Antígona: Desaparición, recuerdo y narración
Polinices, en la tragedia de Sófocles, no es enterrado, al igual que no lo fueron las personas ultrajadas, violentadas y desaparecidas por la dictadura chilena. Antígona, su hermana, sería, entonces, la personificación de todo un entramado del vivo que agoniza. ¿Cuántas Antígona hay?

Antígona - Jean-Joseph Benjamin-Constant 1868
¿Cómo recomponerse luego del desastre? Los vaivenes del recuerdo fantasmagórico proyectan una resonancia de voces que repliegan un pasado destructivo. En Palomita blanca de Raúl Ruiz (1973), la protagonista inicia con un discurso que se superpone a imágenes en movimiento desplegadas por el continuo devenir de la voz. Narración que implica repliegues necesarios para generaciones que sufrieron en Latinoamérica la capitalización de la vida.
Cúmulo de relatos, la tarea no es fácil, ya que el recuerdo implicaría una relación con una persona que ya no se encontraría. Tal como le sucede a Antígona: su hermano es expuesto y ultrajado sin los cuidados pertinentes que exigen los dioses para cada individuo ¿Cuántas Antígona han quedado manifestadas (y manifestados) en dictadura?
Primer desentierro
Polinices, hermano de Antígona, no es enterrado, al igual que no lo fueron las personas ultrajadas, violentadas y desaparecidas por la dictadura chilena. Antígona vendría siendo la personificación de todo un entramado del vivo que agoniza. No es menor presentar este detalle, ya que el mismo Creonte, quién de manera dictatorial impone en la polis una justicia, tal como los dioses con el mito de Niobe, es quién desestabiliza la tradición del luto: “No fue Zeus el que los ha mandado publicar, ni la Justicia que vive con los dioses la que fijó tales leyes para los hombres. No pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera trasgredir las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Éstas no son de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe de dónde surgieron. No iba yo a obtener castigo por ellas de parte de los dioses por miedo a la intención de hombre alguno”.
Creonte desestabiliza tradiciones que van en pro del duelo y el recuerdo. Intenta establecer desde el orgullo la humillación y la exposición del poder junto con la palabra dictatorial. Lo interesante y relevante es que, a pesar del orden impuesto —monolingüismo diría Derrida—, la ciudad se resiste a perecer. Antígona intenta otorgarle un espacio de respeto a su hermano sabiendo que el sacrificio podría ser la misma exposición, es por esta razón también que la resistencia ocupada por ella personificaría la insaciable necesidad del duelo.
Antígona es privada de una muerte al igual que su hermano, debido a que Creonte no cumple ni siquiera su propia palabra de poder, esto porque la ciudad se resiste a aceptar los principios de exposición del cuerpo sin los ritos correspondientes. Además, no llega a cumplirla en su totalidad debido a que la muerte que se proponía era la humillación misma del cuerpo, replicando lo sucedido con su hermano. En vez de esto, se decide enterrarla y encerrarla en una cueva. Es enterrada viva esperando la inanición, la falta del comer vital y necesario para la prolongación de la vida, su resistencia: el suicidio que desestabiliza la palabra de poder instauradora. Antígona se transforma no solo en la representación del recuerdo y la narrativa, sino que además en la resistencia de poner el cuerpo. Cuerpo que se ramifica en el interior de la cueva, en la privación de luz, en la forma en cómo decide.
Este proceso lo podemos entender con lo que Sandra Uribe escribió como “mantener la memoria de quienes han muerto”. Relación que podemos establecer con Benjamin, quien nos dice sobre la narración: “No se propone transmitir el puro ‘en sí’ del asunto, como una información o reporte. Sumerge el asunto en la viuda del relator, para poder luego recuperarlo desde allí. Así, queda adherida a la narración la huella del narrador, como la huella de la mano del alfarero a la superficie”.
Antígona ofrece una resolución narrativa, una apertura que invita a seguir entablando una relación con el presente; es bajo esta mirada que no resulta netamente una información, sino una manera de entablar el lenguaje donde exista la oportunidad de velar a los que ya no están. Esta intención de apertura mesiánica nos ofrece la justicia pertinente, en especial si ponemos énfasis en lo ocurrido en dictadura: “El recuerdo funda la cadena de la tradición que sucesivamente transmite lo acontecido de generación en generación. Es el elemento inspirador de la épica en sentido amplio” dice Benjamin. “En cada uno de ellos habita una Sheherezade, a la que en cada pasaje de sus historias se le ocurre una historia nueva. Esta es una memoria épica y es el elemento inspirador de la narración”.
Aparece aquí entonces el recuerdo, pero no en un sentido de exposición, como Creonte con su palabra, sino de transmitir “para que nunca más” vuelva a ocurrir la tortura. Por esta misma razón inspira un lenguaje amplio y no cerrado, y, bajo esta misma repetición de la narrativa, se adjudica reinterpretar la historia o los relatos —como el de Antígona— como una manifestación del presente. Esto conllevaría no considerar lo actual en un grado de exposición violenta, sino más bien desde un grado de mostración, cuestión que Benjamin entabla al hablar del collage o los fragmentos: “El valor de los fragmentos de pensamiento es tanto más decisivo cuanto menos se pueda medir inmediatamente por la concepción fundamental y de él depende el brillo de la exposición en la misma medida en que depende el del mosaico con la calidad que tenga el esmalte”.
Cada tesela del mosaico se conformaría dependiendo —en este caso sobre la narración— de la necesidad de la unificación y la calidad del relato. No es azar pensar que cierta información que se nos da respecto a los cuerpos en noticiarios, por ejemplo, no tengan la sensibilidad en comparación de los sucesos ocurridos en Antígona. Para Benjamin plantea entonces el asunto de qué manera podemos entablar una justicia pertinente para los muertos.
La narración compone el hito principal que ayudará —a través del espanto mismo de ver la historia tal como está— a resignificar la barbarie que se manifiestan en la cultura. El ejemplo clave se da cuando Benjamin expone lo ocurrido en la Comuna de París, en Las tesis para la filosofía de la historia: dispararles a los relojes representa el acto más significativo que nos pueda evocar la cultura. Detener el tiempo representa dispararle a la cultura y a los botines de guerra, es el gesto simbólico que representa vivencia. El materialista histórico no debe dejar pasar la historia entre sus dedos como un rosario, toda la narración debe estar compuesta de la mayor objetividad posible. No debe existir discriminación alguna sobre las situaciones históricas, ya que el materialista histórico desarrolla un proceso de empatía con lo sucedido. Benjamin: “Fragmento o alegoría, salto [Sprung] / origen [Unsprung] e interrupción / discontinuidad se convierten en atributos de una intervención, en el sentido de la historia de salvación, en la mera continuidad del mero tiempo histórico profano; se convierte en signo de una ‘redención’ mesiánica de la ‘historia de sufrimiento’ del mundo”.
Tercer desentierro
Willy Thayer dice en Del aceite al Collage (2002) que la única mención que podemos tener sobre los desaparecidos es la desaparición misma, pretender que podemos representar o ejemplificar al torturado, que no existiría en su mera presencia, correspondería a una relación de fetiche que sería cuestionable. Bajo este parámetro, tanto Antígona como Benjamin no tratan de hacerse cargo de la personificación, sino de rendirle el respeto del duelo necesario para un acercamiento de la memoria a través del recuerdo. No es un aprovechamiento museográfico, de exposición, sino intentar hacerse cargo de los que ya no están: “Pero ¿cómo no voy a buscar a mi hermano?”, escribe Sandra Uribe. “Díganmelo ustedes. ¿Cómo no voy a exigir su cuerpo siquiera para enterrarlo? ¿Cómo voy a dormir tranquila pensando en que puede estar en un barranco, en un solar baldío, en una brecha?”.
Hacerse cargo de esta responsabilidad no significa personificar al desaparecido o intentar sufrir como el torturado, sino una consideración más humilde: tener el derecho al duelo. Velar evoca el mínimo pensamiento de respeto hacia el cuerpo y su persona, es por esta razón que, si del desaparecido solo tenemos su definición, la única alternativa es pensar en Antígona. Esto, porque ella es quién desesperadamente busca el remanso de su hermano, a sabiendas de las consecuencias que esto tendría para la palabra dictatorial.
Antígona permite repensar la narratividad de las personas desaparecidas, esto conlleva sufrir los hechos pasivamente, como María Palomita blanca, ya que ella es quién desde su cuerpo sujeto al contexto, ayuda a entablar un lazo de apertura con el pasado sin una pretensión del tiempo progresivo. La protagonista del filme encarnaría el Angelus Novus de Klee de una manera palpable, ya que a través de la cámara y la introspección de la visualidad que otorga Ruiz podemos comprender los puntos de fuga del tiempo. En particular, porque ella es quién ve la división de clases, los cambios culturales que finalmente llevarían al golpe de estado de 1973. Uribe: “Ellos dicen que sin cuerpo no hay delito. Yo les digo que sin cuerpo no hay remanso, no hay paz posible para este corazón”.
La narración implicaría una apertura posible para la remembranza del cuerpo desaparecido, Antígona representaría el elemento poroso, es decir, la pequeña noción de apertura para re-pensar a los desaparecidos dentro de la narrativa del otro, dentro de la cueva, tocando piedras y presenciando lentamente la inanición de manera pasiva. O como la protagonista de Palomita blanca quién, también a lo Antígona, presencia cómo los cambios sociales de la época se van orquestando de una manera agresiva, sin concesiones.
Quisiera remarcar esto: ella es quién vemos con la cámara. Pero no podemos olvidar que esta narración intertextual se enciende desde lo cotidiano, al momento de que los choques culturales de su pareja y ella se resaltan con el lenguaje, pero este lenguaje del otro se opaca por la prevalencia de la clase social. La protagonista es quién se suspende como una fantasma pasiva, una mujer que dentro del filme de Ruiz no es escuchada, aunque queramos; ella es quién, tal cual Antígona, refleja el problema de la narración como una resonancia y encarna el problema de la apertura de las Antígona. Siguen existiendo alternativas que potencien este trabajo, pero lo que propongo acá es una política de la apertura y el duelo que ayude de alguna manera repensar el contexto del sujeto que físicamente no está, pero la vida sigue pensando.

Antigone - Indira Cessarine 2018