Rotting in the sun
Al inicio de la cinta vemos al perro comiendo mierda, plantando la nariz en la mugre humana. En adelante, su nariz siempre lo lleva por el camino de la podredumbre, hacia las verdades que se descomponen, no bajo la alfombra, sino sobre la casa, en el techo y a pleno sol.
La trama se sostiene en la incertidumbre y el misterio, al mismo tiempo que logra una sátira con intersticios de ridículo y comedia negra. Personificado, todo, en Vero, brillantemente realizada por Catalina Saavedra, una empleada doméstica silenciosa que insiste en una construcción de relación sorora con el perro, cuya condición de macho omite con porfía. “Las dos” -Vero y el perro- son las paladinas de la verdad y aguantan el misterio. Son “las espectadoras” de lo que acontece en la vida de Sebastián.
Él, un joven cineasta y artista visual chileno, homosexual, existencialista, aparentemente depresivo y suicida, quizás drogadicto, vive el martirio de una sequía creativa que lo terminan llevando al despeñadero de un proyecto audiovisual del cual, en un principio, rehúye.
Todo comienza leyendo “El problema con haber nacido” en una playa nudista gay en que despuntan el exceso, la desinhibición y el goce evidente, a vista y paciencia de todos. Un festival de exhibición a modo de constante e insistente invitación a entrar en la performance paroxística. Allí, al borde del ahogo -literal y en sentido figurado- se conocen Sebastián y Jordan, ocasión en que este último presenta a Sebastián el cuestionado proyecto audiovisual que lo empujará a la podredumbre.
La protagonista es Vero, quien mueve el guión y produce un giro de proporciones que ningún espectador podría imaginar hasta que ocurre, cuyo resultado es la absoluta desaparición de Sebastián de la faz de la tierra. Atormentada, da vueltas sudorosas por una fiesta de 15 años en que una adolescente canta pastosa “I need you more than ever”, que se vuelve un himno de toda la cinta toda vez que la obsesión de Jordan con la búsqueda de Sebastián se transmite desesperadamente por redes sociales, en una contradicción entre sobreexposición y total ocultamiento. Jordan grita al mundo que necesita a Sebastián, que por favor lo ayuden a dar con su paradero, Sebastián guarda el más completo silencio.
La tensión se mantiene hasta el final, el espectador aprieta cada músculo del cuerpo cada vez que la historia parece ir a correr el velo, cada vez que el perro o Vero parecen al borde de develar la verdad. Pero no pasa, no pasa y no pasa.
Cuando ya toda posibilidad de encontrar a Sebastián y saber la verdad parece perdida, aparece, abrupta, ridícula y estrepitosa, la confesión. Confesar parecía, durante toda la película, el peor de los martirios y, en cambio, llega como el mayor de los alivios vividos, el momento de soltar todos los músculos y respirar en paz.
Impensada la verdad, impensada la confesión, y gratamente impensada la cinta de Sebastián Silva.
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