Nunca jamás y la memoria de los niños perdidos
Notas sobre una investigación de la niñez en el Sename.
Parte 1
- Si ahora ya no vives en los jardines de Kensington...
- Todavía vivo allí a veces.
- ¿Pero dónde vives más ahora?
- Con los niños perdidos.
- ¿Quiénes son esos?
- Son los niños que se caen de sus cochecitos cuando la niñera no está mirando. Si al cabo de siete días nadie los reclama se los envía al País de Nunca Jamás para sufragar gastos. Yo soy su capitán.
- ¡Qué divertido debe de ser!
- Sí -dijo el astuto Peter-, pero nos sentimos bastantes solos. Es que no tenemos compañía femenina.
(Extracto de Peter Pan, de J.M. Barrie).
Hay una referencia constante a la desafortunada vida de los huérfanos en los cuentos infantiles. Quedarse solos, tras la muerte de uno de los progenitores o tras el fantasma del abandono, permite muchas veces comenzar una aventura cuyo desenlace en las versiones originales de los cuentos –que no son las de Disney– no siempre es el mejor.
Peter Pan es sistemáticamente ubicado como una historia para niños. Nunca he estado de acuerdo con las utilizaciones del constructo “Peter Pan” en la psicología, por ejemplo, en el “síndrome Peter Pan”; creo que simplifican y destruyen algo esencial de la obra de J.M. Barrie: que la vida de los niños perdidos es una vida muy difícil, plagada de peligros y en permanente búsqueda de cuidado. Los niños perdidos son niños para siempre porque en realidad han sido abandonados y crecer es algo que se hace para y con otros.
Acudir a la biografía del autor de Peter Pan entrega algunas pistas sobre esto. Al parecer, de niño Barrie pierde a su hermano en un accidente mientras patinaba sobre el hielo; la madre sumida en un profundo dolor es incapaz de superarlo, adentrándose en una depresión tan profunda por la que diríamos “abandona” a James sin piedad. Tan difícil fue este episodio que Barrie habría llegado al punto de intentar convertirse en su hermano, para poder iluminar de nuevo la mirada de la madre, incluso vistiéndose con las ropas de aquél. Lamentablemente, la madre nunca habría reconocido este esfuerzo pues cuando Barrie toma esa decisión ya era mayor, y el recuerdo que dolía a su madre era el de un niño de 13 años que permanecería en su memoria sin variación alguna.
1- Sobre la memoria de los niños perdidos
La memoria no existe. No hay nada más dúctil, acomodaticio y flexible que la memoria. Finalmente, eso a lo que llamamos memoria se trata de una narración, es decir, de palabras, y las palabras son un conjunto de lexemas organizados en una frase cuya estructura está establecida en un código ajeno –ajeno para todos y, más aún, para los niños.
Hay recuerdos de infancia; yo no diría que son memorias.
Los recuerdos de infancia son escenas que permanecen a lo largo del tiempo y que trascienden las distintas transformaciones identitarias que un ser humano sufre a lo largo de su vida.
Esos recuerdos de infancia suelen estar imaginarizados y, en mi experiencia, no necesitan del paso por el otro para existir: no pueden ser desmentidos, aunque sí pueden ser sentidos de otro modo, por ejemplo, cuando alguien hace un zoom sobre una parte de la imagen poco vista o amplifica el contexto de la escena para observar el recuerdo desde otra escala. Una de las características de los recuerdos de infancia es que permiten un viaje en el tiempo en el que nos vemos desde afuera, como un desdoblamiento, como el texto de una hipnosis.
2- Sobre la violencia y la infancia
¿Qué es la violencia en la vida de los niños? Para los analistas, devenir ser humano, es decir incorporarse en el lenguaje es ya un acto de violencia. Nombrar a un niño, depositar en él expectativas, obligarlo a decir en nuestra lengua lo que siente, rutinizarlo, ingresarlo en la Ley, todo es un acto de violencia primaria. El hecho de cuidar también contiene algo que transgrede. Según Piera Aulagnier, la violencia primaria es "una primera violación de un espacio y de una actividad que obedece a leyes heterogéneas al yo”, sin embargo, necesaria en tanto contribuye a la futura constitución de un yo. En ese acto de violencia primaria se entrelaza el deseo de uno (de ser el deseo del otro) y la (supuesta) necesidad del otro, dando lugar a la demanda, en un circuito infinito que permite y que estructura el lazo social.
La infancia es una etapa en la que se sufre mucha violencia. No puede idealizarse la infancia. Nadie tuvo una infancia sin violencia. Nadie que viva en sociedad al menos. Quizás la mayor violencia que recibieron los niños perdidos reside en todos los momentos en los que nadie hizo el ejercicio de imponerles una respuesta a su supuesta necesidad, o cuando alguien lo hizo, pero sin deseo de ser su deseo, es decir, sin amor.
También fueron víctimas de otras violencias, esas que Aulagnier llama violencia secundaria: un exceso que no tienen ninguna finalidad, que no surge del deseo sino de la crueldad, de la venganza, del sadismo, como dice Cristian, uno de los participantes de esta investigación: “La crianza que nosotros tuvimos aquí fue en base al amor y al odio que tenían los mismos encargados” (Cristian).
3- Sobre el sujeto de la anunciación en el que recuerda
El psicoanalista Néstor Braunstein (2008) propone la existencia de una paradoja en el funcionamiento de la memoria, como afirmación de un cierto saber sobre algo vivido, visto u oído en el pasado, y es que se aprecia mejor cuando el episodio en cuestión resulta doloroso o vergonzoso. Uno llega a recordar… a pesar de uno mismo. Sin embargo, ello no significa que ese recuerdo remita a la totalidad de la experiencia subjetiva traída al presente a través del recuerdo, pues generalmente el “yo” de alguien habla en presente y evoca una experiencia previa. El sujeto de la enunciación está falsa e incompletamente representado por el yo del enunciado, que sabe la dificultad para circunscribir cualquier recuerdo y de las necesarias falsificaciones que ese recuerdo debe sufrir para ser apalabrado y transmitido a otro en una irrepetible experiencia de diálogo (p.17).
Para Braunstein (2008), existe en el recuerdo narrado una dimensión que escapa a la dinámica del enunciado y de la enunciación. Se trataría del sujeto de la anunciación el cual “realiza” su memoria al articularla en un discurso, al exhibirla en una experiencia dialéctica que no reproduce, ni repite el pasado vivido, sino que lo constituye como pasado al historizarlo ante un oyente. “El recuerdo es construido desde el futuro que le aguarda” (p.18). El presente es entonces causa de ese recuerdo y no a la inversa.
4- ¿Tu vienes de Nunca Jamás?
Cuando Nunca Jamás llegó a los medios muchas cosas pasaron. Antes de 1990, la prensa se ocupaba más de los Niños Perdidos que de Nunca Jamás. Sin embargo, la necesidad de hacer de esto un problema público significó develar una realidad cruda e insoportable pero en ningún caso nueva: en Nunca Jamás habían situaciones de grave maltrato, a veces con resultado de muerte.
La reacción pública y ciudadana indignada exigió la disolución del Sename, la desinstitucionalización de las/os niñas/os, y la búsqueda de formas alternativas de cuidado y atención. El Comité de los Derechos del Niño declaró que Chile había violado sistemáticamente, durante 40 años, los principios rectores contenidos en la convención y que de hecho “las violaciones descritas no son producto de circunstancias puntuales de personas concretas o de una determinada coyuntura si no que su mantenimiento a lo largo de casi 40 años y la falta de corrección ante las reiteradas denuncias y constataciones demuestra que existen unas causas estructurales que han permitido esta situación” (Comité de los Derechos del Niño, 2018, p.17). Esas causas estructurales refieren al modo como el sistema de protección de la niñez pobre se volvió un lucrativo negocio; siempre había sido un negocio, pero durante la dictadura se transformó en el mejor ejemplo de la acumulación por desposesión, cuestión que se consolida y crece en democracia, cuando se instalan verdaderos holding proveedores de toda clase de programas sociales, de reparación, de rehabilitación, etcétera.
El Estado chileno se vio así compelido a transformar su sistema de protección dirigido a la niñez. Sin embargo, no tiene intenciones de dejar morir el holding y, por ello, el énfasis de la cobertura mediática ha estado orientada en torno a la denuncia respecto a las prácticas de negligencia y maltrato existente en los centros, imputable a funcionarios y funcionarias, pero no al sistema en general.
Con la urgencia de la denuncia, a nadie le importó que los niños perdidos hubieran vuelto a Kensington, donde ahora tenían que dar muchísimas explicaciones ante las miradas horrorizadas de una ciudadanía que les supone a todos y todas los peores dolores. Ese es el precio de salir en la televisión.
¿Pero qué tienen para decir los niños perdidos? En estos artículos trataremos de reflexionar sobre esas voces. Voces que nos hablan de abandonos, violencias, cuidado y resistencia. Nunca Jamás tiene muchas capas, en las que no sólo están los niños del Sename.
Patricia Castillo
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