La gratitud del guerrero aplicado
top of page

La gratitud del guerrero aplicado


La disciplina es de las pocas cosas que no defraudan. A los dieciséis años encontré al maestro de Karate Shihan Mitsuo Inoue, y desde entonces la figura de su ejemplo no me ha abandonado. El tiempo me alejó de la práctica y tomé otros caminos. Recién a los cincuenta años se me presentó la oportunidad de retomar esa senda, pero mis compromisos laborales sólo me permitían practicar a las siete de la mañana, y el Instituto no disponía de ninguna clase en esa franja. ¿Qué maestro enseñaría en una hora intempestiva a la que, además, sólo asistiríamos dos hombres gastados por los años? Abrir una nueva clase en ese espacio no prometía rédito económico ni deportivo. Sin embargo, el Sensei Cristian Salvemini se mostró dispuesto. Mucho más joven que nosotros, ya era un maestro. Fue el mío, y no dejará de serlo. Gracias a su guía alcancé uno de los momentos señalados de mi vida. A través de él pude vivenciar cómo el maestro es también, y, sobre todo, un servidor. La palabra “samurai” no tuvo un significado marcial en su origen, y designaba a servidores domésticos que cuidaban de los ancianos. Pero incluso el samurai guerrero fue un servidor, y no un amo. A diferencia del enamorado, el servidor no puede sufrir decepciones. Durante mucho tiempo sostuvimos una práctica que empezaba en frías noches del alba. Descubrí la alegría de estar despierto, de poder decir que no a las seducciones del deseo de dormir. El Sensei nos hablaba de la facilidad de la muerte, del dulce abrazo de la rendición. El camino del deseo puede ser amargo, pero al final del recorrido aguarda la recompensa de una activa separación. Descubrí que lo sublime puede tomar cuerpo. Que todavía queda un lugar para la cortesía y el respeto. Descubrí el valor de la debilidad, y la fuerza de quien se defiende. Descubrí que todas las formas (katas) del Shotokan comienzan con una defensa. Descubrí que cada uno tiene su lugar en la práctica, el joven, el viejo, la mujer, el varón, el niño, el adulto, sin que nadie esté excluido. Descubrí, leyendo a Funakoshi, el fundador del arte, que penetrar lo antiguo es conocer lo nuevo. He sido un guerrero aplicado. Cuando ya no pueda moverme seguiré practicando, porque el karate alcanza la dignidad de la poesía. Puedo recitarlo mentalmente, como a esos versos de Whitman que hablan del inextinguible e indispensable fuego.


Marcelo Barros







bottom of page