Andrea Palet: “La atomización resta fuerza”
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Andrea Palet: “La atomización resta fuerza”

Editora, directora del Magíster de Edición de la Universidad Diego Portales y de la editorial Laurel, Andrea Palet lleva 25 años trabajando en el mundo de los libros. En esta entrevista conversamos sobre la crisis en cultura que vive el país.  

Por Lucas Sánchez

 

El Ministerio de Cultura, que es de reciente instalación, ha tenido dificultades importantes tanto en este gobierno como en mandatos anteriores. ¿Cuál es tu diagnóstico? ¿Qué elementos componen la “crisis”? 

Me falta información clave para hacer ese diagnóstico. Quizás porque ser editora implica administrar platas, talentos, estrategias y miserias, siempre estoy muy consciente de que las cosas son infinitamente más complicadas de lo que parecen vistas desde fuera, desde el reclamo personalista. Por otra parte, los creadores, que son una parte muy minoritaria del total de la población, a veces olvidan que el Ministerio no es de ellos ni para ellos, o al menos no exclusiva ni prioritariamente.

Lo que realmente importa, lo vital para la democracia, son los públicos, pero, claro, ahí la cosa se pone difícil, intelectualmente difícil, porque implica ya no discutir sobre qué teatros hacer o a qué creadoras financiar, sino qué es y qué sentido tiene el papel del Estado en la cultura en un escenario tan atomizado, reticente y sin horizonte como el de esta época.

 

¿Cómo evalúas lo que ha ocurrido con libro en este contexto de “crisis cultural”? El año pasado se levantó mucha humareda en relación a la Feria del Libro de Frankfurt, pero Chile no tiene Feria Internacional del Libro en su propio país.

Tengo que aclarar que yo no investigo, sólo trabajo en el campo editorial y hago clases sobre cosas como historia de la edición, análisis de casos y anatomía del libro. Estudio para hacer clases y acumulo experiencia por los años que llevo en esto, pero nada más. Dicho esto, creo que las ferias son importantes en el ecosistema libresco, cumplen varias funciones simultáneas cuando son buenas, por lo que me parece sano y bueno que se haya discutido. Pero gran parte de las chispas de esa humareda u hojarasca eran las ganas de pegarle al gobierno y/o el ego herido de figuretis de pensamiento mágico que no cachan en qué consiste gobernar, en este caso incluyendo el concepto económico de administrar no una escasez sino dos, la plata y el talento literario, que numéricamente no es tan abundante en el país como parecían creer esos editorialistas indignados.

 

Para qué hablar de la industria editorial, que es casi inexistente en Chile –en este campo lo que tenemos es una gran feria artesanal–: no es malo ser pequeños, ningún problema con eso, pero tal como lo plantearon parecía que nos habíamos quedado fuera del plan Marshall, no sé, algo totalmente destemplado.

 

Se dijeron muchas leseras pero yo creo que fue bueno decir humildemente que no estábamos preparados, más allá de los líos internos que seguramente hubo y no conozco. O sea, la Feria de Buenos Aires es aquí al lado y nuestra actuación como invitados el 2023 fue muy deslucida, fome, fome. En el stand de Chile casi no había libros, en fin. Y quien no puede hacer lo menos no puede hacer lo más, sobre todo si tienes una rebelión en casa: los funcionarios no hacen huelga por deporte, así que probablemente haya muchas cosas que están funcionando mal en el Ministerio de las Culturas.

 

La parte de la “humillación-país” es tan ridícula que no da ni para comentarla. Al mundo le importó un fleco el episodio y está bien que así sea: no varió la imagen de Chile, no dejemos que la histeria estratégica de los medios se nos contagie.


En cuanto a la plata por gastar, que es mucha, está muy bien que el país se luzca en el extranjero y que nuestros autores sean traducidos, fantástico, ojalá se pueda, pero eso beneficia a ¿60 personas? Más sus familias y aplausos y sus editoriales, ponle 600 personas. Muy poco para una institucionalidad escuálida en recursos.

 

Como se dijo, sería socialmente muchísimo más rentable invertir en una Feria Internacional del Libro decente, cosa que no tenemos. Una que cumpla por muchos años los propósitos paralelos de realce del arte, circulación del conocimiento, divulgación cultural, dinamización de la mini-industria, hasta fiesta comunitaria o turística si quieres.

 

Ojalá se puedan hacer las dos cosas, pero no hay que olvidar que los ministerios de culturas son débiles en todas partes, no es problema sólo nuestro; y sobre todo que estamos hablando sólo de libros, un bien cultural y una mercancía de futuro incierto cuya persistencia habría que discutir y despiezar antes de apoyarla por pura nostalgia aprendida.

 

Qué perfil debería tener, a tu criterio, el encargado de llevar adelante la Feria del Libro de Frankfurt, en el contexto de que vamos a ir como país invitado. ¿Es la ministra Arredondo?

No la conozco, quizás sí, por qué no. Pero una ministra no tiene por qué dedicarse a organizar un evento que es importante para una parte pequeña de una sola disciplina y quizás no tanto para la ciudadanía chilena, a quien debe servir.

 

Ese coordinador perfecto para mí sería Beltrán Mena, que es incorruptible, metódico, no sesgado y lo suficientemente marciano para entender a los artistas. Pero no va a querer, creo yo, porque ya lo hizo cuando Chile fue invitado a la Feria de Guadalajara en 2013 y el doble estándar medró como la maleza en mis pobres plantas. Todas las hipocresías y los egos encima de ti, imagínate, siendo una persona tan discreta, además. No estoy hablando por él, es sólo mi opinión, pero debe haber sido una experiencia amarga.

 

Hay una frase de la ministra Brodsky que es provocadora, ella dice en entrevista a La Tercera: “Cuando el Estado sólo se fija en la calidad artística, genera una elitización de la cultura”. ¿Pone en aprieto esa frase?, ¿podrías comentarla?

Me acuerdo de cuando leí eso y me dejó pensando. Siento que tiene razón y, al mismo tiempo, es un planteamiento políticamente inviable. Creo recordar que el contexto era una flexibilización o reencuadre de la política de financiar proyectos culturales.

 

Dicho a lo bruto, si todos los años realmente financias sólo lo mejor, se te van a repetir notoriamente los financiados, porque la gente talentosa es escasa y no se reemplaza como las células. Los más talentosos pueden provenir de una elite o no, pero inevitablemente formarán una casta si son beneficiados en este esquema. Sin embargo, ¿no queremos una escala para saber distinguir lo bueno de lo penca?

 

La política contraria, literalmente más democrática, y que es muy buena cuando el país es rico, es financiar a todo el mundo y esperar que de ahí destaque la excelencia, lo que efectivamente ocurre y además surgen externalidades positivas, como una escena cultural donde no la había. Pero es problemático porque es muy caro y se llena el espacio de obras mediocres, como está pasando ahora con las traducciones locales. Imagino que la solución, como suele ocurrir en política pública, pero no luce, es una mezcla de cosas.

 

Lo que sí quisiera recordar es que idealmente la cultura debiese florecer lo más lejos posible del Estado. Sabemos que es un gremio que sufre porque no hay un mercado laboral que pueda absorberlo, pero también creo que hay que exigirle más, hay demasiada mediocridad siendo financiada hace demasiado tiempo.

 

En la actualidad, hay 4 o 5 agrupaciones del libro. No existe una federación que aglutine a editores. ¿La atomización del mundo del libro es un problema, por ejemplo, para enfrentar el desafío de llevar adelante una Feria Internacional en el país o participar como país invitado?

Por supuesto que la atomización resta fuerza, lo sabemos desde la disgregación de los sindicatos en la dictadura. Y podrían estar por nacer más asociaciones todavía, por ejemplo, de editoriales de ultraderecha, que hoy reclaman su exclusión de las agrupaciones actuales, planteando un problema muy interesante de discutir, que se ha intentado cerrar por la vía de oponerse al discurso de odio, lo que me parece legítimo pero un poco frágil conceptualmente.

 

No sé si será un problema este exceso de representación a la hora de enfrentar un hito cultural; una tiende a pensar en que es nefasta una política del cuoteo, pero eso dependerá del poder que pueda ejercer cada representante, y aun así es mejor tener canales formales de representación gremial que depender de los gustos y contactos de la autoridad política. Son personas muy ocupadas, digamos.

 

Diriges estudios de posgrado en Edición, en un contexto donde no existe la carrera profesional, ¿por qué consideras que es importante profesionalizar el campo de las culturas? ¿Qué vicios observas?

Tengo muchas dudas con el tema, no con tu pregunta sino con las contradicciones que implica asimilar la expresión artística a una disciplina u oficio tal como se entienden en el mercado laboral, y por lo tanto universitario.

 

No todas las expresiones de la cultura necesitan estudios universitarios, y no todos los artistas necesitan “profesionalizarse”, podrían ser más gringos para eso y tener agente. Pero si quieren vender su obra o recibir remuneración por su trabajo como cualquier persona, esa parte sí requiere algo de formalidad. Y no en el sentido capitalista sino en el del respeto por el trabajo de uno y de los demás. Cosas muy obvias: no ser chanta, cumplir plazos, cumplir con la ley, remunerar a tus colaboradores, tener la disposición de entender cómo funciona la distribución y cómo reaccionan los públicos.

 

En el campo editorial hoy en Chile hay muchísima ignorancia e informalidad disfrazada de amor al libro. Se publica mucho, pero son pocos quienes editan realmente los textos, pagan derechos, etc. Para eso ayuda estudiar el campo y el negocio. Pero las características personales siguen siendo muy relevantes. Si no lees doscientos libros al año, para empezar, ¿cómo vas a ser una buena editora literaria? Eso no te lo puede dar ningún cursito, tampoco un máster completo.

 

Por otro lado, es fome que no haya instancias rigurosas no universitarias de formación, por ejemplo, una Escuela de Artes y Oficios potente y prestigiosa, porque ciertas disciplinas u oficios, como la edición o las artes visuales, se llevan mal con el actual sistema universitario de validación formal, que exige indicadores –profesores con doctorado o productividad vía papers– que aquí no funcionan para distinguir calidad de mediocridad.

 

De las grandes editoras que admiro, los famosos editores históricos, nadie tiene posgrado y a nadie se le ocurriría que eso pudiera tener importancia en el campo editorial. Ahora bien, si no sabes nada sobre el campo –y los egresados de Literatura no saben, y no saben que no saben–, estudiar un diplomado o un magíster es un muy buen lugar para empezar a saber.

 

 

 

 

 

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