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Si el presente no se excediera, ¿con qué se fabricaría el futuro? Pero lo vemos al revés: es por falta de presente que apelamos al futuro. En rigor, no hay futuro que venga sino sólo presente que se abre paso. Sin embargo, nos disponemos a algo que pareciera venir desde allá para acá: ese tiempo no acontecido y que no es nada mientras no acontece. “Llegará el día”, decimos. Dejamos en nosotros un espacio vacío para que ese otro vacío, el de lo que aún no llega, se arme su lugar. Sabemos que en rigor nada se anticipa, pero aun así una parte de nosotros hace de vigía en esta nave, pretendiendo avistar lo que todavía no vivimos como si nos aguardara a la vuelta de la curva. Con tanto azar de por medio, el vigía se vuelve irrelevante. Pero no suelta el binocular, atento en la proa, apostando al desembarco en una isla que sólo será tal cuando desde ella podamos ver, a nuestras espaldas, un barco anclado del que nos vamos alejando.

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