Marcos Vergara: "La vida sin música me resulta inconcebible"
- Rodrigo Pincheira
- hace 2 días
- 9 Min. de lectura
Médico, coleccionista y melómano a tiempo completo, es el autor del libro “New Wave, vueltas de la vida en 45 rpm” (Editorial Máquina de Comunicar / Economías de Guerra), biografía, crítica cultural y relato epocal. También una invitación a estar en la escucha como relación fundamental con el mundo. Es posible imaginarlo frente a su discoteca en que, tal vez, cada surco sea un fragmento de su memoria. Como si pudiera decir yo soy mis discos.
En la presentación de tu libro en la Escuela de Verano 2025 de la Universidad de Concepción, señalaste que la envidia había sido un motor importante para escribir este libro.
Andaba con algunas ideas en mente provenientes de Florencia Abadi, filósofa argentina, que postula que el origen del deseo radica en la envidia. Me pareció interesante. Y justo me encontré con una entrevista mercurial a Leonidas Montes, actual manager principal del Centro de Estudios Públicos (CEP), quien hacía un relato de su joven peregrinar por los pasillos del new wave chilensis en el garage de Matucana y otros sitios de los 80. Y entonces me dije: pero, ¿cómo es posible? esta es una historia que yo tengo que contar. Y así no más fue. En enero de este año, tocó el DJ FIAT600, Miguel Conejeros, en el CEP, y tuve la ocasión de regalarle mi libro a Leonidas; sabía de su existencia y estaba muy agradecido por el regalo.

Desde hace tiempo, has publicado columnas en diversos medios de comunicación, pero escribir un libro es diferente.
Sólo es el mensaje el que cambia. New Wave, vueltas de la vida en 45 rpm fue la ocasión de poner mi biografía al servicio de un relato acerca de la música. En el caso de las columnas vamos detrás de los aconteceres del sector de la salud y me divierto tanto como cuando escribo prosa biográfica. En ambos casos recurro a la ironía. El libro se escribió por segmentos que estaban allí reposando y luego los uní. De hecho, el capítulo de Juan Scerecz ya había sido editado en Radio Cooperativa en mayo del 2023 y en mi libro de columnas.
Tu libro puede dialogar con Alta Fidelidad de Nick Hornby, en Busca de los discos perdidos de Eric Spitznagel o Lost in Music de Giles Smith.
Interesantes referentes los que mencionas. Me he empeñado en completar la banda sonora de mi vida. Creo que ya no queda nada, está todo en CDs y vinilos. Debo mencionar, sin embargo, mi sorpresa cuando vi la película Los Colonos y escuché la canción de cierre que cantaba la mujer de Menéndez en presencia de la santa iglesia, acompañada de dos pequeñuelas de origen desconocido, era una canción que escuché cuando joven, durante la Unidad Popular, en mi natal La Unión, cantada por Víctor Jara y el Quilapayún, en inglés: Hush a Bye. No está disponible el CD. Pero el tema relevante de Alta Fidelidad es la ética del DJ, que renuncia a comprar la discoteca fabulosa del "villano" a precio de huevo. No sé si tales códigos en nuestro mundo habrán estado siempre presentes.
Gilles Smith dice en su libro que "La música nunca fue sólo ruido de fondo; siempre fue el centro de todo. No era sólo entretenimiento, era una especie de religión".
No sé si una especie de religión. Detesto las religiones. Sí creo que es el centro de todo. La vida sin música me resulta inconcebible. No podría imaginarme estar sin ella cerca. Y sin la posibilidad de juntarme con alguien a escuchar y registrar. Yo adoro, no obstante, el objeto, el CD, los vinilos, con sus portadas alucinantes. Me interesa la cosa, no me interesa tanto los medios avanzados de almacenamiento y acceso a las playlist. Entonces, quizás no es sólo la música lo que cierra los vacíos de una biografía.
Hay varias formas de describir tu libro: crónica, memorias, autoficción. Yo decía que es una autobiografía de un vinilómano en estado terminal. ¿Con cuál te sientes más identificado?
Bueno, con el estado terminal, camino a la cueva negra. Abordo el tema de la muerte con alguna preocupación en el libro. Recorro los muertos de mi vida, no los de mi felicidad. Los que de verdad se murieron. Y es una experiencia de marca mayor. Recurro a Parra para enfrentar a la vieja de la guadaña. Y de nuevo, mi biografía es un recurso para portar el ataúd de la música. De paso pienso que a mis hijos no les interesa este legado, esta acumulación física de CDs y vinilos, porque ya no han de tener dónde ponerlos.
Hay una imagen preciosa que alude a tu infancia en La Unión que, me pareció, resume parte de tu vida con la música. Tú, niño, en tu casa paterna solo frente a una ruma de discos de 45 rpm. Me parece que es como querer cerrar el círculo, algo muy Jung.
Es el trauma original. El momento en que se fueron los hermanos, harto mayores que yo, y dejaron los discos de 45 rpm. La imagen que se me viene a la cabeza soy yo mismo sentado en la alfombra dándome la espalda con una ruma de discos a cada lado. Me veo la nuca, no el rostro. Entonces supongo que me sentía contento en medio de esa triste e infinita soledad.
¿Te pareció suficiente el capítulo de Concepción, hablando de Juan Scerecz y el legendario “Rich” o el programa Nueva Dimensión? Me pareció que, acerca del programa radial, pudiste explayarte un poco más. Es una historia que merece ser contada.
Quizás. Pero no mucho más, porque yo me hice cargo del programa en plenitud cuando Felipe Raurich viajó a Europa en busca de su hermano. El programa había sido heredado por los hermanos Raurich, pero Miguel era un poco perezoso, no era metódico como Pancho Vergara, y Felipe era una máquina de hacer las cosas a su manera. Entonces yo me abrí paso allí porque sentía que me lo merecía. ¡Qué brutalidad! A codazos, por cierto, hasta que Felipe viajó y tuvo la suerte de dejar el programa a alguien, para retomarlo a su regreso. Cuando volvió, después de mi año de gloria en el programa, tuvimos que llegar al acuerdo político de que una semana lo hacía cada uno, porque no era posible trabajar juntos. El último programa, eso sí, lo hicimos juntos. Fui apenas una pequeña parte de ese mítico programa penquista, del que esperamos pronto se haga un libro.
¿Cómo fue la experiencia de pasar del rock progresivo, el jazz o la vanguardia europea a la new wave? En el libro da la impresión que renegaste del progresivo.
Tal vez, si bien tengo a los progresivos en mi discoteca y los escucho de vez en cuando con alegría y entusiasmo. La transición fue dura, los auditores nos odiaron por tan revolucionario cambio. Es cierto que estábamos un poco aburridos con los progresivos y con el jazz, cuando apareció Felipe con los vinilos que compró por recomendación de su hermano Francisco, y los dejó en mi casa. Y entonces empezamos a digerir el asunto. El primer golpe fue The Pretenders, luego Talking Heads y The Police. Nos fumábamos unos porros con el Lucho Suárez –uno de mis muertos– y, expandida la conciencia, nos exponíamos sin prejuicios a lo nuevo. Y lo descubrimos. Había vuelto a casa la posibilidad de silbar canciones caminando por la calle. Fuimos felices, pero nos costó instalar esta transformación en la audiencia. Fuimos radicales, intransigentes.
¿Qué elementos musicales destacarías de la new wave?
La new wave es un mundo que se abre a partir de la osadía de algunos grupos punk. Es una onda expansiva de aquello. Una constelación plagada de novedades, un laboratorio de nuevos ritmos y melodías. Las manos de productores como Brian Eno y Philip Glass permitieron afinar el sonido más rudimentario de los orígenes y poner a disposición material de borde más sofisticado, como Talking Heads y Polyrock. Pero otros grupos como The Wire o Wayne County & the Electric Chairs lo resolvieron de manera más autodidacta. En la práctica, fue una ola que detectamos a tiempo. Por eso, entre otras cosas, Concepción pasa a la punta de esta historia. Y la onda expansiva cierra después, a mi juicio, con Paddy McAloon, de Prefab Sprout, con Bobby Gillespie, de Primal Scream y con Mark Hollis de Talk Talk. Ahí baja el telón y por cierto vienen nuevas cosas, en particular el aporte de la electrónica: Chill Out de The KLF, por ejemplo.
Imposible no preguntarte por Los Pinochet Boys a los que te une un lazo familiar y que están también en el texto. ¿Cuál fue el aporte de esa banda más allá de música?
El aporte fue el escándalo y los "raros peinados nuevos" que Gonzalo Donoso registró. Grabaron dos canciones con Fonseca y salieron arrancando a Sao Pablo, donde vivieron por un tiempo. Era difícil hacer la carrera en Chile con ese nombre, si bien a mí me pareció muy apropiado para estos muchachos que eran realmente hijos de la dictadura: los Conejeros son mis sobrinos de La Unión y los atiborramos de música desde Concepción. Otros sobrinos de La Unión salieron a las calles a bailar breakdance. Había onda. Esa fue la onda que llegó a Santiago. Toda la magia del sur.
Más allá de tu testimonio de amistad con Los prisioneros ¿cuál es el valor que le asignas a la banda dentro de la música popular chilena?
Los Prisioneros son un fenómeno sociológico de marca mayor en Chile. Cantar con rabia y usar los medios que el new wave proporcionaba para hacerlo, produjo en la juventud de la época un gran impacto. La gente se sintió verdaderamente interpretada con las letras del trío. La inteligencia de González y la ironía de Narea fue clave. Qué suerte que tuvimos. Y musicalmente, la obra de los muchachos dejó tremendas canciones a disposición del respetable público.
Todo el conflicto "prisionero" lo sorteas con elegancia considerando que puede ser un zapato chino.
Bueno, siempre las cosas han de tener su límite. Fue doloroso vivir, dos veces, el conflicto entre los muchachos, y la caída de Jorge en las siniestras garras de la fama. También fue una alegría inmensa cuando se juntaron para tocar en el Estadio Nacional en Santiago. Esa es la cosa, ni más ni menos.
¿Qué te dejó haber sido amigo y mentor de Los Prisioneros, recibirlos en tu casa y formar parte de los prisioneros lovers?
Fue una época muy rica porque me ofrecía la posibilidad de mostrar la música que tenía, a estos muchachos. Es la misión del DJ. Para eso hemos venido al mundo, a materializarla. Pero también nos brindó la posibilidad de un acercamiento afectivo, cuando nos sentábamos a tomar el té que preparé siempre. Jorge era incisivo sentado ahí en la mesa burlándose de nuestra costumbres pequeño burguesas. A mis niños les tocaba el "pájaro loco" en la guitarra. Yo creo que se construyó una amistad. Lo del mentor es una exageración de los muchachos a propósito de la dedicatoria en un CD. Le pusieron color.
La música popular te sirve para mirar o escuchar al país desde la sureña La Unión a mediados de los años 50 hasta hoy. ¿Cuál es su diagnóstico doctor?
Oh, que pregunta es ésta. Mi diagnóstico es que mi vida no sería la misma sin las óperas italianas de mi padre, sin los discos de Raphael que él mismo compró enamorado del registro de voz que se gastaba "er niño" y sin el disco de los brasileros, esos que no recuerdo cómo se llamaban. Después dos joyas que no retuve: el primero de Presley en Chile, de carátula verde y tamaño mediano, entre un 45 y un LP; y más tarde el Magical Mystery Tour en una edición de dos singles que ya no se encuentra en ninguna parte. Ese es mi dolor.
Un asunto original del texto es la relación entre la medicina, la cultura y la política.
La medicina fue para mí una profunda decepción, cuando descubrí el currículum oculto, cuando descubrí que no nos orientábamos a prestar servicios en el continente africano, sino a transformarnos en unos miserables especialistas de las grandes clínicas. Yo sé que esto suena un poco ridículo, una fantasía inmaterializable, pero ¡qué va! Ya sabemos también de la fantasía de la nueva izquierda revolucionaria en Chile. Vivimos tiempos difíciles, pero yo no paro de reír cuando asisto al espectáculo de nuestro devenir con mi paquete de cabritas sentado en la galería.
La música popular te sirve para mirar o escuchar al país desde la sureña La Unión a mediados de los años 50 hasta hoy. ¿Cuál es su diagnóstico doctor?
Oh, que pregunta es ésta. Mi diagnóstico es que mi vida no sería la misma sin las óperas italianas de mi padre, sin los discos de Raphael que él mismo compró enamorado del registro de voz que se gastaba "er niño" y sin el disco de los brasileros, esos que no recuerdo cómo se llamaban. Después dos joyas que no retuve: el primero de Presley en Chile, de carátula verde y tamaño mediano, entre un 45 y un LP; y más tarde el Magical Mystery Tour en una edición de dos singles que ya no se encuentra en ninguna parte. Ese es mi dolor.
Un asunto original del texto es la relación entre la medicina, la cultura y la política.
La medicina fue para mí una profunda decepción, cuando descubrí el currículum oculto, cuando descubrí que no nos orientábamos a prestar servicios en el continente africano, sino a transformarnos en unos miserables especialistas de las grandes clínicas. Yo sé que esto suena un poco ridículo, una fantasía inmaterializable, pero ¡qué va! Ya sabemos también de la fantasía de la nueva izquierda revolucionaria en Chile. Vivimos tiempos difíciles, pero yo no paro de reír cuando asisto al espectáculo de nuestro devenir con mi paquete de cabritas sentado en la galería.
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New Wave, vueltas de la vida en 45 rpm
Marcos Vergara
Editorial Máquina de Comunicar / Economías de Guerra
