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Casa de Campo: una lectura desde el odio y un psicoanálisis

Casa de Campo, novela escrita por José Donoso a lo largo de cinco años y publicada en 1978, narra la historia de la familia Ventura, una élite poderosa y numerosa que pasa un tiempo de descanso en su casa de campo. En su dinámica interna se entrecruzan múltiples relaciones entre primos, tíos, hermanas, sobrinos, plebeyos y mayordomos. Pero, quizás, el punto de conflicto explícito en la historia surge a propósito de los llamados "antropófagos", nativos que aún vivirían colindante a los terrenos de esta casa de “veraneo”.


Para mantener el orden dentro de la casa, los adultos han inculcado a los niños la idea de que quienes viven fuera de la propiedad —se entiende que son los nativos de la zona— practican el canibalismo. Son presentados como el extremo mismo del salvajismo, ajenos al reconocimiento de cualquier límite respecto de lo humano.


El conflicto central de la historia surge cuando el único personaje que no es Ventura —un extranjero casado con una de las hermanas— decide llevar a sus hijos a compartir con los nativos. Él ya ha convivido con ellos y mantiene una buena relación. Como gesto de hospitalidad, los nativos sacrifican un cerdo y lo comparten con sus invitados. Sin embargo, la esposa de este hombre y sus hijas perciben la escena como un acto de barbarie y huyen aterrorizadas. Más tarde, cuando él regresa a casa, se encuentra con una escena macabra: su hija ha recreado lo vivido entre los nativos como si fuera un juego, pero esta vez con su hermana, quien yace asesinada y decapitada en el horno con una manzana en la boca.


Ante esto, el padre, enloquecido, asesina a su hija a golpes. Sin embargo, como los Ventura pertenecen a la élite, este crimen no es juzgado por la justicia común. En su lugar, el hombre es encerrado en una de las habitaciones de la gran casa de campo y sólo se refieren a él como “el loco”. A partir de aquí, la novela despliega diferentes historias y tramas que configuran su estructura narrativa.


El odio y su “naturaleza”

El psicoanalista Guy Briole ha escrito recientemente que "el odio no es dialéctico". Un texto presentado en una ponencia en México hace pocos meses. Entre sus tesis principales destaco:

“Así funciona el odio: es a mí en ti a quien odio”.

“El odio no es dialéctico y las pasiones no están desligadas de la verdad”.

“Trabajar sobre la violencia y el odio significa delimitar los campos de goce en juego, tanto individual como colectivamente”.


Vivimos en una época donde resurgen discursos y crímenes de odio: odio al extranjero, al diferente, al Otro. Ciertos sectores políticos aprovechan esta visceralidad para alcanzar sus objetivos. Pero, ¿es realmente el otro el causante del odio que sentimos?


Guy Briole nos plantea que, si bien el otro puede cometer actos que detonen una respuesta en nosotros, dicha respuesta es, en esencia, el efecto de algo propio en quien reacciona. Si surge el odio, es porque algo de lo que rechazo en mí —y desconozco— lo proyecto en el otro.


Por eso, Guy Briole sostiene que "el odio no es dialéctico": no es un resultado de la relación con el otro, sino que sería un efecto de la relación con lo desconocido en mi mismo que aparece reflejado en un otro. Y en este sentido, la visceralidad no está desligada de la verdad, porque está conectada con la verdad subjetiva de cada individuo.


¿Qué goce propio -entendiendo este como esa satisfacción que se puede sentir aun en lo displacentero- se pone en juego en la manifestación del odio, ya sea personal, individual o colectivo? ¿Qué es aquello que se toca en nosotros, expulsado de nuestro psiquismo, cuando surge un odio visceral que moviliza acciones violentas contra otro por ser diferente?


Casa de Campo: el odio proyectado

Vuelvo a Casa de Campo. En éste libro los antropófagos encarnan el mal. Representan el salvajismo llevado a sus últimas consecuencias. Sin embargo, con la sutileza de la pluma de José Donoso, la historia revela que, en realidad, las violencias más atroces ocurren dentro de la propia familia Ventura.


Al punto de que, desde la fantasía y las relaciones de poder, hasta en el acto mismo de la antropofagia, la familia es propietaria de aquello que tanto teme y desprecia.


De hecho, en la novela, la antropofagia se llega a plantear en cierto momento de clímax como un derecho de las élites. El chef de la familia, tras una conversación que justificaría el acto desde un andamiaje lógico, solicita probar carne humana. Y es uno de los mismos Ventura quien, ante la muerte próxima y el hambre —en circunstancias que no vienen al caso para esta reflexión—, pide ser devorado tras su fallecimiento. Y la familia cumple con su deseo.


¿Qué aporta el psicoanálisis a nuestra época frente al odio?

Guy Briole nos invita a invertir la causa del odio. No es el otro quien lo origina en nosotros —lo que no significa que el otro no sea responsable de sus actos—, sino que la pregunta que esta vez se va a poner en la mesa es: ¿qué es aquello en mí que desconozco y que se moviliza cuando odio al otro?


Este planteamiento saca al sujeto del lugar de víctima pasiva y le devuelve su dignidad como sujeto responsable de sus afectos. Sin embargo, hay un peligro en esta lectura de la cual debemos estar advertidos también: confundirla con la idea de que no existen víctimas, más allá de ser víctimas del propio goce, del propio displacer que habita en todo humano. No debemos confundir los planos.


Existen víctimas, excesos del Otro y violencias reales. La cuestión es localizar y situar qué parte de la respuesta subjetiva de cada quien tiene que ver solo con sus propias coordenadas de goce y satisfacción y no con el otro como causante absoluto del mal que se odia.


En última instancia, el psicoanálisis nos recuerda que lo que se odia en el otro es, en realidad, aquello que podría encontrarse en uno mismo. Volviendo al libro, podríamos interpretar que lo que la familia Ventura odia de los nativos no es su presunta antropofagia, sino el hecho de que ellos mismos —intachables, poderosos— son, simbólica y literalmente, antropófagos entre sí.


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