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En el vientre de los monstruos

EN EL VIENTRE DE LOS MONSTRUOS
PABLO JANSANA
14 DE JUNIO - 29 DE AGOSTO 2025
PARQUE CULTURAL DE VALPARAÍSO
VALPARAÍSO - CHILE

 

Las conversaciones entre Pablo Jansana y yo han girado en torno al aprendizaje emocional a través de trayectorias de vida profundamente distintas. Venimos de hemisferios opuestos, moldeados por estructuras sociales y atmósferas culturales muy diferentes. Pablo creció en Chile, dentro de una familia vinculada a la vida pública y a instituciones históricas, con las herencias del derecho y la jerarquía colonial presentes en la experiencia cotidiana. Su infancia estuvo marcada por la inestabilidad, pero también por la protección, expresiones desbordantes y una vida familiar expuesta públicamente. Yo crecí en un hogar europeo contracultural, donde la precariedad económica coexistía con una fuerte convicción ideológica: adultos que luchaban por sobrevivir en el campo mientras intentaban vivir visiones políticas globales de un mundo mejor. Mi entorno temprano fue modelado por el contacto con visitantes indígenas que pasaban por nuestra casa rumbo al norte, a visitar a los samis, encuentros que, aunque informales, dejaron rastros de otras cosmologías y formas de relación que permanecieron mayormente tácitas.

 

Lo que sostiene nuestro diálogo es el reconocimiento de que la adolescencia no es simplemente una fase biológica entre la niñez y la adultez, sino un estado del ser que existe entre la devastación y un nuevo crecimiento. Yo crecí con miedo de que mi propia especie estuviera dañando el planeta, pero no tenía lenguaje para ello; no había adultos que crearan un espacio abierto para lo que estaba percibiendo. Quizás eso sea siempre parte de la adolescencia: descubrir algo en el mundo que no encaja del todo, algo real y devastador, pero aún no cartografiado por las estructuras que te rodean. Había un desfase entre aquello a lo que estaba expuesto y lo que los adultos creían que podía comprender. Pablo, en cambio, describía cómo en Chile los grandes eventos ambientales —terremotos, tormentas, aluviones, desastres naturales— eran muchas veces enfrentados con humor, evocando el desorden, la ironía o lógicas oníricas. Eso revelaba una diferencia cultural más profunda en la manera de metabolizar la inestabilidad: mientras yo aprendía miedo y culpa, él encontraba el temor y la risa. En esa brecha —entre el humor y el espanto, la herencia y la marginalidad, la protección y la supervivencia— no encontramos contradicción, sino las condiciones para un intercambio emocional significativo. Lo que ambos estábamos bordeando no era sólo una disonancia generacional, sino una transformación más honda, el reconocimiento de que algo mayor ya había empezado a desmoronarse. Porque la adolescencia no es solo una transición entre la infancia y la adultez; es un estado de suspensión entre la devastación y el rebrote. Es ahí, en ese espacio suspendido, donde comenzó nuestra conversación y donde sus pinturas siguen hablando.

 

En las pinturas de Pablo Jansana hay un tiempo que no avanza. Se pliega sobre sí mismo, se demora, se pierde. Las figuras flotan a medio enunciado, a mitad de una transformación, ni del todo espectrales ni plenamente presentes. Están atrapadas en sistemas meteorológicos del devenir, expuestas a fuerzas que tienen nombre en un mundo, pero permanecen innombradas en otro. Se siente que no son escenas recordadas, sino umbrales mantenidos abiertos, como si las pinturas no trataran del pasado, sino de aquello que impide que el pasado se cierre. El aire está espeso de llegadas inconclusas. Hablar desde fuera de la historia que uno habita es casi imposible, no por la posición, si no por la sensación, una deriva psíquica. En las imágenes de Pablo, ese afuera se aborda de forma oblicua, sin dar un paso más allá, permanece donde la narrativa se deshace.

 

En la obra de Jansana, la devastación no llega como espectáculo. Se sedimenta. A veces es un gesto arañado en la superficie, un cuerpo que ya llega tarde para ser salvado o un paisaje saturado por las secuelas. De ese daño emergen formas extrañas, fragmentos que no elaboran el duelo de manera limpia, que no se resuelven. No son restauraciones. Son lo que crece cuando la memoria y la ruina coexisten demasiado tiempo en un mismo espacio. Estas imágenes no ofrecen consuelo, pero tampoco son cínicas. Preguntan cómo podríamos permanecer con lo que no puede deshacerse, y aun así seguir pintando. Tendemos a enfrentar la devastación con nostalgia o ritos, tratando de fijar su forma para poder llevarla. Pero las imágenes de Pablo se resisten a asentarse. En su lugar, mantienen abierto un tipo de suspensión virtual; lo que crece aquí no es memoria, sino algo deforme, híbrido, a veces absurdo. Puede que sientas ganas de reír, de apartarte, de mirar hacia otro lado. Pero si te quedas, empiezas a ver relaciones que se forman a través de los escombros. No se trata exactamente de reparación, sino de ensayo, un esfuerzo necesario por permanecer con lo que no elegimos e intentar comprender lo que eso nos exige.

 

El monstruo aparece donde la forma empieza a resbalar, donde el cuerpo deja de obedecer las reglas que le fueron asignadas. En el mundo de Pablo, los monstruos no son amenazas a derrotar, si no umbrales. Llegan torpemente, a medio formar o desbordados, portando demasiadas historias a la vez. No nos advierten de lo desconocido, son lo desconocido, haciéndose visible antes de saber qué son. Su fuerza no está en el horror, sino en su negativa a resolverse. Cada uno nos enseña a quedarnos un poco más en aquello que aún no entendemos, a relacionarnos sin certezas, a soportar la multiplicidad sin nombre. La monstruosidad aparece donde los cuerpos comienzan a hacer lo que se supone que no deben: rotar extremidades, deslizarse entre géneros, filtrar el tiempo. En las pinturas de Pablo, estas figuras no rompen el marco; lo convierten en su cuerpo, estirando lo que creíamos fijo. Los monstruos no son simplemente grotescos, son experimentos de vitalidad. Abren una mirada hacia paisajes que se comportan con la misma extrañeza que los cuerpos que los habitan, donde la gravedad falla, el suelo tiembla y los portales se multiplican. En esa ecología volátil, la vida y la muerte dejan de ser opuestos para volverse recursivos. Los monstruos nos enseñan a ver el nicho que ocupamos, no como algo inevitable, si no como una configuración entre muchas otras que aún se están formando.

 

No hay superficie limpia en las pinturas de Pablo, cada imagen llega con una memoria ya incrustada, arañada, repintada, lijada. Es una práctica de sedimentación, no de espontaneidad. Lo que ves nunca es la historia completa, solo la última negociación. En este sentido, las pinturas se comportan como el pensamiento: llenas de revisiones, vacilaciones, retornos. Llevan el peso de lo que alguna vez estuvo ahí, de lo que pudo haber sido y de lo que apenas se deja ver entre el ruido. No buscan claridad, si no una forma de presencia acumulada donde ficción y memoria, gesto y borradura, colapsan en un mismo campo vibrante. Intenta ver cada pintura como una negativa silenciosa a la claridad, a la certeza, a la exigencia de resolver. Lo que emerge no es una afirmación, sino una leve divergencia entre memoria y proyección, una imagen que no puede justificar del todo su presencia.

 

Hemos estado orbitando —él en la pintura, yo en las palabras— en un presente suspendido. Un tiempo en que los sistemas se desestabilizan, pero aún no se forma nada coherente en su lugar. Las imágenes de Jansana no explican esta condición; la habitan. Sostienen la tensión entre hechos reales y elaboraciones ficticias, entre memoria y proyección. Quizás esta exhibición no sea una declaración, sino una pasarela delgada, provisional, tendida entre dos orillas que tampoco están fijas.

 






                                                                 

Pablo Jansana (n. 1976, Chile)

Artista multidisciplinario que trabaja con pintura, escultura y texto. Estudió Artes Visuales en la Universidad Finis Terrae en Santiago de Chile. En 2008, se trasladó a Nueva York, donde cursó estudios en la School of Visual Arts y participó en el programa International Studio and Curatorial Program (ISCP) entre 2009 y 2010. Desde entonces, vive y trabaja entre Nueva York (EE.UU.) y Copenhague (Dinamarca).
Esta exposición se presenta tras su muestra “Adormecer a los felices” en el MAC de Santiago (2024) y anticipa su próxima exhibición en SVFK, Dinamarca (2026). Este año Jansana fue reconocido recientemente con el prestigioso Working Grant del Statens Kunstfond, en Dinamarca. Su obra ha sido exhibida individualmente en Escandinavia, España, Estados Unidos y Chile y forma parte de colecciones públicas y privadas como The Rema Hort Mann Foundation (Nueva York), el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio (Chile), el Museo de Arte Moderno de Chiloé (Chile) y CSAV (Santiago, Chile).

Aslak Aamot Helm, investigador
Investigador que hace cruces entre arte, ciencia y tecnología. Cofundó el estudio transdisciplinario Diakron y Primer, con sede dentro de la empresa de biotecnología Aquaporin. Su trabajo se centra en la creación de nuevas estrategias institucionales en torno a la estética en tiempos de incertidumbre y cambios en el conocimiento científico.
En 2025 trabajó en un proyecto de investigación postdoctoral con Medical Museion y Serpentine Galleries sobre prácticas organizacionales. A partir de 2026, liderará Alluvial, un importante proyecto de investigación respaldado por la Novo Nordisk Foundation en colaboración con los museos de historia natural de Dinamarca y de Berlín.
 
 

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