Palabras que amparan, lenguaje que abraza: Teresa Wilms Montt 
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Palabras que amparan, lenguaje que abraza: Teresa Wilms Montt 


 

Mientras estoy sentada en el patio de un registro civil, leo el diario íntimo de Teresa Wilms Montt: “Bajo la sombra hospitalaria de los viejos pinos del jardín, voy a diario a meditar profundamente”. Justo ayer, después del gimnasio, me senté en una banquita de madera que descansa bajo un árbol que la cubre mientras espera que caiga el peso de un alma pasajera. Me he dejado caer ahí para esperar la micro. No es primera vez que la banquita se vuelve mi estación. Ya me había percatado de su potencial para almacenar la espera en meditación. De hecho, pensé que ese se ha vuelto un punto donde he empezado a construir mi pequeño templo de práctica meditativa.

 

Respiro, observo la calidez del sol reflejada en la brisa que llega hasta mis mejillas y se cuela por mi nariz. De paso, deja un cálido beso en mis labios dormidos en la espera. Mientras escribo esto, veo una pequeña araña asomarse en el diario de Tejita*. De pronto salta hasta este, mi diario. Así, simplemente, omitió cien años.

 

Soplo la araña porque, aunque se ve inofensiva, pienso que me puede picar. Ahí me asalta una voz en mi cabeza que me dice ¿Qué más daño podría hacerle a esta alma que es daño antes que alma?, ¿qué más me podría dañar?, ¿se puede ir más lejos en el dolor?, ¿será que el dolor es infinito? “El goce ha sido tan corto, el sufrimiento parece eterno” me responde, a lo lejos, Teresa.

 

Aquí vuelvo a mi recuerdo zen de ayer, acurrucado a la sombra de un árbol, para hacer la conexión con el jardín meditativo de Teresa, que la araña tan descaradamente se saltó sin respeto alguno. En los mismos lugares, Tejita, encuentro los registros de tu alma. No es primera vez ni el único lugar. Hace no mucho, cuando quería conocer la iglesia donde estuviste enclaustrada, la Iglesia de la Preciosa Sangre, me di cuenta de que se trataba de la misma iglesia que acompañaba mi encierro escolar. Tú cumpliste condena entre mujeres, yo entre hombres, procurando siempre sentarme al costado de una ventana para mirar el exterior que me conectaba con la sensación de libertad al ver la gente pasar. Y fue ahí donde se cruzaron nuestras miradas, dirigidas a una misma plaza, la Plaza Brasil, buscando la libertad que, para ambas, tardó en llegar. Pero ésta llegó huérfana, coja en igualdad, justicia y ternuras, con lo que entendimos que la libertad por sí sola nunca fue suficiente.

 

“Cuando llega la tarde me vuelvo a mi celda con la misma impresión dentro del alma. ¡Nada! Nada, siempre nada que pueda darme felicidad en este mundo pequeño”, continúa Teresa. Así mismo me marché después de mi suspiro meditativo, con la sensación de llevarme nada. Me subí a la micro solo con el peso de mi…no encuentro palabras para nombrar aquello que cargo, ni explicaciones que le den un sentido. Quizás es eso, nada. Pero la nada pesa, la nada es melancólica. La nada se percibe tal cual la describe Teresa hace cien años atrás. Quizás por eso vuelvo siempre a ella, porque le da un lenguaje a eso que me aplasta: lo dota de poesía y así se vuelve compañía. Las palabras amparan, y son el abrazo que espero cada noche antes de dormir.

 

 

 

 

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