Jennifer Coolidge: de musa de la comedia sexual a actriz de culto
Para la muchachada de mi generación American Pie es un clásico del cine pochoclero. Era ver la película y entonces entender (quizás no del todo) muchas de las cosas que ni nuestros padres ni nuestros docentes nos habían explicado nunca. La trama era lo de menos: lo que importaba de verdad era sucumbir ante las grotescas escenas de sexo, dejarse llevar por la sucesión de manidos recursos donde el humor iba de la mano de la torpeza de las primeras veces. En ese sentido, y solo en ese sentido, la saga dirigida por los hermanos Paul y Chris Weitz podría considerarse una especie menor de algo así como un cine de educación sentimental o novelas de aprendizaje (si trasladamos el concepto de Bildungsroman de la literatura a la pantalla): el tipo de historia que sigue a un/a joven o a unos/as jóvenes mientras va o van descubriendo de qué va la vida. Claro está que en este tipo de obras suele aparecer por lo menos un personaje que ejerce el rol de educador, y ahí es donde entra la actriz Jennifer Coolidge y su mítico papel de Jeanine o, mejor dicho, “la mamá de Stifler”.
Voluptuosa, sexy, desprejuiciada, libre y madre: una MILF (Mother I Like to Fuck), un concepto que a pesar de su carácter altamente estereotipante sigue en boga. Esa es Jeanine en American Pie. Pero ¿es esa Jennifer Coolidge? Lo cierto es que en 2022, durante una entrevista concedida a la revista Variety, la protagonista de The White Lotus (HBO), serie que la consagró como actriz “seria”, confesó que luego de rodar American su vida sexual cambió por completo: su personaje la convirtió en objeto de deseo y llegó a acostarse con 200 hombres, algo que cuenta sin rodeos: “Jugué mucho a ser una MILF y conseguí mucha acción sexual de American Pie. Hubo tantos beneficios al hacer esa película”.
Pero Coolidge es mucho más que Jeanine y las estelas que ese papel de comediante supo alzar: sus apariciones en Legalmente Rubia (2001) y Testoterone (2003), por ejemplo, donde interpreta a una Jeanine con mínimas desviaciones. Ahora, a sus 61 años, la actriz logra cosechar elogios del Hollywood que importa a los críticos gracias al personaje de Tanya McQuaid en una serie de humor pero esta vez del negro, el que, dicen, hace pensar (aunque según ella misma advierte fue su participación en el videoclip Thank u, next, de Ariana Grande, lo que la devolvió a la escena pública ya que su carrera estaba “en declive”). McQuaid (de aquí en más usaré nombre y apellido como equivalentes en nombre de lo no repetición desmedida) es una adinerada y muy solitaria mujer que llega al hotel The White Lotus en plan de mucho más que descansar: en realidad su vida no es más que descanso. Todo lo que hay que hacer alguien lo hace por ella: así vivió y así vive. Sin embargo, y ahí reside lo paradojal de su rol, la plata no ha regado lo suficiente la raíz de su felicidad. Lo que McQuaid busca, ante todo, es ser querida, valorada (quizás, después de todo, el personaje no esté tan lejos de la intérprete si de lo que se trata es de cumplir deseos).
Si bien ya en la primera temporada Tanya se destaca de entre los demás personajes, es en la segunda vuelta que logra despegarse de su afamada Jeanine y generar en el público algo parecido a una profunda empatía; afecto, tal vez. Su logradísimo trabajo, que va in crescendo a medida que avanza la historia y que concluye con una escena tan triste como magistral (perdón por spoilear), es la muestra de que sus años en el American Academy of Dramatic Arts no fueron en vano. Cuenta Coolidge que fue mientras estudiaba que reconoció su facilidad para hacer comedia y hacia ahí encaró su futuro, pero qué difícil desensillarse de un rótulo una vez que se adhiere con fuerza y se vuelve pegote.
Coolidge navegó con una brújula de inercia durante años, casi toda su carrera, bah. Parecía que ya todo estaba escrito: recrearía a Jeanine las mil y una veces, incluso más allá del hartazgo. Pero no hay destino sino destinos. Podría ser este, podría ser aquel. Tanya le llegó a Coolidge en el momento justo y ella supo exprimir la salvia. Es que si volvemos a los primeros capítulos de The White Lotus será difícil no evocar a Jeanine (George Lakoff escribió en su mítico libro que si nos piden que no pensemos en un elefante lo más probable es que lo hagamos). ¿Ocurre lo mismo en la serie en cuestión, o todo lo contrario? ¿Su director nos ruega: “no pienses en Jeanine, no pienses en Jeanine” para que ella se nos venga a la mente? ¿Es un dulce o un truco?
El destino muta en destinos cuando Coolidge se sale de su clásico physique du rol para calzarse uno bien distinto. Quisiera creer que fue su idea, que ella animó al director para que le permitiera correr el riesgo de ser, por una vez, otra. Si así fuera, me permito imaginarme el diálogo:
-¡Basta de Jeanine! -diría a los gritos-. Ella o yo. Vos elegís.
El director, temeroso, le respondería que ella, que la elige a ella, que sin ella no hay serie. Entonces le propone que su transmutación, la de Jennifer (pero también la de Jeanine y la de Tanya, of course), se produzca en el plano de la ficción. Y eso es lo que ocurre. Somos testigos de una explosión estelar. Una supernova.
Valeria Sol Groisman
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