A quienes tienen mal carácter, o uno impermeable, o uno que presagia desastres, pareciera que el destino les confirma su negatividad o sus premoniciones. Suele fundirse, el carácter, en un destino, cuando quien lo encarna no fructifica pese al talento o las oportunidades, cuando trunca la vida de quien insiste en extremarla, cuando el amor da la espalda porque hay un goce extraño en sabotearlo, cuando la vocación salvífica pinta de mártir o la manía justiciera inunda de adversarios, cuando se es víctima no por mala suerte sino porque se desconfía de la suerte. Muy de vez en cuando, un carácter logra torcer un destino aciago en lugar de provocarlo, resarcirse hasta que emerge, en ese triunfo sobre su destino, un nuevo carácter.
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