerlo, al menos ahora, ya que no antes. Por más que esta iglesia no fuera la elección inicial, sino derivada de las dificultades con el primer espacio postulado. ¿Es entonces por azar –por una dificultad impensada que Angie Saiz decida ocupar una iglesia desde el umbral al ábside para instalar una obra ahogada de presagios? Convengamos que el azar es epidérmico, trivial, que no es azar algo conducido por energías inmanentes como todo lo que ha venido develando y diseminando Angie Saiz a lo largo de su trayectoria, a lo largo de su misma vida. Celebremos entonces que no haya ocupado el lugar de aquella primera opción, que haya sido la iglesia de Montecarmelo donde ha instalado finalmente “Tal vez mañana”. No habría mejor lugar que un templo.


Tampoco habría mejor momento: en el video proyectado al ingresar a la nave de la iglesia Saiz intercala un segmento de un desfile militar grabado hace un tiempo en algún pueblo de Estados Unidos, cuyo contexto habría sido anecdótico antes que premonitorio en aquel momento, pero hoy que ha sido elegido Donald Trump y el partido republicano ha ganado la cámara y el senado estadounidense, su pertinencia es cabal. No es otro azar. La constatación del daño, los embates inhabilitantes, la pérdida irreversible y lo ominoso del poder que concede presentes griegos donde sea que surja alguna diversidad proscrita, arrasan como una dana valenciana la voluntad de contención, la necesidad de una tregua, la incorporación de la esperanza –“Tal vez mañana”– y el anhelo salvífico de alcanzar una epifanía liberadora que viene procurando Angie Saiz en veinte años de lo que va del siglo. Sin resignarse, ella dice:


“Estamos en un tiempo de tránsito entre las utopías obsoletas y el futuro distópico de un Apocalipsis que ya empezó y se prolongará por décadas, que nos obligará a construir espacios de resiliencia donde reflexionar sobre adaptarse o resguardarse de una vida en peligro y un futuro incierto. Como sea que imaginemos esos espacios u otras estrategias de sobrevivencia, nos encontramos en un presente imposible de evadir y que nos deja sin escape, acorralados entre las lógicas de poder que instalan la violencia y el control como posibilidad de progreso y desarrollo humano, y no como obstáculos o peligros para una vida mejor. Más que luchar por una de libertad mayor, hoy desarrollamos la capacidad de adaptarnos e intentar sobrellevar esta vida en tensión, construyendo un presente vulnerable y en riesgo que nos deja en la paradoja de resistir aunque seamos incapaces de visualizar un porvenir.”


Por cierto, 75 años antes Orwell no dejó lugar siquiera para esa paradoja:

“Un mundo de miedo, traición y tormento, un mundo de pisotear y ser pisoteado, un mundo que se volverá no menos sino MÁS despiadado a medida que se refine a sí mismo. El progreso en nuestro mundo será un progreso hacia más dolor. Las antiguas civilizaciones decían fundarse en el amor o la justicia. La nuestra se basa en el odio. En nuestro mundo no habrá más emociones que el miedo, la rabia, el triunfo y la humillación. Todo lo demás lo destruiremos, todo.”[3] 


En “Tal vez mañana”, las palabras de Orwell devienen en un salmo apócrifo, en el himno que nos ordenan cantar mientras avanzamos por el interior del templo hacia el presbiterio, acompañados por armonías y ruidos siderales, por el crepitar de fondo de la composición musical de Angie Saiz, desplazándonos en la rudeza de un roquerío confeccionado con cien metros de cartón negro, ascendiendo los cuatro o cinco escalones con dificultad, con dificultad emocional, ansiosos por alcanzar el gran altar de zarzas donde anhelamos recibir un trozo de pan y un sorbo de vino, una eucaristía que nos libere de nuestros pecados y nos devuelva el paraíso prometido que nunca conocimos.


Pero no hay tal paraíso; tan sólo nos espera un anteparaíso, si no el purgatorio o el infierno mismo. Cual Casandra, Angie Saiz acaba siendo víctima de sus propias premoniciones, y no por su eventualidad, sino por constatar día a día que nadie las considera, que nadie las cree, y por ver cómo, paulatinamente, todos vamos sucumbiendo en lo que ella nos quiso anticipar, en lo que nos quiso advertir para que intentáramos salvarnos. Como una nave espacial que ingresa a un agujero negro, la instalación de Angie Saiz se queda detenida en el borde, inmóvil, eterna, dejándonos creer que seguimos viéndola –siendo que ya fue tragada por aquella succión inconmensurable. Eppur si muove.


MAÑANA

 


[1] La teoría de catástrofes resulta especialmente útil para el estudio de sistemas dinámicos que representan fenómenos naturales y que por sus características, no pueden ser descritos de manera exacta por el cálculo diferencial. En ese sentido, es un modelo matemático de la morfogénesis. Planteada a finales de la década de 1950 por el matemático francés René Thom –especializado en topología diferencial– y muy difundida a partir de 1968, en la década de 1970 tuvo gran auge, al ser impulsada por los estudios de Christopher Zeeman. Tiene una especial aplicación en el análisis del comportamiento competitivo y en los modelos de cambio organizativo, evolución social, sistémica y mítica.
[2] “…me parece del todo decepcionante que una antigua bella capilla sea entregada para eventos culturales, por lo demás profanos, y que también se efectúan dentro de la misma iglesia” comenta Walter Foral Liebsch en su blog, que firma como ‘chileno, anticomunista’, y en el cual junto con relatar la historia de varias iglesias ensalza con añoranza a Augusto Pinochet y José Merino como prohombres que contribuyeron a preservar los valores de Dios, la Patria y la Familia en Chile. Una afrenta a esta visión beatífica del lugar debe haber sido la notable exposición “Fortuna”, realizada en 1991 –el mismo año de la desacralización– por Christian Israel, artista chileno-alemán de nombre cristiano y apellido judío, quien partiría poco después a residir en Bélgica.
[3] George Orwell, 1984 


IMÁGENES: JORGE BRANTMAYER @jorgebrantmayer










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