Kathya Araujo: La caída del orden
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Kathya Araujo: La caída del orden

Desde el estallido social en adelante, Kathya Araujo se ha transformado en una de las investigadoras que con mayor profundidad y espesor ha analizado los cambios que se han producido en el país durante los últimos veinte años. En su libro más reciente, The Circuit of Detachment in Chile (El circuito del desapego en Chile, Cambridge University Press, 2022), describe la inestabilidad del momento como el producto de una serie de reconfiguraciones en la vida social que no han logrado terminar de nacer: “Toda esta desestabilización tiene que ver con que en las últimas décadas se produjo un cambio de la percepción de las personas respecto a sí mismas, respecto a su sociedad y respecto a lo que su sociedad les pide con relación a las instituciones y a nosotros mismos”.

Por Lucas Sánchez



En el libro planteas que Chile ha sufrido importantes cambios en las lógicas y principios que gobernaban las relaciones sociales y su interacción. ¿En qué consisten estos cambios?

El libro recoge realmente veinte años de investigación, es atípico, no es como los libros que suelo publicar. Reelabora resultados de mucho tiempo, haciendo el ejercicio de ver qué cosas cambiaron y qué se fortaleció en este tiempo. He hecho muchas investigaciones, pero todas responden a un mismo proyecto intelectual y a una misma pregunta: lo que está en juego es que las antiguas fórmulas de principios relacionales sociales están puestas en cuestión, y esto nos pone en un momento de mucha inestabilidad, porque no hemos logrado conseguir lógicas de organizaciones e interacciones que sean válidas, ni que exista algún grado de acuerdo o consensualidad general. Estamos en un momento difícil, de reconfiguración, que da mucha inestabilidad, y los momentos de inestabilidad son de conflicto álgido, porque las personas no saben dónde situarse.


¿A qué te refieres?

En primer lugar, a las maneras en las que uno ha resuelto la gestión de las asimetrías de poder. Por ejemplo, qué cosa funciona o no funciona cuando uno ejerce autoridad, o para que otro considere que uno de manera justificada ejerza autoridad; de qué manera tengo que ejercerla para que sea aceptable, para que parezca una forma decente. Voy a mencionar solo algunas, porque son muchas. Se han transformado los principios de cortesía, que son mecanismos sociales que tienen que ver con la manera en que yo me relaciono con el otro y manejo las distancias y cercanías. También en el manejo de jerarquías en la sociedad, jerarquías no en el sentido de la autoridad sino en términos de lógicas de privilegio que son admitidas, por ejemplo, dejar pasar antes que uno a alguien que esté embarazada o mayor edad o que tenga menor capacidad física. Son gestos de cortesía, pero que en el fondo son mecanismos sociales que ordenan estas lógicas aceptadas de privilegio dentro de la sociedad, porque tienen algún grado de justicia a nuestros ojos. Es el principio de organización de la cortesía el que maneja todo esto, que es parte de la vida social y que hace posible las relaciones entre las personas. Esto se ha modificado, y uno lo puede ver todo el tiempo, entonces las personas dudan de a quién le toca, si uno pasa o no pasa, quién puede pasar, si uno se sienta o no se sienta, etcétera.


¿Qué efectos tiene esto?

Cuando esas cosas ocurren, las personas no están seguras de cuándo va a emerger un conflicto, por la actitud que uno toma, porque para algunos esas cosas no son válidas. Es un buen ejemplo de cómo estas fórmulas que gobernaban las relaciones sociales, estas interacciones, se han movido. Nuestras relaciones con las instituciones también se han transformado. Hay ciertos principios de respeto que se han desestabilizado porque la sociedad cambió, para bien y para mal. Lo interesante es que esto puso en tensión todos estos principios que habían sido ordenadores. Digo para bien y para mal porque sin duda significa que algunas fórmulas autoritarias de gestión de asimetrías hoy son puestas en cuestión. Eso es algo positivo para la sociedad, pero al mismo tiempo es complicado, porque como nada se ha puesto en su lugar, muchas veces tenemos muchos conflictos en la gestión de esa asimetría de poder y el uso de la fuerza para dirimir estas situaciones.


Es como si se hubiera perdido cierta legibilidad de las relaciones sociales.

Sí, de qué se hace en ciertas circunstancias, de cómo uno se maneja, de cómo se organizan las relaciones en las calles, por ejemplo cuando una masa va caminando y se encuentra con otra, hay tendencias a que surjan conflictos. Uno lo ve en la dificultad que tienen figuras como los profesores, o la relación entre profesoras y padres de familia. Esto está aconteciendo en todos lados, diría que es algo general en Occidente, pero en el caso de Chile tiene que ver con que ha habido procesos que han modificado estos elementos fundamentales de las formas tradicionales que teníamos de resolver.


En Figuras de autoridad (Lom, 2020) describes un tipo de autoridad en Chile que es más bien vertical, a lo Diego Portales. ¿Por eso la desestabilización es mayor?

Pero no solo con la autoridad. Toda esta desestabilización tiene que ver con que en las últimas décadas se produjo un cambio de la percepción de las personas respecto a sí mismas, respecto a su sociedad y a lo que su sociedad les pide con relación a las instituciones y a nosotros mismos. Hay un cambio muy fuerte en estas maneras de percibir estas dimensiones, y esto está de manera importante empujado por nuevas expectativas de horizontalidad.


¿Cómo son esas expectativas?

Una experiencia que paradójicamente ha traído el modelo neoliberal es esta experiencia de que uno en realidad depende de uno mismo, y con eso la convicción de que uno tiene más fuerza y energía, mucha más capacidad para enfrentar por sí solo el mundo social. Es una concepción de la sociedad como archipiélago, la idea de que la sociedad en realidad se termina construyendo con los más próximos, y claro que importa el otro, pero importa el otro que es tu próximo, mientras que la idea de lo común se ve bastante debilitada. A eso me refiero cuando acuño el concepto de desapego para describir los procesos que hemos atravesado. Esto es distinto al concepto de anomia, que es una dificultad de relación con las normas en general, la falta de potencia de las normas para ordenar a la sociedad, etcétera, y yo no creo que sea eso todavía. La sociedad funciona, lo que pasa es que hoy la relación es más a distancia de los principios sociales, de las normas y de las instituciones.


¿Relaciones a mayor distancia?

En la actualidad, yo me coloco a distancia de todo, pero tengo una relación discrecional, entonces puedo estar en el centro, pero luego salgo. Es una relación muy distinta y móvil. No nos hemos vuelto en una sociedad completamente anómica, no es ese el punto que quiero subrayar, sino más bien esta fórmula de las personas que me parece muy fuerte, que se colocan como en los bordes, como si se tratara de círculos concéntricos, se ubican en el segundo o tercer circulo concéntrico del centro de la sociedad, y luego se acercan al primero porque tienen, por ejemplo, que ir a votar y luego regresan a su tercer circulo a seguir la vida sin enterarse ni preocuparse, por lo que está ocurriendo. Ese proceso es lo más preocupante, porque afecta las formas de coordinación de la sociedad, y necesitamos coordinar para poder cumplir tareas como, por ejemplo, fabricar un objeto entre muchos, de cumplir y armar un proyecto como sociedad, pero también afecta la colaboración de la sociedad, la idea de bien común, la capacidad de organicidad de la respuesta de sociedad ante los desafíos que siempre se están presentando.


¿Qué se requiere?

Para poder responder a los desafíos que se le presentan, una sociedad necesita tener un grado de adhesión, porque en esta distancia y discrecionalidad uno entra y sale, pero no cuentas con las personas. Esto produce mucha inestabilidad, si no se puede contar con que las personas van a hacer A, B o C, si te van a seguir. Pero hoy aparece como un poco mágico, si hacen caso o no hacen caso, si van o no a votar, etcétera. Estas son las cosas preocupantes, porque afecta muchas cuestiones que tienen que ver con el funcionamiento básico de la sociedad: enseñar, producir, respetarnos unos a otros, sobrevivir, no hacernos daño, pero también a un ideal común más general. Esto es efecto de procesos que han ocurrido durante años, no es algo que esté desprendido, por eso es un circuito y el clima, que es el desapego. Y ahí estamos dando vueltas.


¿Cuáles son los otros componentes de este circuito?

En primer lugar, la desmesura, la experiencia de las personas de haber sido exigidas de manera desmesurada, y estar casi al borde de sus propios esfuerzos. Estas exigencias uno puede verlas en muchos ámbitos, por ejemplo, en el tiempo que requiere el trabajo o conseguir los recursos para solventar tu vida; el trabajo sin fin, se trabaja sin parar porque en realidad, como sabemos, buena parte del bienestar está asociada a mantener el estatus, que se pegó al consumo. Existen exigencias desmesuradas para sostenerlo. En términos macro el país mejoró, y esto se puede decir sin ruborizarse, se enriqueció. El único problema fue que la redistribución de esa riqueza fue muy injusta para cualquier canon. Porque cuando tú ves ese enriquecimiento resulta que mucho fue a los hombros de las personas, y buena parte de esa riqueza se tradujo en ayudas familiares, créditos, etcétera, más que como retorno salarial. Algunos grupos sí, pero no todos. Entonces el primer componente es grados muy altos de desmesura, que hacen que por esta promesa se termine arriesgando la familia, la salud mental, entre otros asuntos.


¿Y en segundo lugar?

Los diferentes tipos de desencantos. Hay un enorme desencanto con esta promesa de Pinochet, “de proletarios a propietarios”: hay barreras donde ya no puedes seguir subiendo más, hay movilidad social, pero con un techo muy establecido, porque todo lo que logras, lo logras con deudas y a muy largo plazo. El CAE es un buen ejemplo de esto, los niveles de endeudamiento en las familias chilenas son muy altos, de los más altos en toda la región. Pero también un desencanto porque había una promesa que llegó con la Concertación y la vuelta a la democracia, de que ese día se sería un sujeto de derecho, que seríamos iguales, que se acabarían las lógicas de los privilegios.


¿Qué pasa después del desencanto?

El tercer componente son las irritaciones relacionales. La sociedad está muy irritada en el sentido de que el estímulo produce una reacción, hay muchos conflictos en las personas, grados de irritación muy altos con las instituciones, pero también entre las personas, que se expresan en conflictos personales o vecinales, que se expresan, por ejemplo, en la violencia contra instituciones de salud, contra la escuela, entre otras. Ante la inestabilidad de estos principios relacionales, el uso de la fuerza aparece cada vez más como la herramienta más poderosa y eficiente.


La fuerza reemplaza a la discusión política.

Pienso que una parte de lo que ha ocurrido es que todos esos procesos han llevado a que las relaciones con la política sean mucho más conflictivas, más distantes. Buena parte del desencanto, de todo ese proceso de desenvoltura, la acusación por estas desmesuras y la irritación, están dirigidas a la política. Es mis investigaciones aparece que el grado de violencia contra la política es extremadamente alto. A las personas no solo no les interesa, ni quieren saber, sino que cada vez más tienen juicios muy negativos sobre la política. Ahora, eso no quiere decir que no tenga ninguna esperanza, al contrario, porque tú solamente estás muy enojado cuando esperas algo. Cuando dejas de esperar ya no estás enojado, estás en otro lugar y aquí ocurre que, por un lado, hay por supuesto desinterés; por el otro, hay poca esperanza, pero hay expectativa. Algo que me preocupa mucho desde hace un tiempo, es que hay una lógica histórica en el país, donde las personas te dicen que siempre ha sido así y piensan que es una lógica relacional en la cual efectivamente el recurso más importante que tú tienes es el recurso de poder y, por lo tanto, la fuerza. Este último tiempo, además, la política ha estimulado una forma de representación del conflicto muy polarizada.


¿Hace cuanto tiempo que ya observas esto?

Esto ya estaba desde los 90, llegaban las elecciones y la cosa se polarizaba, pero nunca en términos de gobierno se rompía un acuerdo base, o sea era una polarización hasta cierto punto. En cambio ahora existe cada vez más esta representación polarizada que hace que el conflicto aumente, respecto a una sociedad que está muy dividida. Cuando polarizas, lo que abres es el camino a que el conflicto no tenga solución, es decir que no estás tratando de buscar una salida al conflicto, sino que estás dramatizándolo, teatralizándolo, y eso está aumentando cada vez más.


¿Cuáles son los polos?

Son dos formas de polarización, de estructura de conflicto de suma cero, los conflictos en donde alguien gana y otro que pierde, y que son ricos y pobres. Hay un conflicto de clase muy fuerte, no estructural como se podría explicar en los viejos términos marxistas, pero sí de ricos y pobres y que organiza la sociedad. Junto a esto, se instaló con la polarización algo mucho más reciente, la idea que la sociedad es un lugar de pura competencia en donde ganas tú o gana el otro. Hay oportunidades, pero ganas tú o gana el otro, y estas son formas de estructuración del conflicto muy erosivas para la sociedad. Lamentablemente, lo que está haciendo la política es potenciarlas, porque el espacio público se llena de estas mismas formas de dramatización. Si el conflicto es de suma cero, entonces básicamente las cosas se tratan de quién tiene más fuerza, todo vale.


Me haces pensar en varios ejemplos.

Es que es todo, no importa qué ejemplo uno tome, no hay nada que se guarde, porque estas formas polarizadas del conflicto (siempre nombro a Levitsky) evitan soluciones que puedan darse de formas democráticas. Es verdad que el conflicto no va a desaparecer, el conflicto es muy importante en la vida social, pero cuando lo planteas de forma polarizada evitas el aprendizaje de soluciones más democráticas del conflicto. Lo que haces es simplificar las situacione,s haciendo perder toda la complejidad de las cosas. Entonces, es una simplificación y un empobrecimiento del espacio público. Acá están los malos y al otro lado los buenos. La política democrática cava su propia tumba cuando lo único que hace es potenciar esta cosa del facho-comunacho, haciéndola cada vez más grave y radical. Porque su efecto es potenciar estas otras dos formas de polarización sociales y así parece justificado que todo vale.


Y esto para cualquier ámbito de la vida social.

Claro, porque si el espacio en donde tenemos que guardar algunos tipos de comportamiento funciona de esa manera y no importa, todo vale en todos lados: en una interacción con un cliente, o con una persona en la calle, y eso me parece muy complicado. Creo que la política piensa poco. Porque hoy no hay diferencia, están todos en lo mismo, todos discriminan o se atacan de un lado para el otro, y eso es preocupante porque hace dos cosas: aumenta la tensión y los conflictos y el uso de la fuerza, pero al mismo tiempo aumenta el desapego, porque la gente se quiere ir lejos de la sociedad y de su centro, porque encuentran que hay mucho agobio ahí dentro. Evidentemente, esto no quiere decir volvamos a la Concertación. Pienso que hemos pasado de un momento donde se “ocultaba el conflicto”, o sea pura consensualidad, a una ruptura hacia el otro extremo, que es donde no tenemos nada. Es como si hubiéramos roto toda idea de que hay algunas bases que tenemos que mantener. Ese es el único péndulo que he visto.


¿Por qué el camino constituyente no ha logrado ser una respuesta a estos conflictos?

Pienso que el trabajo de la primera convención tuvo un problema fundamental de diagnóstico: que el 2019 y el estallido era un hecho relativamente orgánico y homogéneo, resultado de un grupo orgánico del pueblo, pero no había ningún pueblo: no había una posición orgánica política respecto de hacía donde ir. Había un acuerdo en grados que se enganchó según los niveles de agobio de las personas, y también, creo que un sentimiento de que las cosas no podían seguir yendo como iban, y eso es verdad, eso no ha cambiado, pero no había un acuerdo de hacía donde ir.


No había un proyecto.

Este es un tema fuerte. Creo que esa fue una dificultad de la primera convención. El voto fue de castigo a la clase política, que estuvo en sus peores momentos con el estallido, pero quienes entraron a la convención tuvieron un diagnóstico errado, perdieron de vista que había que tener mucha más comunicación, mucha más información y entender que el país no se cambia por decreto. Ahí estuvo el primer problema. Pero también creo que había una propuesta de salida, que resultaba posible, virtuosa incluso, y ahora estamos en la situación inversa, es decir, estamos leyendo mal las señales todo el tiempo. El rechazo a esa propuesta constitucional, por supuesto, no tiene nada que ver con que el país sea todo necesariamente lo contrario a lo que venía allá dentro.


¿Crees que pase lo mismo ahora?

Es muy problemático, sí, estamos yendo muy de extremo a extremo, lo que se hizo en la segunda fue “como fracasó la primera, vamos cerrando”, es el miedo a los subordinados, “cerremos por fuera, que sean los especialistas, que no entre nadie que nos vaya a mover muchos las cosas, etcétera”. De repente cerramos todo por el miedo a los subordinados, y dimos una señal de volver a esta cosa más clausurada. Un nuevo voto de confianza hubiera sido mejor, incluso más útil, pero ahí ya hay demasiados cálculos políticos y electorales. También es cierto que la polarización te da votos, pero te cava la tumba. De cualquier forma, nada de esto se puede leer como una cosa lineal, es un proceso con muchos elementos, y una cosa que ha sido desafortunada en el sentido de lecturas diagnósticas.


A propósito de esta dificultad, ¿piensas que estamos en un momento de crisis a nivel social, o más bien en un periodo de estancamiento donde no pasa mucho?

Voy a ir a otro lado, porque creo que tiene que ver con lo que acabo de decir y con la pregunta. De las cosas más graves que han ocurrido a propósito de las dificultades de las lecturas diagnósticas es la depresión de la izquierda, o sea, los resultados de septiembre del año pasado produjeron una especie de depresión y un real abandono de tratar de pensar, de construir, de armar, etcétera, que es lo que se está cosechando hoy. Una especie de retroceso y una asunción de todos los golpes. Tú y yo hacemos psicoanálisis, uno sabe que finalmente esta mezcla entre manía y melancolía tiene que ver con algo así como “si se me pincha el globo de lo que yo quería que fuera, y no es, no puedo hacer el duelo”. Obviamente hay pena y tristeza, pero tengo que poder hacer el duelo, salir adelante y darme cuenta de que hay algo que perdí.


¿Qué se perdió?

Esa ilusión de que todo el país era un pueblo, este es otro país con otras personas. Esto es muy importante de entender, aquí hay individuos con ciertas características y con eso uno cuenta para hacer un país más justo. Pero el problema de diagnóstico ha continuado, en la derecha y la izquierda. Una de las cosas esenciales es haber caído en depresión, esto es, no poder hacer el duelo por algo que no era como uno quería, pero que no te quita a que puedas hacer en adelante, trazar planes para transformar, hacer un mundo mejor, pelear, etcétera. Por ejemplo, hay afirmaciones que son realmente antiprincipios valóricos de la humanidad, campañas injustas, realmente injustas y antihumanitarias, que se están haciendo, pero no hay este grupo como lo hubo en Estados Unidos a propósito de Black Lives Matters, esta cosa de grupo para parar ciertas cosas. Hay, en cambio, algo entre depresivo y autolacerante, un “bueno, nos merecemos que nos den todos estos golpes”, y este es uno de los problemas centrales que tenemos.


¿Cuál sería la cura?

Tenemos que mirar de frente y entender que este es el país que tenemos, saber que las personas quieren cambios, solo que hay que mirar con cuidado qué es lo que uno ofrece, hay que ofrecer cosas concretas y ahí se necesitan mucho más las discusiones ideológicas de las que están habiendo de fondo. Eso quería decir antes, el diagnóstico ha sido como una reacción emocional de la manía, del punto que yo quiero y si no es eso, entonces acá estoy deprimida, no puedo hacer el duelo y todo el mundo se retira. Y luego, no es solamente autolacerante, sino que también como si uno fuera culpable moralmente de cosas que no es culpable, es que el cuadro de la depresión. Te dicen cualquier cosa y, sí, yo tengo la culpa y me autolacero, sí, si todos son inservibles, sí, sí, sí somos amorales. Y no, esto es política y es una disputa política, y es un conflicto político.


¿Crisis o estancamiento?

La sociedad está desde hace tiempo en un momento convulso y de reconfiguración que no sabemos hacia dónde va a ir, es un trabajo que la sociedad misma tiene que hacer, que todos tienen que hacer. Es muy malo lo que uno ve en el espacio público político, porque solo activa aún más elementos como la ferocidad, el odio, las formas y el uso de la fuerza, etcétera. Pero como uno siempre sabe, la sociedad son muchas corrientes, entonces hay que trabajar con todas ellas y no solamente pensar que es una cosa, es mucho más. Soy de la opinión de que los cambios tienen una temporalidad lenta, que no es lineal y eso lo hemos aprendidos de los historiadores. No hay linealidad en el cambio. Lo hemos visto a partir probablemente del 2006 en adelante, hasta el 2011 y luego el 2019, pero son momentos y hoy es otro momento. Los cambios que se vienen produciendo en la sociedad chilena no van a retroceder. No vamos a ver un retroceso a cómo éramos antes, esos son sueños de las élites, de muchas élites, y es imposible. Tenemos que hacer algo con la sociedad que tenemos.


¿Cómo?

Chile debió dar un salto a la modernización, o un salto a la mejora, pero para dar ese salto tendríamos que haber ido todos y que esto significaba corregir muchas cosas a la interna, no podía ir solo un grupo de avanzada, tenía que ir todo el país no se hizo. En buena cuenta porque para las élites ha sido muy difícil modernizarse y admitirlo, y mi esperanza es que, en esta pasada, ocurra algo respecto. Estamos en un momento de reconfiguración, donde la sociedad está convulsa y por lo tanto hay que trabajar con ese punto, y para la izquierda es un momento en que no quiere elaborar el duelo, no quiere dejar su objeto perdido, y anda pegado con su objeto perdido, y si no es eso no es nada.


Jacques-Alain Miller dijo hace poco “padres exasperados y niños terribles”. Se podría decir también autoridades exasperadas y subordinados terribles.

Insisto, estamos en un momento de reconfiguración de estos principios y lógicas, y en ese punto me parece estamos más bien desorientados. Estamos muy desorientados, entonces estamos a patadas y golpes en el aire que no van a resolver nada. El prohibicionismo, por ejemplo, es una cosa completamente absurda, porque uno sabe que eso no va a resolver nada, la idea de decir sí quiero una autoridad más fuerte y punitiva es francamente ilusoria. Porque a menos que el costo sea de muchas vidas humanas, es decir, pasar por encima del principio civilizatorio, cosa que a estas alturas sería difícil (bueno, nada es imposible en la historia en todo caso). En realidad, no estamos claros sobre qué es lo que está justificado que hagamos, y por eso vamos desde la amenaza más dura a la comprensión más absoluta y la aplicación de toda autoridad o incluso de toda racionalidad. Si uno lo pusiera en la imagen de Miller de padre e hijos, en efecto, los hijos también están muy confundidos en toda esta cuestión, porque uno ve como los niños avanzan casi esperando que alguien los pare. Hay algo de los niños que también es su propia confusión.


Pero la responsabilidad es de los adultos.

Claro, por eso una de las cosas que a mí me ha parecido difícil, por ejemplo, es cuando las personas alaban o idealizan a los más jóvenes. No porque crea que los más jóvenes no tengan las capacidades, sino porque realmente no solo en los más jóvenes se encuentra la responsabilidad de transformar al mundo ni se supone que son las nuevas generaciones quienes deberían cambiar las cosas, sino porque pensarlo de esa manera es una forma de desplazamiento de la responsabilidad adulta, cuando en realidad sí creo que hay responsabilidades adultas. Alguien una vez me dijo una cosa que es absolutamente cierta, yo me estaba formando como psicoanalista, que uno nunca tiene que dejar de tomar en cuenta la magnitud en que un psicópata es producido por uno mismo. Esto es, la magnitud en que tú psicopateas al psicópata, en que uno le aumenta la psicopatía o no al psicópata. Es terrible, pero hay algo que uno aporta para hacer terrible a otro también, y un punto en que uno siempre puede hacer algo para asumir su responsabilidad.


¿A qué te refieres?

Quizá esto es muy confuso, quizás no tiene mucho que ver con lo que conversamos, pero pienso que es decir: no sé si voy a poder regresar de nuevo, porque el psicoanálisis a veces tiene la ilusión de que vamos a poder volver. El psicoanálisis es muy conservador en el sentido más difícil de conservador, o sea de conservar formulas, etcétera, y volver, así como el sueño de volver a instalar. Creo que eso ya no se puede hacer, tenemos que poder hacer algo con lo que tenemos, pero con responsabilidad y entendiendo que estamos confundidos.


Por último, ¿qué ocurre con la transmisión en este clima de confusión?

Lo que pasa es que es raro, pero es algo que uno puede resolver y pensar con conversaciones sociales, uno puede resolver trabajando estas temáticas en diferentes lugares. Una de las cosas que está pasando por bastantes problemas es la autoridad. Esta pregunta es bien del lado de la autoridad, es mucho menos del lado de los efectos del desapego y todo lo demás, es sobre las cosas que nadie se está tomando realmente en serio. Las instituciones no lo están tomando en serio, o sea las escuelas lo resuelven por el liderazgo, pero eso no tiene nada que ver con la autoridad, los padres lo toman en una actitud defensiva como si fuera una crítica personal. Quizá habría que empezar por decir a los padres “no eres tú, es la política, la economía y la sociedad”.


¿Es como si hubiese una trampa en la estructura social?

No, porque cuando digo “tranquilízate, no eres solo tú, pero solo vas a resolverlo si te haces cargo de tu responsabilidad”, o sea profunda y existencialmente, de tu responsabilidad existencial, es porque tienes que asumir, porque de lo contrario no estás asumiendo los grados de libertad que uno tiene. El problema con las lecturas puramente estructurales es que en ese mismo instante te roban la libertad. Obvio que estamos todos confundidos, pero eso no nos quita para nada la responsabilidad propia. Si en el momento que me dicen que esto es social me están diciendo que no tengo responsabilidad, entonces no sirve. Porque cuando alguien me dice esto es social, es porque es en este contexto donde yo estoy obligado de ejercer mi libertad, o sea la libertad que tengo para no seguir psicopateando al costado, al otro, de no saber de mi responsabilidad, de no dejar que el mundo siga mientras que yo viva acá engomado con mi objeto sin elaborar mi duelo, o sea llorando al pueblo: esa es mi responsabilidad y eso es lo existencial, es mi libertad. Libertad y responsabilidad son la misma cosa.





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