Sonrisas telefónicas
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Sonrisas telefónicas


Sonrisas telefónicas


Estoy comiendo papas fritas plásticas con sabor artificial a crema y ciboulette, mientras espero como puta parada en la esquina a que me llegue un cliente.

Soy una mala suerte de puta moderna: vendo mi tiempo sentada en un cubículo de varios computadores conectados a Internet, las pantallas siseando y sillas deformes de tanto uso.

En el día tengo dos breaks ratones de 15 minutos, media hora de almuerzo y esa luz mierdosa sobre mis ojos, que me hacen encandilar y tropezar cuando salgo al exterior.

Topo humano, todo el día, de 11 de la mañana a 9 de la noche.

Puta topo humano, vendiendo mi tiempo y energía por un poco más del sueldo mínimo, lo suficiente como para pagar mis medicamentos, cigarrillos y una que otra salida en los pocos días libres que tengo.

Esclava del horario generado por un programa, 6x1, 5x2.

Seis días de trabajo, uno de descanso. Cinco días de trabajo, dos de descanso. Descanso que no es tanto, que es para escapar con el humo del verde que me hace reír un poco entre tanta mierda.

Manos aceitosas de aceite hidrogenado con sal y sulfitos, manos brillosas y el trasero cuadrado de tanto estar sentada. Me llevo un buen trago de papas fritas en la mano, abro la boca y engullo como el Lobo Feroz a la Caperucita Roja.

Engullo un puñado de papas que parecen hojas secas entre mis dedos. La sal hace brillar mis dedos. Mi piel tiene el brillo del hidrogenado.

El resto de la manada sigue en sus cubículos, viendo YouTube o una serie de moda. Yo miro fijo a la pantalla, deseando ser tragada por ella y empujada por el museo hasta el mar.

El mar. Tiempo sin verte. Plata, dinerosh, trabajos mal pagos, dolor de orejas por las mascarillas, los ojos rojos por dormir y levantarse, aunque lo que deseas es seguir en cama, soñando con el mar y despertar en la ciudad.

Micros, metro, subir y bajas escaleras con las manos congeladas metidas en los bolsillos. Cargar la Bip, pasar la Bip por el validador, $720 por viaje en horario valle, ni hablar del horario punta cuando pagas $800 y fracción por ir atrapada en un vagón con más personas que el máximo, haciendo piruetas de yoga para entrar y mantener la respiración apretada hasta la próxima estación.

Me duelen las orejas, me duele el orgullo, me duele sentirme tan bien en soledad. Me duele no ser como el resto, que tiene sus parejas, amantes, amigues con ventaja, hijos, perro, gato, plantas, plata. Y que están agotadas y felices, con una cama de dos plazas y scaldasonno prendido cuando llega la noche.

Me alegra estar sola, escuchar mis vinilos mientras juego después de fumar verde en la impunidad de mi pieza. Me alegra no tener hijos, no tener tantas responsabilidades, tener una cama de plaza y media donde entro yo y solo yo, donde puedo relajarme tirándome un pedito solitario, donde puedo rascarme sin tener que esconderme, donde duermo con calcetines de polar de colores fuertes con dibujos de patitos amarillos.

No tener la obligación de llamar a otro, donde no recibo miradas y mi cama me ama y amo mi cama.

Sigo en el trabajo y he botado a la basura la bolsa vacía de papas fritas. Compré una bolsa enorme y le he convidado a mis compañeros de trabajo, esclavos igual que yo que a esta hora grata charlan de sus respectivos divorcios, sus hijos que no ven a su padre, pensiones alimenticias y demandas, chimuchinas de oficina regular y yo aquí, estirando las piernas en las horas extras de un viernes.

Voy a hacer un Cenicienta: salgo a las 12 en punto de la noche.

Nos llevaran en van a casa, llegaremos tarde, tomaremos un café, comeremos un pan con mortadela y queso, nos fumaremos un cigarro en el baño y después al piyama porque mañana parte todo de nuevo y hay que levantarse, ir al baño y todo eso de todos los días camino a la oficina.

Y soñaremos con el mar, con viajes al Caribe, algunos conque el papito corazón pague la pensión alimenticia y todo eso que conlleva la doméstica felicidad de la pequeña clase media chilena.

O clase baja aspirando a ser media, con departamentos enanos en La Florida o en Maipú o en cualquier parte menos Providencia o el barrio alto, porque el sueldo de call center aspira a mucho y alcanza a poco: a lo más dos días con efectivo y el resto estirando el chicle, mascando arroz con huevo y vienesa industrial marca PF.

No digo que PF sea malo a todo esto, solo digo que cuando uno compra vienesa de kilo no es la misma calidad que comprar en un lindo localcito de Lastarria que trae la real mortadela de Italia.

A veces la clase mía parte a esos lados de paseo, pi pi pi, en una micro vieja, pi pi pi, tomando el metro lleno, pi pi pi, pagando tres veces el precio de un servicio porque está en Bellas, pi pi pi.

Y tomando selfies y fotos que sube a Instagram para recordar la felicidad de tener cash en la billetera, de pagar y dejar propina del 30 % a la garzona que te guiñó el ojo, pi pi pi.

Y a veces compra todo en el Erbi porque es más barato y son las mismas huevadas que en el Jumbo te da más y te cobra más, pi pi pi, pero cuando hay que rascar el tarro de monedas para cargar la puta Bip es otra cosa mariposa.

Sábado, 22:36 pm

Modo Cenicienta. Termino turno a las 12:00, después marco la salida en el primer piso y tomo la van que me dejara en casa. Hay pocas llamadas y ahora que lo pienso, este segundo piso parece una ratonera humana: una entrada, una salida, escaleras y aire acondicionado que te hace cagar de calor cuando afuera está rico y cagarte de frío en la noche.

Es una ratonera, sí. Todos abrigados, en su cubículo blanco con azul y la pantalla reventando los ojos. La mascarilla de rigor hace que dé más sueño de lo habitual, el hecho de estar sentada sin mucho por hacer y los restos de la bolsa de Doritos tamaño familiar en la esquina.

Hoy fueron Doritos, galletas y una Pepsi Zero de litro y medio. Uno parece cabro chico con tanto dulce, con tanta sal entre los dedos y el piso asqueroso de restos de migas de galletas y Doritos.

El sueño acumulado, las ganas de estar en cama, modo pijamas con el scaldasonno prendido en nivel 2.

En uno de los breaks llame a un amigo: iba camino a un cumpleaños.

Que ganas de no estar acá, que ganas de ser dueña de mi tiempo pero como buena puta del sistema, vendo mi tiempo útil atendiendo llamadas de personas que no están contentas con el servicio. Me hago lo más fuerte y amable posible: me obligo a sonreír debajo de la mascarilla.

Jueves, 11 pm

Ha renunciado mucha gente del equipo, así que nos están pidiendo horas extras. Entraba a las 11 am y salía a las 7 pm (lo que es una excelente cantidad de horas) pero como la última semana se han ido 6 u 9 personas de un equipo de 15, están desesperados por alguien que atienda el turno de medianoche.

Así la cosa, salgo a las 12. Entré a las 11 am: una maravilla del sistema, que acoge a unos y aplasta a otros. Ya son las 11 pm y estoy agotada.

La luz artificial, la pantalla frente a los ojos, las orejas con la mascarilla K95 apretando la piel como si fuera una hoja de afeitar, los pies algo hinchados de tanto sodio y Pepsi Zero todo el día.

Tengo sueño. Tal vez me haga otro café plástico con agua tibia de la máquina enfriadora/calentadora, que nunca es igual al agua hervida.

Es un café engendro bastardo, en el que el Nescafé de Nestlé está tibio y uno aun así, se lo toma, porque la máquina del pasillo vale $400 el vasito.

Y uno a veces quiere ser menos rata, pero si tomas los pinches $400 y los multiplicas por el café que tomas en el día, hace doler el orgullo.

Así que acepto con humildad y rencor el café helado, pensando que pronto llegare a casa a ponerme pijamas y acostarme en mi cama caliente por el scaldasonno.

Está jodida la cosa. Si lo vemos desde fuera, estamos mejor que Ucrania, sin duda. Pero ver tanto cabro chico embalsamándose en el sistema del trabajo, escuchando su puto reggaetón a todo chancho y pensando en que a fin de mes se van a comprar un par de pantallas de PC de última generación en vez de, no sé, ahorrar o viajar o estudiar o carretear o disfrutar o escribir o pintar o lo que sea que se te pare en gana, es triste.

Yo veo algunos que estudian y trabajan y se sacan la cresta porque creen firmemente que el cartoncito les solucionará la vida. Y no, no suele ser así la cosa.

El cartoncito suele quedar guardado en alguna carpeta y en alguna ocasión, se viste de gala de vidrio y masilla al encuadrarse para quedar instalado en el living comedor junto con las fotos escolares y los peluches de los niños.

Es rico estudiar. La Universidad parece infinita en su momento pero luego no te das ni cuenta y todos tus amigos están bien instalados en sus vidas, con sus parejas, matrimonios y un departamento hermoso con hipotecario a 40 años.

Y una ahí, adolescente, compartiendo casa con la familia y trabajando en una pega de adolescentes, siendo la más grande y regia de todos, pero también un poco cansada de tanto esperar a que las cosas por alguna vez resultan.

Se acaba de caer el sistema principal, que horror. Lo bueno es que nadie llama a esta hora.

23:27 pm, qué sueño, bostezo bajo la mascarilla. Tal vez un cigarrillo. Uno solo.

Preguntarle a mi supervisor de 22 años si puedo ir afuera por 5 minutos resulta tan extraño. Es como, no sé cómo explicarlo. Déjame intentar.

Mi supervisor usa ropa con las colores del arcoíris, con frases como love is love ahora que ser LGBTI+ está de moda. Pero yo estuve ahí, yo sé lo que es andar con miedo por la calle. Con el miedo que un grupo de nazis baratos te agarren y te hagan mierda.

Cierto, nunca pasé por eso. Siempre he andado a la defensiva y nunca me ha pasado nada. Pero a otres les ha pasado. Y sigue pasando.

Y mi supervisor usa los colores del arcoíris porque está de moda o es un puto revival de los 90.

Faltan 20 minutos para las 12. La sala de computación está con la ventilación prendida, hace algo de frio y me puse la chaqueta. Salí a fumar un cigarrillo y volví.

Afuera frío, adentro las maquinas encendidas permanente y un horrible reguetón sonando de fondo. Se escuchan los murmullos de las conversaciones y uno se entera de muchas cosas sin desearlo.

A las 12 están todos con las mochilas listas para salir y no falta la llamada odiosa que cae a las 11:58 y que se extiende por 15 minutos. A las 12 en punto parece Año Nuevo: tres, dos, uno, cerrar sistemas y ponerse el bolso al hombro para partir a la van que nos lleva a casa y que casi siempre necesita una buena limpieza.

O al menos una pasadita de aspiradora. O una higienización, si hemos de ser correctos.

Los asientos húmedos de la van, el olor a encierro y el tío que la conduce como una serpiente arrepentida por la ciudad a oscuras mientras el tío de la van se toma una Coca cola con azúcar mientras rogamos por llegar sanos y salvos a la cama scaldasomneada.


Viernes, 22:22 pm

Hoy ha sido un día largo en la pega. Muchas incidencias, muchas llamadas pero ahora dejaron de llamar y mi vecina de cubículo está viendo videos en Tik Tok mientras yo trato de no quedarme dormida, arrollada por el zumbido incesante de los equipos y el aire acondicionado.

Salgo a las 12, querida Cenicienta, y no hay hada madrina ni príncipe azul en este cuento. A lo más hay una que otra pregunta en el chat del grupo y una que otra persona atendiendo a alguien que se quedó sin Internet en su casa a esta hora non grata.

Llovió esta mañana. Mucho. Así que salí con mis bonitas botitas de goma y enfrenté al frío. La mascarilla hace que dé más sueño que el habitual y los pocos tecleos hacen un zum zum que invita a recostarse en el cubículo.

Estuve de cumpleaños hace poco. Mis compañeros de pega me dejaron el escritorio lleno de dulces y globos y doritos y fue really nice.

Me sentía como la Bolocco recibiendo la corona, con las manos cubriendo la mascarilla y mi sonrisa embobada mientras todos cantaban cumpleaños feliz.

El globo que dice “Feliz cumpleaños a ti” en rosa, dorado y blanco decora mi cubículo. Me da energía para seguir cuando dan ganas de mandar todo a la real mierda.

22:50.

Estoy pensando en levantar mi culo aplastado e ir por un café.

Mis piernas quedan flotando en la silla y siento como se hinchan mis pies en las botas de goma. La calefacción es como un Scaldasonno que invita a recostarse y descansar.

“Me quiero ir2, me dice mi compañera. “Yo también”, respondo. “¿Quieres un café?”, ofrezco. “Ya”. “Voy por dos”.


Viernes, 23:00

Estoy en teletrabajo, al lado de la estufa y casi no caen llamadas. Tengo un café en el escritorio, un vaso con Coca Zero y mis cigarrillos.

Hace frío pero al menos ya dejó de llover en exceso. Los vecinos tienen un carrete piola en su casa y a través de la pared escucho sus risas ebrias de sociedad.

Estoy hasta las 12, Cenicienta y la verdad, extraño mi cama. En el servicio somos 3 personas ahora y yo soy la única que está en casa.

Ellos van a tener que hacer el viaje en van a las 12 pasaditas, Cenicientes y yo acá, viendo el living y comedor vacíos. Mi familia está durmiendo y yo aquí, en vigilia por si algún desubicado llama al servicio.

Nunca se sabe

Me ofrecieron un trabajo en mi área. Más lucas, más responsabilidades, más salir de casa todos los días. No es malo. Lo único lata es que vivo lejos lejos, donde cagan los conejos y cada noche suenan fuegos artificiales u otras cosas que la verdad, me da lata comentar.

Nunca pensé vivir acá. Antes vivía en un barrio pro, con un sueldo que me permitía llegar apenas a fin de mes, pero con depa propio y libertad y todas esas cosas que ya no tengo.

Es extraño como una se acostumbra tanto a los cambios. Esta la real zorra en el mundo, pero uno es una hormiguita que piensa puras huevadas mientras el planeta se desarma en medio de las crisis y una se pregunta, ingenuamente, si mañana habrá alguna liquidación o si llegarán los bonos del gobierno.

Ya no escucho reguetón de millennials, a Diosito lindo gracias por eso. En la oficina ponían esa musiquita de mierda todo el día.

Ahora, silencio interrumpido por las risas de los vecinos. La luz tenue de la lámpara hace pensar en dormir y ahora la estufa me dice que me ronda.

Cabronas. Un sorbo de café y pasará.

Hoy dormí hasta tarde. Incluso pensé en decir que estaba enferma para no trabajar, pero luego se me pasó. Así que me puse mi mejor sonrisa plástica en la cara y afronté la realidad. Qué mierda.

En septiembre se vota la nueva Constitución. Está bien interesante, que quieres qué te diga. Están todos vueltos locos porque dicen que la gente va a votar que la rechazan.

Huevadas. Es porque no se han dado la paja de revisarla. Somos un país de pajeros mentales, si he de serte franca.

¿Y quién no? Si podemos elegir entre hacer algo y sacrificarnos y no hacer nada y dejar que la desidia gobierne, gana la desidia.

Idiosincrasias. Formas de ser.


Miércoles, 22:26

Silencio. Sólo el tic tac del segundero del reloj del comedor. Un cigarrillo, Coca Zero y la estufa. Este es uno de esos inviernos jodidos en la ciudad.

Mucho frío, algo de lluvia y pandemia, más los horarios extraños del trabajo = ser un eremita post modernoide, conectado a las redes pero sin contacto humano externo superficial.

Como antes, como hace ya tres años antes. O más.

Hay un rumor de que nuestro monitor de la capacitación tiene onda con una chica del equipo. Bien por ella, mal por él.

Tiene partner el niño y la verdad es algo bastante común en estos trabajos de cuarentena el que se armen parejas disparejas: gente que nunca pensaste que iban a estar junta termina estando.

Y no sé si será verdad o no, pero la chimuchina se multiplicó y ahora parece que es verdad.

La verdad es que ella es más interesante que él. Aparte, tiene el bonus que no tiene pareja y el cabro sí, lo que para mí es una bandera roja en cualquier pseudo relación. O sea, si tienes pareja, ¿para qué diablos coqueteas con otra?

No sé, no le encuentro sentido.

Hueá de ella. Si quiere estar con él niño, ella es quien elige. Simple.

Queda una hora de espera. Fui por más Coca Zero y ahora estoy en silencio frente a la estufa, mientras mi mamá me recuerda que hay jugo en la cocina y que no tome tanta Coca Zero.

Me acomodo en mi silla y estiro. Uso mi uniforme de teletrabajo: pantalón de polar, polera y polerón de polar, todos de colores horrendos, pero cálidos.

No sé por qué no hacen ropa de polar de colores más alegres.

Debe ser porque estamos en Chile, acá todo es gris y no somos tan felices como en, no sé, países caribeños o con el mar tibio. El mar chileno es helado como la mirada de tu ex cuando te ve con otro. O más feliz que cuando estabas con elle.

Somos un país triste, qué duda cabe. Melancólico es lo menor. Triste es todo nuestro pueblo, triste es la memoria y con algo de suerte, también nuestros sueños.

Hace poco estaba hablando con un amigo por WhatAapp. Decía que sigue en lo mismo, que casi no sale por la delincuencia, la pandemia y la recesión.

Yo no salgo por mis horarios extraños, porque tengo a mi madre en casa y porque estoy en un trabajo de pandemia que no me permite pagarme un depita propio donde tirarme mis peditos a gusto.

Pronto, espero, pronto todo cambiará. No sé cuándo cresta, pero hay que tener algo de esperanza, dicen los optimistas. Todo mejora, dicen otros. Pero lo cierto es que cada día es igual al otro, con pequeñas diferencias que te hacen dudar acerca de todo.


Viernes, 23:39

Me está dando acidez tomar tanta Coca Zero. Sé que es tóxica, como muchas personas, dirás tú, pero es agradable, hasta que llegue al punto de ser insoportable y tenga que dejarla por algo menos tóxico.

Otra cosa rica y tóxica es el pollito del KFC. No quiero ni saber qué lleva, algo ilegal debe ser, porque es demasiado adictivo. Como que dices que comes uno y al final terminas comiéndote las minutas fritas.

Paz y pollo, decía Homero Simpson. Paz y pollo.

Me estiro un poco y necesito un masaje de la Sofi. Ella me pone estirada en el piso y me tira los brazos, me masajea la espalda y termino raja durmiendo en el piso, modo babeando. No hay como un buen masaje. Mi espalda parece tabla, dura y llena de nudos. Necesito un Sofi masaje.

Recién estaba hablando con una compañera de trabajo acerca de la depresión. Yo le explique que somos un país deprimido, que tal ve sea culpa del clima o el mar frío. Que se tomara religiosamente las pastillas. Que hace efecto recién después de 15 días sin parar. Que no las dejara.

Aunque quisiera, porque la depresión es jodida y que es mejor ser una dopada feliz que una persona infeliz.


Martes, 23:24

Me he puesto algo gourmet con los refrigerios. Recién estaba picoteando unas papas modo hippie chic, con camote y papas chilotas y sal de mar de marca (no diré cual) en un tazón de sopa junto con mi Coca Zero habitual.

Ayer fui a la oficina porque se me cayó internet en la casa y hay que laborar, compañere, aunque una no tenga ganas.

Volver fue lindo, pero extraño: de verdad parece una jaula de ratón de citas, con la calefacción a tope y todos cagados de calor y muy pocos con mascarillas.

Igual rico ver a los conocidos y abrazarlos un poco. Me echaban de menos, así que cuando me baje del metro compré muchos dulces y huevadas que hace mucho no compraba.

A ellos les gustó eso y la verdad, hay menos demanda que hace dos semanas atrás de la pega.

Incluso salí a fumar mientras configuraban mi compu.

Aplasto la colilla de cigarrillo en el cenicero. Estoy en casa, sin mascarilla y con mis lentes viendo todo perfectamente claro. Falta poco para salir y apagar los equipos, poner el scaldasonno y dormir a su amparo eléctrico, para despertar ahogada de calor a las 2 de la mañana.

Gran invento el scaldasonno. Ese tipo debe haberse forrado. Se lo merecía: con eso no dan ganas de tener pareja ni nada.


Miércoles, 21:53

Solo se oye el segundero del reloj, la gata bajando de la silla donde durmió buena parte del día camino a su cama en el dormitorio de mi hermana, algunas sirenas de bomberos a lo lejos y yo aquí, preguntándome qué chucha estoy haciendo por mí.

Trabajar no es una buena respuesta. Dormir es una buena excusa para matar el tiempo. Salir de vez en cuando hace grata las cosas, pero disponer del tiempo que le vendes al sistema suena como una utopía de película Disney, con la gran salvedad que una nunca fue la princesa ni su mejor amigo, sino sólo un extra que nadie recuerda.

La vacuidad, el vacío, el estar sintiendo pasar cada segundo en el reloj con su pinche tic tac que va ahuyentando la vida, jirón a jirón, piel rasgada bajo uñas afiladas de artificio.

Con este trabajo he engordado algo y la verdad me da un poco lo mismo. Sólo deseo que pasen rápidos los segundos, se transformen en horas y finalice el mes con números azules en la cuenta bancaria.

Utopía, sin duda. Ilusión, de más está decir.

Martes, 22:10

Me acabo de terminar un café que estaba frío, uno de tantos que me hice hoy y ahora estoy acá, con la estufa mientras la gata pasea frente a mí, buscando el calor de estufa a gas que satura el aire mientras afuera llueve.

Tengo sueño. Mucho sueño. Pero hay que pagar los cigarrillos y ya sabes, nada es gratis. Así que me encomiendo al universo, Dios o como quieras llamarle para que la medianoche llegue rápido, Cenicienta querida del Príncipe Azul.

Siempre nos meten en la cabeza que uno debe sentar cabeza, tener una casa, hijos, quizás casarse por la iglesia y todas esas cosas.

Yo no sé si sirva para eso y la verdad, no sé si tenga la energía para hacerlo. Después de todo, paso más tiempo frente al teclado que socializando y cuando salgo es solo por algunas horas, a cosas específicas.

“Esta pega mata tu vida social”, me decía un compañero. “Nadie puede tener una vida normal. No puedes organizarte, terminas agotado y lo único que deseas es dormir”, decía otro.

Y tienen razón: 5x2 y 6x1 matan el corazón solitario.

Comencé turno de 9 am a 7 pm.

Modo 3 de la tarde me habla mi supervisor, que si puedo hacer horas extras. “OK, de qué hora necesitas?”. Lo que puedas.

Y como mi supervisor es otro esclavo como yo, me da penita y le digo que sí, porque si falta uno de nosotros se los putean a ellos. Y hay que apoyar la causa. Así que le dije que sí, que podía de 9 a 12.

Y aquí estoy. Son las 23:42 y estoy en la modorra de no recibir llamadas porque hay que cumplir contrato y las cláusulas de servicio 24/7 de lunes a domingo así lo dictan.

24:52.

Una compañera me dice por WhatsApp que se está quedando dormida, que mañana tiene clases. Que quiere mimir, término adolescente para dormir y no despertar.

Todos somos adolescentes, todos somos mitad humano, mitad ratitas, todos queríamos ser felices y aquí estamos, viendo fijamente el reloj para poder apagar los equipos, fumarse un cigarrillo y dormir en la cama con scaldasonno.

Tiempos felices los de la melancolía.


Martes, 22:09

Hace unos minutos estaba todo tan en pausa que hasta podía sentir como la vida se me iba entre los dedos, con las orejas conectadas a los audífonos, la mirada fija en la pantalla brillante y el frío revoloteando en el living de mi casa.

Estoy harta.

Quiero mandar todo a la chucha.

Quiero dormir hasta muy tarde, tomar desayuno, volver a la cama y seguir durmiendo al menos un par de días.

Quiero dejar de ser amable por teléfono IP, quiero dejar de sonreír telefónicamente al contestar las llamadas, quiero irme al mar un par de días y beber y fumar y dormir y comer y caminar otro poco.

Creo que necesito vacaciones. O ir al mar, fumarme un verde y sentarme a ver como la vida pasa frente al mar.

No soy la única. Todos soñamos con el mar, una cervecita sentados en la arena, un verdecito o dos corriendo de mano en mano, reírnos un poco sin pensar en sonreír telefónicamente.

Una compañera de pega me manda una selfie con carita de poto/stress. Me recuerda a Daria. Cuando era más pendeja me encantaba esa serie de animación de MTV. Luego MTV se fue a la mierda, eso lo sabemos todos, pero qué se le va a hacer.

He engordado más que la cresta en esta pega. Todo el día en mi silla, contestando llamadas y comiendo normal, pero sin salir de casa.

Agota.

Y más de un idiota ingenuo dirá que haga ejercicio en casa y yo solo me reiré un poco: no hay energía, no hay ganas, cero cero, compañero.

Y la verdad es que me tomo las putas pastillas todos los días, que gasto un buen porcentaje de mi sueldo ratonil en medicación, que lo intento y lo intento cada día, pero a veces esto es peor y solo deseas que termine el puto turno de 2 pm a 12 pm para ponerte pijama y relajarte en un sueño extraño, pero agradable.

Hay días y días y a veces me sorprendo a mí misma animando al resto pero guardando mi tristeza en el fondo de mis botas.

Escondidas, retraídos, execradas y a pesar de todo, amadas.

A veces me gustaría simplemente seguir durmiendo. Una cura de sueño tal vez sea positiva. Nah. Mis horarios extraños se confabulan contra mí.

Mierda.


Viernes, 21:13

Cuatro meses, diez horas al día sentada contestando llamadas. Sonrisa telefónica, pies hinchados y pañoleta para proteger la garganta que a veces se queda a medio camino y no puede hablar.

Cuatro meses siendo amable con desconocidos telefónicos, a quienes les tomó los datos, reviso en sistemas y ayudo con el cintillo y el micrófono frente a la boca.

Cuatro meses y con dos días libres a la semana, cuando aprovecho de escapar y caminar por Bellas Artes, juntarme un rato con amigas, fumar una que otra cosita y tomar algo por ahí antes de subir al metro y volver a la periferia del centro centro, yeah yeah.

Volver a casa, dormir con scaldasonno y soñar con no estar acá.

Levantarse, ir al baño, fumar el primer cigarrillo del día mientras reviso mi celu y me doy ánimos solita que hoy pasara rápido el día noche, Cenicienta.

Turnos de 2 pm a 12 pm, dos breaks de 15 minutos, una hora de colación que pasa volando y una ahí, manteniéndose firme porque hay que pagar las cosas y nadie caga plata, cariña.

Hay gente peor, sin duda.

Me autoconsuelo y suspiro.

Mañana será otro día, decía la Scarlet.

Los puchos son pa fumarlos, decía el Pedro.

Párate derecha, como una persona decente, dice mi mamá.

Se fuerte, me digo a mí misma.

No con convicción, sino con el conchito que me queda de esperanza.

Juegue, decía un amigo.

Y todos dicen diferentes cosas y a veces siento que nadie escucha a nadie, que nadie comprende esto más que las personas como yo, que tienen que hacer este trabajo de ratoncito y abeja que muere para ser reemplazada por otro, porque los empleos como estos te absorben la energía y cuando ya estas mustio, se deshacen de ti y contratan a otro. En ningún trabajo eres imprescindible.

Cualquiera te puede reemplazar, con otra voz, otra historia, otro país, otra sonrisa telefónica, otra energía nueva que de a poco va absorbiendo la pantalla incandescente y los oídos sordos de estar conectados al computador.

No hay mal que dure cien años, ni tonto que lo aguante.

Mentira. Bullshit. Mucha gente hace esto y no por gusto, sino porque hay que pagar y pagar, gastar y gastar y nadie piensa en su propio yo.

O si lo hace lo dopa con pastillas o con weed o con copete o con otras drogas.

Y uno aquí, sintiendo como la pantalla se burla de ti. Brillando. Y una de a poco apagándose, hasta que sea el momento en que otra abeja ratona te reemplace, porque nadie dura mucho, nadie piensa jubilar en esto.

Y son todos a los principios enérgicos y felices, con ganas de salir y carretear y después los horarios extraños y el sueño acumulado hacen que sea una utopía juntarse, porque mañana toca turno, cariño, y no puedes faltar.

Vil. Uno se siente envilecido. Algo imbécil a veces, es cierto.

Pero mientras tanto la pantalla frente a tus ojos va tomando otro retazo de tu energía y se va evaporando lo que queda de rebeldía, cariño.


Viernes, 23:00

Falta una hora. Una hora.

Recién me cayó una llamada y ahora estoy frente a la estufa con mucho frío. Estamos formalmente en invierno (aún) pero hoy estuvo lindo el día. De noche el frío es atroz y aunque uses uniforme de teletrabajo (pantalón de polar, polera ídem, calcetas y polerón) el frio te hace mierda.

Pasé a indefinido, lo que en esta pega significa algo. Una pequeña estabilidad dentro del caos, un sueldo pequeño a fin de mes que estiras lo máximo y un almuerzo de sushi para mi familia. Uno que otro gasto extra. Algo rico, algo costoso que desagravie el estar diez horas seguidas frente a la pantalla.

Igual es piola. Hay trabajos peores y peor pagados. Y sí, hay cosas mejores, pero necesitas un jodido milagro o un contacto que te asegure el cargo.

Mis compañeros de trabajo están igual o peor que yo. A una de ellas no le renovaron contrato y no sabe cómo chucha va a pagar el arriendo y la comida y la arena de sus gatos.

Otra anda con ataques de pánico y está a base de un cuarto de clonazepam diarios. Medio o más si anda muy mal. Otros pagan apenas las deudas básicas; otros compran moto nueva y muchos se dan ánimo cada día para no decaer y que el puto TMO no se lo cague con el bono ratón que a veces llega, a veces no.

El TMO es el tiempo que dura una llamada. Se supone que la llamada promedio dura 4 o 5 minutos. Mentira. Una llamada promedio dura 8 o 10 minutos. A veces más. Pero los indicadores tmosísticos no consideran que los seres humanos son complejos, que aunque uno haga de maravillas el trabajo siempre va a haber algo que delate el mal funcionamiento del sistema.

Estoy frente a la estufa y como hace frío esta con dos quemadores prendidos. El aire está helado. La casa está en silencio.

Mi familia está acostada y pronto comenzarán a roncar. Tradición familiar. Todas roncamos, que se le va a hacer.

Me dio gastritis de tanto café, Coca Zero y comer pésimo y apurada. Los cigarrillos al lado del mouse, los lentes puestos para ver los números pequeños de la pantalla brillosa.

Yo estirada en el asiento, tratando de acoger el calor de la estufa a gas.

La pantalla se va a negro por la inactividad y debo mover un poco el mouse. Si no lo hago, se bloquea y tal vez, si me descuido, puedo caer dormida. Como un montañista bajo la nieve, durmiendo el frío mientras cae el frío de tormenta y muero congelada.

Van a ser cinco meses y sigo aquí, intentándolo. Cada día me lo tomo esperando a que me llamen de otro trabajo, pendiente de LinkedIn y postulando a trabajos donde ven tus antecedentes, pero jamás llaman.

A veces me llegan correos, meses después del proceso, en los cuales la empresa X agradece mi participación en el proceso pero que ya encontraron a la persona “compatible con el cargo”.

Huevadas.

Pero aun así sigo aplicando, como si fuera un juego de Kino en el que tienes nulas posibilidades de ganar. Pero la puta esperanza me dice que siga, que lo intente. Y yo, ilusa tonta y débil, le hago caso a la ingenua.

El domingo tengo libre. Iré a ver a un amigo, fumaré un poco, tomaremos un jugo y comeremos algo. Después iré a ver a una amiga, misma secuencia.

Finalizo todo tomando el metro hasta llegar a la comuna y de ahí micro, taxi o Didi a casa.

Tomar té, ponerse el pijama, tomar la pastilla y buenas noches, los pastores. Volver a lo mismo, seguir nadando contra todo, contra el todo y de vez en cuando viendo algo de South Park o Los Simpson en YouTube.

Y así, así como así, pasa otro día.


Jueves, 22:22 pm

Estaba viendo un capítulo de Los Simpson. Un clásico: cuando Krusty finge su muerte por deuda con los impuestos. El domingo tengo libre y suena una bocina de bomberos o carabineros o ambulancia o que se yo. Mi familia está durmiendo y yo aquí, frente al teclado, como casi todos los días.

Ya estamos en septiembre y sigue el suena que suena de la bocina indeterminada.

Se siente cercana, como si fuera en la esquina o algo así. Pienso en el Pedro, en tantas noches en que antes uno salía y ahora son los bomberos los que suenan la alarma. Así cada noche: ruidos, ruidos y más ruidos. Una se acostumbra, pero no deja de ser extraño que cada noche sea muy parecida a la anterior.

Me pica la mano derecha y se supone que eso significa algo así como que voy a recibir dinerosh. You never knows.

Los últimos días han sido de apatía, dormir, despertar, desear seguir durmiendo, pero no se puede evadir esto.

Deseo, deseo tanto un poco de mar. Un poco de escapismo salvaje, de andar por las calles, fumando, caminando y bebiendo en algún bar, riendo.

Ya perdí la cuenta de cuando fue que vi a algunos amigos. Extraño eso. Mi vida social es miserable y la verdad, solo deseo dormir hasta que me dé hipo.

La verdad no tengo muchas ganas de escribir hoy. Más que nada lo hago para estampar un poco a la desolación que siento, que estrangula pero no mata, que es como la mano de Dios riéndose de una mientras patalea por respirar.




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