Aparición con vida
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Aparición con vida

¿Podemos expandir la frase: aparición con vida? Hablemos del derecho a aparecer. Hablemos de fantasmas que gozan de buena salud: el patriarcado y el terror como agentes de desapariciones, ayer y hoy.


Hacer presente el cuerpo en el escenario público es en sí mismo un acto performativo y un pedido de justicia, corporiza la negativa a ser considerado desechable, pide ser liberado de la precariedad a la que se le condena. Judith Butler escribe acerca de la política de género y el derecho a aparecer. Sostiene que la performatividad no es únicamente algo lingüístico sino también un acto corporal. Desde que nacemos se nos ha forzado a asumir y representar el género que se nos ha asignado al momento de nacer. El género es performativo, anticipa nuestro destino como si se tratara de la expresión de una verdad interna e inherente al cuerpo biológico. Ahora bien, hay otra performatividad, la que acontece y se produce al aparecer en el espacio público demandando en ese mismo acto el derecho a tener una vida vivible. Aparición con vida, podríamos decir. Oponernos a la distribución desigual y diferenciada de la precariedad es un acto de resistencia, que a veces puede consistir en rechazo, silencio, movimiento o inmovilidad deliberada. Tener una vida vivible no es un hecho individual o personal, es un acontecimiento de lo común, del espacio de lo común, que se da en el marco de nuestras obligaciones recíprocas. En otro lugar, escribí que: “Lo común”, podría decirse que es una declaración siempre inexacta, siempre sujeta a los efectos y condiciones desigualantes, históricos e innumerables.


Pero es también una construcción y una búsqueda irrenunciable. La libertad, no es entonces un bien del que disponer, ni un derecho o acceso al consumo, ni una expresión más de la propiedad privada, ni tampoco la capacidad de imponer deseos, sino la brecha que se construye singular y colectivamente cada vez que achicamos, disminuimos, desarmamos y combatimos el predominio de la desigualación, y construimos un “común”. La desigualdad no es un sustantivo sino un verbo, no es un dato natural y estable sino una forma de distribuir recursos, entre los cuales también se hallan el espacio, el tiempo, las certidumbres, el futuro, la salud, etc. Se conjuga en acciones, se sostiene en políticas, se decide cada día.


Pero volvamos a Judith Butler, cuando se pregunta; ¿Cómo se logra que las existencias precarizadas se conviertan, a su turno, en deshechos? Es por ello que urge aparecer, ponernos de pie como identidades que asumen performativamente sus realidades negadas, ignoradas o mutiladas. Criminalizar, patologizar y negar el derecho a la aparición, precarizar esas vidas constituye en sí mismo un acto criminal, y no estaría nada mal que nos preguntemos si nuestras teorías y prácticas forman parte del sistema de exclusiones y violencias, si participamos y de qué maneras de su reproducción.


¿Aquellos que en el campo de la salud mental cuestionan, por ejemplo, la autopercepción como una de las categorías que conforman la asunción identitaria sexo-genérica… son capaces de “auto-percibir” las determinaciones patriarcales y represivas al interior de sus teorías y discursos, saben advertir que sus teorías han contribuido a erigir la heteronorma y el cis-sexismo como régimen político obligatorio? Sostener algunos mitos puede hacer que la teoría se siga mirando al espejo, contemplando su propio ombligo conceptual, viendo cómo acomodar los libros y que no se venga abajo la estantería.


Aparición con vida, detengámonos allí. En este país, es el grito y la formulación que los organismos de derechos humanos que engrandecen nuestra historia, han gestado para pelear por el derecho irrenunciable a enterrar y duelar a nuestros muertos. Los desaparecidos, son 30000, y más aún, es Jorge Julio López, son lxs nietos aún no recuperados, esquirlas vivas de esa herida brutal y tan abierta, porque esos nietos aún nos faltan. Entonces, sí, reclamamos memoria, verdad y justicia, pedimos aparición con vida, o que digan que han hecho con cada uno de ellos. Dónde están. Dónde está Clara Anahí, por ejemplo. Enterrar a quienes no tienen sepultura aún, restituir la identidad robada y apropiada de quienes aún hoy no la tienen, la verdad de quienes son. Y que abran de una vez por todas esos archivos cómplicemente silenciados. Ana Berezin y Vida Kamkhagi han escrito que borrar la muerte es borrar la vida misma, en tanto anula la realidad temporal que la historiza.


Hemos tenido en estos cuarenta años de democracia restituciones concretas, materiales y simbólicas. Hemos tenido un Nunca Más y también un presidente que pidió perdón en nombre del Estado y que bajó el cuadro del emblema del terror de su casa paradigmática, el Colegio Militar. Hemos tenido y tenemos juicios, presos, abuelas que restituyen identidades…aparición con vida. Judith Butler, regreso a ella, habla del derecho a aparecer en la escena pública como un resorte constitutivo del derecho a la identidad y a tener vidas vivibles. Hace todo un recorrido que ubica de qué modos la aparición es un acontecimiento performativo. ¿Qué quiere decir? Que hace existir, ni más ni menos. Hacer existir, próxima a esa idea de Badiou que tanto me gusta, que dice que un acontecimiento es aquello que hace que un inexistente se ponga de pie.


No son temas distintos o ajenos, la última dictadura cívico-eclesiástico-militar y el patriarcado. Tal vez ustedes piensen que estoy dando un salto demasiado grande, pero no. Tenemos que hablar del terror y de los traumas que recorren nuestra historia, nuestro presente, espero que no nuestro porvenir. Tal vez sí. Estamos hablando de Tehuel, también, desaparecido en democracia, de tantas matadas que integran la lista interminable y que sigue creciendo, María Soledad, Belén, Lucía, Micaela, Ángeles, Lola, Guadalupe, Carolina… los nombres representan vidas, es la lista infinita de las mujeres que han sido víctimas de feminicidios. Feminicidios. Esa es la palabra que corresponde, porque también estamos hablando de un genocidio, un genocidio que recorre los siglos y las geografías más diversas, el que el patriarcado permite y consagra, con Estados que permiten y contemplan, incluso tantas veces amparando a los feminicidas. Crímenes de lesa humanidad.


Estos son tiempos de desolación en la Argentina, la vivencia es la de un presente dramático para grandes sectores de la población y de un futuro incierto para todos. Que la esperanza se enlace al terror y la crueldad sistematizada presentifica el acecho de lo mortífero que reaparece en la escena política, sus espectros, sus apariciones, son fantasmas reanimados, más vivos que muertos, listos para volver, a la vuelta de la esquina, y de la historia.


Esperanza sin optimismo, es el título de un libro de Terry Eagleton. Estos días vengo sintiendo que estamos ante el optimismo sin esperanza, un optimismo suicida que sabe encarnar tan bien en los proyectos fascistas. Optimismo sin esperanza, sin la vitalidad de la multitud que pugna por ampliar y profundizar conquista de derechos sino que ansía y reclama la libertad manufacturada y neoliberal, que es básicamente la libertad de consumir y que de “común” no tiene nada. La esperanza puede nutrirse aun en escenarios de fracaso y derrota pero se niega a capitular. El optimismo pertenece, en cambio, al reino de la gestión de las emociones, renuncia al trabajo de pensamiento crítico y pacta con la ingenuidad.


Un siglo después todavía muches no entienden la dimensión política del psicoanálisis, tanto en sus orígenes como hoy, luego de cien años y tantas catástrofes, revoluciones y revueltas. Yo me inscribo en la corriente del psicoanálisis (campo heterogéneo si los hay) que sitúa al poder como punto de vista desde el cual revisar y repensar los conceptos, sus condiciones de surgimiento como sus omisiones y silenciamientos. Ya me he explayado mucho sobre ello en diversos artículos, pero al menos quiero enunciarlo, enunciar desde donde hablo y porqué. Por ejemplo, me vengo preguntando: ¿Podemos cuestionar nuestros cimientos teóricos en la medida en que formaron parte del mito de una constitución psíquica deficitaria y desigualada para las mujeres, y que arrojó sin más al campo psicopatológico a las disidencias? ¿Podemos deslindar la representación del psicoanálisis arraigada en la cultura, que ha hecho de la palabra “Edipo” o “Narciso” parte del lenguaje coloquial, de los intercambios cotidianos? Narciso y Edipo (varones por supuesto) son los mitos de los que el psicoanálisis se nutrió, y también son los mitos que legó a la cultura, filtrándose y enriqueciendo el lenguaje coloquial.


Pienso que este es el tiempo en el que importa situar una cuarta herida narcisística en la humanidad, (ya no perpetrada por algún varón, por cierto) cuya autoría les corresponde a los movimientos feministas y queer. Esta cuarta herida que podemos ubicar como la visibilización del patriarcado como sistema que opera en los propios resortes de los sujetos en general, en la vida colectiva, y de cada sujeto en particular.


Dije antes que Aparición con vida es una frase nacida de los organismos de derechos humanos. También, diría, es lo que me gusta definir como una política del trauma, una política específica. Hay quienes siguen pensando que se puede abordar el trauma singular por fuera de lo colectivo y de lo histórico-político, hay quienes siguen considerando que individual y social son campos antagónicos, independientes entre sí. Considero que hablar de aparición con vida es imprescindible para el psicoanálisis, hoy.


Y claro, hablemos también de la Ley de salud mental, porque allí también se juega el derecho a aparecer y la aparición de derechos. Derecho a acceder a tratamientos, y derecho a la dignidad, a una vida vivible, sin exclusión y reclusión, sin encierros. Los psicólogos, los psicoanalistas entre ellos, trabajadores del campo de la salud mental, ¿conocemos la ley? Se trata de que las existencias, todas ellas, importen. Las personas con padecimiento psíquico severo importan tanto como el resto, tanto como las vidas funcionales y adaptadas, con padecimientos también muchas veces y otras con insensibilidades de esas que funcionan tan bien en la lógica neoliberal que gobierna nuestras subjetividades desde afuera y desde adentro, porque el poder no sólo oprime desde el exterior, está interiorizado, enraizado en nuestra constitución más íntima. ¿Están nuestros conceptos y desarrollos teóricos a la altura de la realidad y de los sufrimientos por los que nos consultan?


¿Trabaja el psicoanálisis para que haya vidas vivibles? ¿Trabaja el psicoanálisis para lo “común”?


Sound of two hand angel - Bruce Conner, 1974



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