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Planeta Cuttica


Luna suele aparecer parada en una silla. A veces está sentada, otras de espaldas, o sin su silla y en el suelo. Su mirada es panóptica y los escenarios varían. Pueden ser campos de lavanda, de trigo o tulipanes; plantas de corona de novia, orquídeas o árboles violetas de glicina. Luna es una niña fotografiada a sus nueve años, y un personaje que aparece reiteradamente en la obra de Eugenio Cuttica, un artista argentino de larga trayectoria y reconocimiento basado en Southampton, Nueva York.

Este personaje femenino e infantil es parte de una etapa de la trayectoria de Cuttica, quien a lo largo de su vida se expresó primero con el grito catártico, como él lo explica, y ahora con el silencio. Luna es el silencio.


Cuttica también es conocido por su serie “Los Familiares de un segundo”, retratos de personas con quienes se encuentra repentinamente entre las multitudes de Buenos Aires o Nueva York y por cuya aura se siente especialmente cautivado. Las pinta en estado contemplativo, con los ojos cerrados, como meditando, diluidas en fondos de colores. Dice pintar a la persona detrás de su máscara. Ha hecho también esculturas de resina de cabezas translúcidas que dejan ver los objetos al interior, desde dados, flores, colores y otras cosas, como el amoblado de la cabeza de un ser humano.


Eugenio Cuttica es imponente. Sus grandes formatos pueden alcanzar tres por dos metros. Sus talleres también son enormes. Tiene uno de 400 metros cuadrados en Barracas, Ciudad de Buenos Aires y otro megaestudio en Southampton, Nueva York, al que llamó Campo Cuttica, una propiedad de más de 16 hectáreas anteriormente perteneciente a la artista norteamericana Gloria Hirsch. Es un espacio artístico y cultural, que abre sus puertas a eventos, exposiciones y música en vivo. Europa no queda fuera del planeta Cuttica. En Milán suma otro pequeño estudio. Entre estos lugares distribuye su tiempo. Trabaja con asistentes y produce unos 200 cuadros por año. Y muchas esculturas.

A Cuttica le interesa la espiritualidad y también escribe. Sus redes sociales son casi libros de textos con anécdotas y escenas.


Otros datos: Nació el 3 de abril de 1957. Fue asistente de Antonio Berni, discípulo de Carlos Alonso y Freddy Martínez Howard, artistas visuales argentinos. Estudió de todo: arquitectura; pintura y escultura entre Buenos Aires y Nueva York, y también Budismo. Expuso en muchas ciudades y ferias del mundo. Ruth Keudell es su compañera de vida. Él mismo se caracteriza como “un extranjero constante”.



¿Quién es Luna?

Luna era una niña de 9 años, hija de una amiga mía, una niña muy callada, tranquila, pacífica. La elección de la modelo es un 50% de la obra. Con esta niña hice una serie de fotos y le dije que se pare sobre la silla y que haga la mirada panóptica. Le expliqué qué era eso y lo hizo. En ella encontré una sumatoria de significados, de símbolos superpuestos que daban una imagen fuertísima. Son estos hallazgos que se encuentran, que no se buscan, pero que aparecen cuando uno está trabajando y cuando menos se lo imagina.


¿Qué significa la silla?

La silla es un instrumento de conocimiento, de poder, es como un altar. Los reyes impartían las órdenes sentados. La niña está de pie sobre la silla. O sea que está sobre un altar, sobre un escaño. A pesar de sus 9 años, de ser tan delicada en su vestido blanco, y tan inocente, tiene una posición de firmeza, necesaria para sostener su propia fragilidad. Su mirada no se posa en la materia, la atraviesa. Es la mirada de la conciencia. Yo cuando era chico lo hacía. Nublaba la vista y miraba como si atravesara la pared y estuviera en una playa frente al horizonte. Es un ejercicio interesante porque uno se conecta con absolutamente todo. Es como estar en la cima de la montaña. La vista adquiere un poder mucho más grande porque se ve más, se ve todo.


Estas obras expresan la feminidad. ¿Cómo ves lo femenino hoy en día?

Sí, también tiene que ver con recuperar la feminidad verdadera, algo que estamos perdiendo, que ya casi no existe.


¿Por qué?

Me voy a meter en un terreno resbaladizo, pero siento que hay un desequilibrio entre el Yin y el Yang. Todo el mundo quiere ser transmisor, todo el mundo quiere hablar, todo el mundo quiere estar en las redes. Todos quieren manifestarse y ya nadie quiere escuchar,nadie quiere ser receptor. Hoy en día todo es Yang. Todo es transmisión. El feminismo de trinchera, el que más grita, ha combatido al ser que ama. Y combatir y amar a una misma persona es imposible, son dos cosas opuestas. Entonces es psicótico. El resultado es que tanto hombres como mujeres nos sentimos solos. Yo pinto eso con la niña. Pinto lo que todos extrañamos. La mujer, la niña que no ha sido transculturada; que es una feminidad en estado puro.


¿Y por qué la repetís tanto? ¿Qué sentido tiene eso en tu obra?

La única forma de profundizar en algo es la repetición. Esto es un concepto budista. Los budistas dicen que, por ejemplo, alguien que vive en una montaña, en una cabaña y va a buscar leña todos los días para calentarse, a la vez número 5000 que va a buscar leña, aprende a buscar leña. Todo lo demás no fue buscar leña, fue otra cosa, fue un aprendizaje. Pintando pasa lo mismo. Pero en realidad la repetición no existe, porque nosotros no somos la misma persona que ayer. No nos bañamos dos veces en el mismo río. Entonces no me preocupa repetir, porque es imposible.


¿Pero la repetición no limita tu creatividad?

Al contrario. Crear es limitarse. Se habla mucho de la libertad, pero el exceso de libertad, el exceso de cambios, produce parálisis. Y tratar de pintar lo mismo, limitar el juego, ayuda a la creatividad. Porque es imposible jugar en una cancha de fútbol que no tenga límites. Allí no existe el juego. Primero viene la limitación y después viene el juego. La repetición no es copiarse a sí mismo. Es profundizar, es la oración.




“Somos lenguaje”


¿Cuándo y cómo fue que decidiste ser artista?

Me acuerdo precisamente el momento en que me prometí a mi mismo ser artista pase lo que pase, porque ya a mis ocho años sospechaba que estaba todo armado para no llegar a ese estado mental, a esa dimensión que yo la llamo “la frecuencia de no tiempo”, un estado mental de concentración extrema parecido a la meditación. Eso me pasaba desde esa edad. Llegaba a momentos como de nirvana, de kundalini, muy placenteros. Lo que más me gustaba era estar solo, jugando con plastilina o pintando. Los demás chicos me parecían muy ruidosos, me aburría mucho jugar al fútbol. Mi padre trataba de obligarme a tener esos amigos. Yo siempre sentía que alguien tenía que venir en cualquier momento a rescatarme, porque me sentía extraño a todo lo que me rodeaba. Ahí me prometí a mi mismo no abandonar nunca esa otra dimensión pase lo que pase. A los 12 años comencé a trabajar metódicamente, dibujando. Lo único que quería era ser un artista. Y hasta ahora lo vengo logrando.


¿Cómo relacionás al arte con la espiritualidad?

El sendero por el que te lleva el arte es un camino a la espiritualidad verdadera, que va más allá de las religiones. Es un conocimiento que está en el lenguaje: somos lenguaje. Y es un conocimiento que se puede encontrar en el silencio, mirando hacia adentro. El silencio y el lenguaje tienen una sabiduría que está ahí, al alcance de todos. Y basta estar en silencio, basta ser amigo de uno mismo para encontrar esa sabiduría. Pintar es lo mismo que meditar, porque al meditar uno se conecta con la belleza interior y con ese entusiasmo innato. Porque todos los chicos son entusiastas, todos los niños son artistas… hasta que dejamos de serlo.


¿Cómo ha sido tu camino artístico?

El camino comienza por una formación, por copiar lo que se ve. Luego, se traspasa la materia. Se hace visible lo invisible, que es la realidad que está detrás de las cosas. Después de eso, se pintan las emociones, que pertenecen a los órganos como los riñones o el hígado. Luego viene el grito, que es como una actitud catártica de largar la toxicidad. Uno se desintoxica. Cuando uno ya se va vaciando de lo tóxico en el sentido mental, uno se enfrenta a un vacío, a un abismo. Algo que muchos cuidadores llaman el límite de la anunciación. Es como que cuando uno grita y grita, el grito cada vez se oye más bajo, hasta que ya no se oye. Y entonces ya no transmite, no sirve para transmitir, llega a un límite. Hay que desandar. Mis maestros espirituales me enseñaron el tema del silencio y empecé a pintarlo y logré una obra más elocuente y más poderosa que cuando pintaba grito. Ese fue el sendero que recorrí a lo largo de 50 años.


Vivís afuera desde hace mucho. ¿Cómo es ser extranjero para vos?

El artista siempre es un extranjero, incluso en su propio país. En la escuela me sentía extranjero, en mi propia casa me sentía un extranjero. Me sentí extranjero de mis propios padres, de mi familia, siempre me sentí un extranjero. Desde ahí puedo acceder a la libertad verdadera, que es la libertad de sentir que cualquier lugar del mundo puede ser mi hogar, o es mi hogar. Mi hogar es el mundo. Yo puedo viajar y estar presente en donde estoy. Mi mente no queda en el lugar de donde salí. A mi me hace reír cuando hablan de arte argentino, de arte norteamericano, de arte chileno. No existe. Existe solamente el arte. Y no ahí no hay una división de fronteras. El arte es un lenguaje universal. El trabajo del artista es ver lo verdadero invisible detrás. “Hacer visible lo invisible”, como dijo Paul Klee.


¿Y por qué te fuiste de la Argentina?

Hablemos primero de cómo llegué. Yo pertenezco a una familia de inmigrantes italianos, y también de Austria y algunos de Francia. Eran antifascistas y pertenecían a la resistencia italiana. Y mataron a un par de familiares, mis tíos abuelos por la espalda. Entonces la familia decidió emigrar, huir de Mussolini. En Génova había dos barcos. Uno que iba a Estados Unidos y uno que iba a Argentina. Entonces empieza una discusión, de a dónde ir. ¿Por qué? Se discutía porque era lo mismo ir a Argentina o Estados Unidos en ese momento. Hacia 1910, los dos países eran prósperos y promisorios por igual.


¿Y luego elegiste Estados Unidos?

No sé si ser honesto o si ser diplomático. Pero hay que reconocer que en la Argentina se perdió la ética, la ley, la educación, la cortesía. Y yo no puedo vivir sin cortesía. Me hace mal, me daña. No puedo vivir sin gentileza, vivir dentro de la máscara de la brutalidad. Simplemente no puedo. Extraño Argentina cuando voy. Pero no es el territorio, no son los edificios, es la gente. Y la gente no son los habitantes de la Argentina noble, que supo ser un país próspero. Ya no es más así, es otro país. Yo me vine a Estados Unidos porque acá se sigue conservando el sueño americano. Y en Argentina el sueño argentino se perdió. Me siento más cercano a mi Argentina original en Estados Unidos que en la Argentina actual. Por eso me fui a Estados Unidos. Estoy en una república donde funciona el poder judicial, la policía; en un lugar con seguridad. La cultura norteamericana no es sentimentalista. Y el sentimentalismo no es amor. Acusan a los norteamericanos de frialdad, pero no es frialdad. Ellos son más concretos, están para darte una mano cuando te pasa algo.


¿Por qué usas palabras griegas filosóficas para nombrar a tus exposiciones, tales como Serendipia, Ataraxia o Nefelibata, por ejemplo?

Soy un amante del lenguaje y de las etimologías. Como decía Borges, el lenguaje es un círculo que pertenece a la geometría sagrada. Lo que hay que hacer es tomar la decisión de hablar y de comunicarse con el carácter sagrado del lenguaje; ese es el trabajo que hace el artista y muchos escritores: purificar el lenguaje. Soy un amante de las palabras solas, porque creo que son contundentes, y cuanto más resumido es algo, más contundente es. Hay poemas que son de una sola palabra. Como por ejemplo estas palabras, Ataraxia, Nefelibata, Serendipia. Da la casualidad son palabras que se utilizan en filosofía para explicar cosas que son muy difíciles de explicar porque son muy abstractas. Ataraxia significa ausencia de perturbaciones. Llegar a un estado mental de paz y de ausencia de ruido mental y eso los griegos consideraban que es la felicidad. Es decir, estar entretenido, o divertido, no es la felicidad. La felicidad es el estado de Ataraxia. Es eliminar el miedo y el deseo. Nefelibata, es el que vive en otra dimensión, el que vive en las nubes, el que vive del romanticismo. El que nunca baja y decide vivir en esa dimensión. Ese es el estado de Nefelibata. Serendipia es encontrar la belleza donde no se la busca.



Lucía Vázquez Ger




Las obras de Eugenio Cuttica pueden verse en:

● Espacio Enso, Victoria, Provincia de Buenos Aires. Fernando Fader 3476

● También pueden verse en Quintana Casa

● En la tienda de diseño Marcelo Mazza. Arenales 1233, CABA






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