Otra vuelta de tuerca
top of page

Otra vuelta de tuerca


Escribir, leer, comprender.


Se escribe en compañía de libros. Es decir que la práctica de escribir no solo está enmarcada en prácticas de lectura, sino que toda escritura es, ella misma, una lectura y, por lo tanto, supone un recorte. En este sentido, funciona como una fotografía. Puntualmente, mientras miro de lejos los terribles acontecimientos que se despliegan en los Territorios Palestinos Ocupados y que me impulsan a articular estas palabras, hay un libro que me acompaña.


Se trata de V13: una crónica judicial escrita por Emmanuel Carrère que aborda el juicio a los acusados de los atentados del viernes 13 de noviembre de 2015 en París. El texto identifica víctimas y victimarios y da voz a ambos en un intento de “no juzgar, no deplorar, no indignarse, únicamente comprender”[1]. Y si es capaz de esto último es porque se posiciona firme en una sentencia: comprender no es disculpar, comprender no es justificar, comprender no es respaldar. Para Carrère, en cambio, comprender supone contextualizar no solamente a los victimarios, sino a las propias víctimas con quienes se identifica. Supone poner de relieve esas diferencias históricas y acontecimentales, pero sobre todo cotidianas, que colocan a unos de un lado y a otros del otro para encontrarlos a todos en la muerte.


Este texto también tiene una vocación de comprensión. Ya no del conflicto palestino-israelí en sí mismo o de los grandes hitos que nos permiten historizarlo y entenderlo (algo de eso he articulado en otra intervención[2]), sino de las palabras y las imágenes que enmarcan nuestra concepción del mismo y, al hacerlo, nos indican los posicionamientos posibles. ¿Cómo sortear esos límites? ¿Cómo ampliar esos márgenes?



Las palabras.


Resistencia o Terrorismo. Genocidio o Defensa. Estas son solo algunas de las palabras que se adosan al desorden, a las bombas, al dolor, al sufrimiento, a los pedidos de clemencia, ya-basta-por-favor. Ninguna de ellas se detiene en la mera descripción, sino que son significantes nodales de los que se desprenden y a los que llegan una serie de caracterizaciones del conflicto, de los actores implicados, y acciones legítimas (y legales) tanto por parte de ellos como hacia ellos. Así, se pone en evidencia, una vez más, la imbricada relación entre palabras y política.


Cuando en distintas conversaciones aparece este último capítulo del largo conflicto palestino-israelí, suele remarcarse lo difícil que es hablar en estas circunstancias. El dolor y la angustia que producen el temor por la vida de los seres queridos, las masacres a quemarropa, los borramientos de miles de personas (muchas de ellas niñxs) y el desplazamiento forzado de millones, nos conducen a cuidar nuestras palabras para ser respetuosos y comprensivos con el dolor del otro. Este registro es de celebrar en un momento histórico que no se caracteriza por esas limitaciones que nos imponen el cuidado y la palabra cuando se encuentran. Los límites nos obligan a tomarnos tiempo para buscar la palabra precisa, para detenernos a reflexionar en lo que estamos diciendo. ¿Por qué? Porque “las palabras duelen, vibran, curan, consuelan, repercuten, permanecen”[3].


Pero hay límites que no apuntan a una regulación de la palabra sino contra la integridad moral de las personas. Son modos violentos de cancelar pensamientos, posiciones políticas, que ubican a las personas y no a (algunas de) sus palabras en categorías pre-armadas: sionista, anti-semita, tibia, terrorista, islamofóbica… Todas estas etiquetas pueden funcionar al mismo tiempo porque surgen de la absolutización de las interpretaciones que se hacen de los textos, de los fragmentos que se resaltan y se fijan. Así, la etiqueta cae sobre la persona, implacable.


Son modos que a un tiempo otrifican y crean identidades rígidas, severas: señalan condenados y salvados. En este sentido -y en tantos otros-, están sostenidos sobre la lógica binaria que atraviesa y constituye a la modernidad/colonialidad. Son etiquetas que abrazan una jerarquía moral, política, existencial. Aquí se enmarcan las acusaciones de anti-semitismo e islamofobia, ambas formas de racismo que funcionan efectivamente en los discursos que engalanan a este conflicto y que también impiden la identificación clara de responsables de estas violencias sin ropajes. Estos actos de crueldad sin mediaciones devienen realizables porque se sostienen sobre un ordenamiento jerárquico de las vidas y sobre la idea de que ciertos pueblos solo conocen el lenguaje de la fuerza. No es la primera vez que somos testigos de estos mecanismos nefastos a los que estamos amarrados: han sido puestos en funcionamiento una y otra vez. Y sin embargo, aquí estamos, atascados en el mismo barro, siendo testigos de las mismas atrocidades sobre los mismos pueblos. Por supuesto, hay responsables fácilmente identificables de este nuevo recrudecimiento de la violencia sobre los cuerpos. Pero, ¿cuál es nuestra responsabilidad? ¿Qué hacer si no podemos simplemente no hacer nada frente al horror?


Quizá el máximo despliegue de esta lógica binaria se encuentre en el tándem víctima/victimario: otra forma de lenguaje para llamar a sujetos que están implicados en conflictos y que constituye el modo en que los entendemos. ¿Quién es la víctima en este conflicto?, nos preguntamos. ¿Quién, el victimario? Una vez identificados es fácil tomar partido: uno siempre se coloca del lado de las víctimas. Pero como toda categoría política, esta tampoco es transparente. Podríamos acordar que hay víctimas absolutas en este conflicto: son los niños y las niñas sobre los cuales en este momento se está ejerciendo la violencia y que deben crecer aterrorizados, traumatizados, despojados, empobrecidos, en muchos casos, solos. Por fuera de los niños estas posiciones no son tan claras, puesto que tiende a haber un desplazamiento que hace de aquel que se considera víctima un victimario, para luego volver a ser víctima y nuevamente victimario, y así sucesivamente. ¿Podemos implicarnos con estas categorías o solo nos sirven para juzgar (al otro) desde una posición de exterioridad?


La lógica binaria, constitutiva de la modernidad/colonialidad, nos encierra en estas lecturas, nos lleva a no poder concebir el conflicto más que en términos de unos contra otros. Pero, a pesar de su nombre, el conflicto palestino-israelí no es un conflicto entre dos y nunca lo fue. En primer lugar, porque, como todos los pueblos, tanto el pueblo palestino como el judío son heterogéneos: a su interior conviven distintas clases, distintos modos de relacionarse con la religión, distintos posicionamientos políticos. En segundo lugar, porque desde su inicio es un conflicto atravesado por actores, procesos y discursos internacionales y regionales que han constituido a palestinos y a israelíes y que han facilitado u obstaculizado sus objetivos políticos. Por supuesto, la violencia amalgama a las partes: el otro que ejerce la violencia sobre el yo se convierte en una amenaza que hay que exterminar si se trata de defender la propia vida. Pero la historia nos ha mostrado una y otra vez que los exterminios no solucionan nada: cuerpo sobre cuerpo sobre cuerpo sobre cuerpo, solo suman una capa más de odio, dolor, rencor y sed de venganza. ¿Es posible hacer política con estos materiales?



Las imágenes.


A la corroboración fotográfica de las atrocidades cometidas por nuestro lado, la respuesta estándar es que las fotos son una fabricación, que ninguna de esas atrocidades tuvo lugar, esos son cuerpos que el otro lado trajo en camiones de la morgue de la ciudad y los colocó en la calle, o, sí, eso sucedió y fue el otro lado el que lo hizo, a ellos mismos[4]


Cuerpos adultos y cuerpos niños muertos, mutilados, ensangrentados, bajo escombros: “ruinas de carne y piedra”[5]. Gritos mudos que atraviesan el dispositivo. Rostros aterrorizados y en llanto angustioso, miradas alienadas. Tristeza, dolor, una vida de esfuerzo y sufrimiento que es (una vez más) derribada. Cargar en brazos a niños, a bebés, a seres amados a los que la vida se les escapa. Objetos de violencia física re-objetualizados por las cámaras, un dolor que se hace público sin consentimiento. Quienes estamos lejos, nos convertimos en espectadores de imágenes que nos sacuden, nos indignan, nos hieren.


Como las palabras, las imágenes también nos cuentan una historia y nos conminan a posicionarnos, pero su funcionamiento no es exactamente igual. Reflexionar sobre la especificidad de lo que hacen es fundamental en este contexto en el cual nuestros principales canales de información son dispositivos que funcionan a través de la producción y reproducción de imágenes. Estas pueden estar producidas en el terreno donde efectivamente acontecen los hechos o por fuera de ellos (ya sea en escenografías armadas para tal fin o mediante IA). En todos los casos, se trata de imágenes producidas.


Las imágenes condensan y simplifican. Por eso son también potentes dispositivos de memoria: hay imágenes que se nos fijan como representativas de ciertos momentos. La materialidad de las imágenes actúa también haciéndonos suponer que todos miramos lo mismo. Sin embargo, las imágenes no hablan por sí solas. Al ser interpretadas a partir de marcos preestablecidos, de creencias, refuerzan nuestras posiciones, porque lo que podemos interpretar de ellas es lo que ya sabemos. Así, en lugar de crear comunidad, empatía, las imágenes refuerzan, ahora desde la afectividad, los binarismos. “Fotografiar es encuadrar, y encuadrar es excluir”[6], es visibilizar al tiempo que se invisibiliza. Nuevamente, se nos impone la lógica binaria. Nuevamente debemos elegir entre el sufrimiento de unos o de otros, entre la vida de unos o de otros. ¿Es posible estar a favor de los palestinos y de los israelíes?



Pensamiento crítico y política.


Hay quienes consideran que estas tragedias de las que, evidentemente, no podemos salir, no son un buen momento para pensar: hay que actuar y actuar supone tomar posición. Yo sigo creyendo que hay algo muy podrido en nuestro modo de comprender(nos) en el mundo que es condición de posibilidad de esta violencia que nos conmueve. Y que, en lugar de reforzar esas formas de saber, poder y ser, estos momentos nos tienen que servir, a quienes estamos lejos, para reflexionar sobre ellas, denunciar su funcionamiento y desarmarlas. Porque si no lo hacemos estamos condenados a la repetición. Ahí radica nuestra responsabilidad, así nos implicamos.


En este marco, es en estos momentos cuando las Ciencias Sociales y las Humanidades muestran su utilidad, pues son las que nos permiten –aun más: nos fuerzan a- salir de la reacción inmediata, evitar el vómito desparramado sobre el teclado. En tanto parte de un proceso reglado de construcción de conocimiento, ellas nos obligan a tomarnos un tiempo que nos permite la comprensión, herramienta necesaria para poder conversar con el otro, puesto que nos permite entender que las personas nos movemos a partir de experiencias, palabras e imágenes que nos atraviesan el cuerpo y se hacen creencias. Y actuamos a partir de lo que creemos. Si –además- a la comprensión le inyectamos crítica, podemos ser capaces de poner en cuestión nuestras propias convicciones y acercarnos al otro, devolverle su humanidad.

La comprensión crítica nos permite la política, ausente en las lecturas que ven como única alternativa de los actores implicados el asesinato masivo de civiles. Esos posicionamientos cierran, se convierten en armaduras que, al tiempo que impiden que otras voces nos atraviesen, también nos separan de los otros: un nuevo muro de separación. ¿Cómo desactivar –detener- aquello que está sucediendo a la vista de todxs, es decir aquello que nos está sucediendo ahora a nosotrxs? Tengo pocas convicciones estos días, pero una de ellas es que si seguimos encerrados en estos modos de relacionarnos con el otro la vida resulta imposible.



[1] Emmanuel Carrère (2023), V13. Crónica judicial, Anagrama, p. 144. [2] https://www.revistaanfibia.com/la-vida-imposible-medio-oriente/ [3] Alejandro Zambra (2020), Poeta chileno, Anagrama, p. [4] Susan Sontag (2003), Regarding the Pain of Others, Picador (traducción propia). [5] Sontag, op. Cit. [6] Sontag Op. Cit.


-

Barbarie es un espacio para el pensamiento crítico que acoge diversas y divergentes posturas. Las opiniones vertidas son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan, necesariamente, los puntos de vista de esta publicación.

bottom of page