“¡Motosierra, motosierra!”: la derecha psiquiátrica del capitalismo gore
Milei despierta un desahogo, una sensación de revancha, ahora nos toca el todo a nosotros. Entonces ahora, que nos toca, reivindicaremos un goce excesivo, vulgar, porno, violento, nos vengaremos con creces del goce del otro ladrón y abusador. A todo lo que se interpone, la revolución reaccionaria (gestada hace décadas en Silicon Valley), propone guillotina y a la bolsa.
Un fantasma recorre el mundo, y es sexual. El género que estructura la neurosis pública de los últimos tiempos es la pornografía gore, la porno tortura. Esa pistola en la cabeza de Cristina para ser transmitida en vivo escenifica un fantasma fundamental de nuestra era marcada por la estética explícita: el deseo violatorio e impotente de participar en un imaginado goce absoluto, una fiesta popular con una mujer en el centro, en el que la pistolita estaba absolutamente excluida.
Entre los jóvenes es tendencia la práctica sexual BDSM (Bondage, Dominación, Sumisión, Sadismo y Masoquismo). Podría haber una relación entre la fantasía de infligir dolor, golpear, atar, humillar el cuerpo del otro (o su complemento: someterse para ser objeto reducido por un otro absolutamente dominante), y vivar en el espacio público “¡motosierra, motosierra!”. Tal vez, se podría pensar, el BDSM, los excesos con las drogas y el alcohol, sean unas de las pocas formas de gozar (capitalistamente) en esta etapa gore y sin límites del capitalismo.
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Capitalismo trash y mórbido: después de la pandemia todos tenemos en mente las bolsas mortuorias o de basura dentro de las que nos llegan a casa los productos comprados en el mercado libertariano (a toda hora, todos los días, entre todas las ofertas, con una conexión total). La pandemia nos encerró, de modo obligado, en Internet. Shockeados, en esa dimensión donde todo se encuentra digitalizado, pasamos a estar convencidos de que el acceso al todo es posible, incluso nos corresponde, y debe ser inmediato, ya.
La revolución digital vino a proponer que lo que se interpone entre el individuo y el todo (las mediaciones) debe ser eliminado. El mercado libertariano fue pionero en eliminar la intermediación de los comercios. Las plataformas de video eliminaron la intermediación del videoclub; las de música, de la discográfica. Pero luego pasamos a querer eliminar la fila de gente entre nosotros y la caja. Las figuras de autoridad (maestras o agentes de tránsito) que se interponen en nuestra libertad de ser idiotas o accidentados. Y también saltear los lentos procesos institucionales (un escrache —porque “en toda revolución ruedan algunas cabezas” — fue mejor que la Justicia; un curso por YouTube —que promete llave en mano el acceso al Edén— es mejor que una Carrera). Los sindicalistas que se interponen entre el empresario y la libre esclavitud deben ser encarcelados. Los políticos que intermedian entre los sectores que disputan poder también (la lucha debería ser en una jaula sin árbitro, cuerpo a cuerpo, a muerte, y transmitida por streaming). Los medios tradicionales deben ser cerrados como Télam (pretenden mediar entre uno y la libertad de twittearse encima —Twitter, ahora “X” y de logo negro, más gore no hay—). A todo lo que se interpone, la revolución reaccionaria (gestada hace décadas en Silicon Valley), propone guillotina y a la bolsa. Sentimos que entre el querer y el acceso al todo no debería haber nada; entre el bebé y la teta, el “viejo” límite: eso es la “casta”.
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El capitalismo gore no fabrica principalmente objetos, productos, sino que produce una expectativa y un fantasma: lo constante, lo continuo, lo sin falta, lo todo. Y esta cinta 24/7 se encuentra interiorizada en la forma en que pensamos: sin vacío, sin pausa, sin ese no saber que podría dar lugar a lo nuevo: actualmente solo hay tomas de posición y certezas, faltan preguntas. En esta exitosa falta de la falta, el insomnio y el terror a la mente (sentir miedo, querer darlo) deberían ser síntomas de adaptación y salud en cualquier test ocupacional del capitalismo gore.
Así también la boca amordazada, las manos atadas, los ojos vendados, la transformación del cuerpo sexuado en un paquete del mercado libertario, expresan un deseo de inclusión amorosa en el goce del capitalismo gore. La exclusión amorosa también se expresa pero al modo virgo, troll, sin cuerpo: abusando gente en twitter y foros, masacrando en videojuegos.
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Hace mucho tiempo que sentimos que en Internet está todo. Los sitios, las redes sociales, la digitalización del afecto, el comercio electrónico estructuran nuestra certeza: creemos que, en todos los ámbitos, el acceso al todo es posible y debe traer, por supuesto, una satisfacción total. Pero también sabemos que no sentimos esa satisfacción, más bien sucede lo contrario: la insatisfacción es pandémica. Entonces se arma el axioma estructurador de la escena pública actual: el todo, que me corresponde, lo debe tener otro (no el sistema sino otro ser humano).
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Tres todos a su vez estructuran la neurosis política de la época: un otro sabe todo, un otro tiene todo, un otro goza todo. Los tres pasan a ser objeto del odio.
Un otro sabe todo, por tanto hay algo del orden del todo, algo muy importante (por ejemplo que la Tierra es plana) que se me oculta y yo debería saber. El otro me mezquina su saber, tiene mucho poder, se transforma en objeto de mi odio: lo imagino reptiliano. Como no pienso ceder la idea de que el todo es posible, voy a buscar (y a encontrar) signos en el mundo que me indiquen que ese saber todo que me ocultan existe: tarea de los conspiranoicos (desde terraplanistas, o delirantes del 5G, hasta creyentes en una confabulación mundial de zurdos).
Un otro tiene todo, todo lo que a mí me falta (y me corresponde). Ese otro me lo robó, tiene “la mía”. Curiosamente, la elisión de guita en la frase “la tuya” (que instaló muy bien la derecha), indica, por omisión, por no decirlo, la existencia de algo muy importante: (la) toda (que no tengo porque me robaron). La derecha mediática logró hacer algo que la izquierda no pudo (esa izquierda argentina tan religiosa en su rechazo al poder, porque es de linaje incasto —puede remontarse al pecado original—; tan mentalista en pretender transformar la realidad sin poder; tan exitosa en su primer lugar en el podio de la prueba de la blancura —sin haber jugado a la pelota por no juntar los 11—). Lo que pudo la derecha, y la izquierda no, es darle una dirección al axioma un otro tiene todo, volverlo un silogismo encarnado: no lo tienen los burgueses magnates millonarios, lo tiene la política (principalmente peronista). Una trama fantasmática más literal e infantil imposible: un tesoro es un todo (llamémoslo PBI), fue robado y enterrado (en la Patagonia). Por supuesto, si el vecino tiene un plan social y yo no, puedo creer que tiene el todo suficiente para vivir sin trabajar, lo llamaré “vago”. La corrupción ocupa en el axioma fantasmático el lugar que en otro tiempo (sin Internet, pero con otra idea subyacente del todo: el Paraíso), ocupó el término plusvalía (un todo robado al proletariado que la revolución iba a redimir). Quizás el fifty fifty peronista haya sido un intento, hoy impotente en el capitalismo gore, de sustituir la creencia en el todo por una apuesta a la armonía basada en la parcialidad.
Finalmente un otro tiene todo el goce, todo el que, en el capitalismo gore, me falta. Ese goce es de orden sexual: Cristina en aquella tapa de la revista Noticias. A mí, que me falta todo, si trato de incluirme en el goce de ese otro, siento que me abusa, me goza, no puede ser de otra manera: abuso fálico, autoritario, dictatorial. Pero lo más frecuente es que el fantasma del goce todo sea el de la exclusión. El otro vive una fiesta que me excluye y miro con la nariz pegada contra la pantalla: “fiesta k”, “orgía de gasto público”, “vacunatorio VIP”, yate de Insaurralde. Incluso se le ha dado mucho material a esta trama fantasmática: la foto de la “fiesta” de Olivos (a pesar de la cara nula de gozo de Alberto) confirmó la creencia en que el goce todo existía, y que era de políticos (estatales) privilegiados.
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La aristocracia, la derecha, el antiperonismo blanco y civilizado siempre explotó los fantasmas, pero además los cree. El goce todo debe existir y debe estar del lado de los “negros”: el antiperonismo lo juzga como excesivo, pata sucia, ilegal, ilegítimo, cabeza, patotero, pero en último término cree que el goce de los negros es más grande y envidiable. Además, ese goce que el educado casto siente que le falta, se le debe haber robado. El odioso debe recuperarlo, si es necesario con armas. La tortura sobre jóvenes y “negros” pudo haber indicado el intento impotente de extraer una verdad sobre un goce todo: decime la verdad (sobre tu cuerpo).
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Milei despierta un desahogo, una sensación de revancha, ahora nos toca el todo a nosotros. Entonces ahora, que nos toca, reivindicaremos un goce excesivo, vulgar, porno, violento, nos vengaremos con creces del goce del otro ladrón y abusador. Horcas, guillotinas, herramientas de corte, ostentación fálica de motosierras, así se apropia del fantasma del goce todo la derecha psiquiátrica del capitalismo gore. Obviamente, si apuesta a que el todo ahora estaría de su lado, escenifica exclusión: “¡Afuera!”. Pero también fantasea con poseer un todo que en verdad a nadie le interesa: “Mientras ellos miran a la señorita por Internet, yo estoy en el medio de sus sábanas”.
A ese fantasma sexual que hoy recorre Argentina se le ha dado material: “¡Vamos por todo!” (error admitido), que tan eficazmente fue explotado por ese canal de noticias, la ferroviaria de fantasmas: Todo... Pero la derecha psiquiátrica no necesita mucho material para alucinar: basta escuchar el odio visceral a un inexistente “colectivismo” del hijo de un empresario de colectivos.
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La derecha proyecta el goce todo en un otro abusador y perverso; es elocuente la imagen del Estado de Milei: un pedófilo en un jardín de infantes con niños envaselinados. Lo dijo antes de llegar a la presidencia, hoy es la mayor autoridad del Estado. Como posiblemente no sienta ese goce todo de su lado, que era su fantasma, como seguramente no sienta una satisfacción total, fantasea con otros juegos: ahora quiere mear a los gobernadores. Seguramente esté empezando a sentir que el goce todo no existe, ni siquiera ocupando el lugar del pedófilo abusador, pero habiendo organizado toda su estructura discursiva y de creencia sobre ese axioma. La experiencia de impotencia va a ser inevitable, su rabia y megalomanía, para compensar la impotencia, puede traer graves consecuencias. O puede trasladar la ubicación del fantasma del goce todo desde el pedófilo a una mujer todo, sin falta: El Jefe: ponerla a gobernar, y él dedicarse al mundo del show cuasi artístico donde la fantasía del todo funciona mejor y no se le cae.
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Mientras el peronismo siga creyendo que el amor todo está de su lado, y que el amor todo lo cura, y que es bondadoso y cristiano, mientras, en este contexto, se tenga que tragar hasta los silbidos en un acto peronista, seguirá perplejo sin entender esa juventud BDSM que también demanda (otra forma de) amor. Uno puede ver que hay excepciones: Guillermo Moreno hace rato nos intenta hacer entender, con modales cavernícolas, que él encarna el verdadero peronismo (uno que tiene poderes para transformar la realidad con menos votos que la socialdemocracia y el trotskismo), pero al menos y tal vez, justamente por esos modales, algunos BDSM vayan a buscar sogas, esposas y látigos a su ferretería. Juan Grabois hace rato está señalando, sin pelos en la lengua, las verdaderas direcciones de los millonarios que de verdad la tienen toda, la gozan toda, te la mezquinan toda, y te manipulan todo con su saber. Axel es kicillove, pero sabe construir poder (no solo con amor). Quizás Tutanka y Santiago Galar vieron algo pre-gore en él cuando lo hicieron aparecer, en un spot del 2019, saliendo a batear la “macrisis”. Por ahí habría que ponerlo a batear más cosas, y más fuerte, casi a lo Alex de La naranja mecánica. Por momentos uno puede entrever en Axel un delineado a lo Alex..., una oscuridad punk-gótica en uno de sus ojos. Y sin dudas, sabe usar la lengua como látigo, y parece que le gusta. Aunque no estemos acostumbrados, la nueva música es más hardcore punk.